El nuevo orden
mundial de la energía --consistente en bajar las emisiones de CO2 en un 66
por 100 de modo que el calentamiento del planeta no supere los 2 grados—va a provocar cambios radicales. Lo
afirman los autores de un amplio y documentado estudio sobre el futuro de la
energía publicado por el Real Instituto Elcano: Antxon Olabe (Investigador y Economista
ambiental), Mikel González-Eguino (de la Universidad del País Vasco), y Teresa
Ribera, directora del Institut du
development durable et des relations internationals, de París.
El punto de partida del nuevo orden energético es el compromiso
de los 150 estados del mundo que
firmaron el Acuerdo de París sobre el Clima en diciembre de 2015, por el
que se comprometen a que el ascenso de la temperatura en el Planeta no supere
los 2 grados centígrados hasta el año 2050. Para ello será necesario reducir
las emisiones de CO2 en un 66 por ciento, según la Agencia Internacional de
Energía Internacional (AIE).
Aunque los Estados Unidos, en la presidencia Trump, se han
desvinculado del Acuerdo de París, lo
importante es que Europa, y sobre todo China, India, América Latina y Rusia,
siguen comprometidos con dicho Acuerdo siendo los mayores emisores de CO2.
En los últimos 4 años se han estabilizado las emisiones de CO2, es decir no han
aumentado, cuando en los últimos 40 años las emisiones pasaron de 17 GtCO2
(gigatoneladas) a 36 GtCO2, es decir más del doble. La causa de este
estancamiento es que China ha reducido de modo significativo la energía
derivada del carbón.
¿Cómo se pueden
reducir las emisiones de CO2 en la atmósfera? Hay tres caminos: con planes
de reforestación; con biomasa, o reduciendo
el empleo de la energía de origen vegetal (carbón, petróleo, gas) y sustituirla
por otras energías no vegetales (solar, hidroeléctrica, eólica, fotovoltaica,
bioenergía, etc.).
Este último es el camino que los países han considerado más
adecuado y así lo confirma la última reunión en Berlín del COP-23. En primer
lugar, se va a eliminar el carbón por ser el que más CO2 genera y reducirlo a
cero. Segundo, reducir el uso del petróleo, y en tercer lugar reducir el gas.
Según los cálculos de los expertos de la AIE, las tecnologías alternativas
mejorarán la salud de los habitantes de la Tierra; el consumo total acumulado
(hasta el 2050) no superará los 19 billones de dólares, y se generarán 6
millones de puestos de trabajo adicionales.
La reducción de producción de carbón, petróleo y gas hará
que el coste de estos productos vaya disminuyendo en los próximos años, dado
que la demanda será menor al obtenerse energía por otros medios más modernos.
Ahí podrá empezar una guerra de precios a la baja por parte de los países
productores de energía de origen vegetal, porque verán que la oferta supera la
demanda. Esto conllevará a cambios geoestratégicos porque algunos países defenderán
a capa y espada sus reservas, porque esta fuente de energía supone una buena
parte de su PIB. Solo Arabia Saudita podría aguantar un precio del petróleo en
torno a los 10 euros.
En definitiva, el
cambio energético apunta a dejar en el subsuelo el 70 por 100 de reservas
fósiles mundiales. En total quedarán sin explotarse (según la AIE, 2017), 1
billón (billón igual a millones de millones) de toneladas de carbón, 1,3
billones de barriles de petróleo y 215 billones de metros cúbicos de gas.
Sobre esta base, y en
el caso del petróleo, las principales regiones afectadas serían Canadá (75 por 100 de sus reservas sin
explotar), América Latina (42 por
100) y Oriente Medio (38 por 100).
En el caso del gas no podrán utilizarse
o quedarán sin explotar, el 52 por
100 del total de reservas y esto afectará a las siguientes regiones: Oriente Medio (61 por 100), Rusia (59 por 100) y América Latina (56 por 100). Y en el carbón, se quedaría bajo tierra el 88
por 100 de las reservas y las regiones más afectadas sería Estados Unidos (95 por 100), Rusia (97 por 100) y China e India (67 por 100).
Esto creará, como hemos anunciado, tensiones y tal vez conflictos
entre los países productores. Quedará beneficiada Europa, que no posee fuentes
de energía de origen vegetal (salvo el carbón). La bajada de precios afectará
en primer lugar a los países donde producir energía fósil sea cara y esté lejos
de los mercados de demanda: Venezuela, Canadá
(Petróleos bituminosos) y Brasil (petróleos de aguas muy profundas).
De hecho, los inversores mundiales ya no invierten en nuevas
entrales del carbón o petrolíferas, porque el mercado futuro no se orienta
hacia las energías de origen vegetal.
El Acuerdo de París ha surtido ya sus efectos dos años
después, ya que países claves como China e India, entre otros, han paralizado
sus inversiones en centrales energéticas procedentes del carbón. China en
concreto está muy interesada en reducir el uso del carbón por la alta
contaminación de sus ciudades e invierte en energías sostenibles.
Por su parte, ya se
vislumbra un declive de la demanda de petróleo a partir del año 2020, pasando de los 96 millones de barriles hoy, a
los 73 millones en 2040 y a 40 millones en 2050. Y después del petróleo, el
gas.
¿Dónde se verá también
el cambio? En los medios de transporte, especialmente en el automóvil,
donde la demanda se posiciona con fuerza en el automóvil eléctrico (en Noruega
la mitad de los vehículos de turismo son eléctricos), si bien será más complejo
alcanzar a otros medios de transporte, como el barco, el avión y el transporte
por carretera.
¿Cómo ha influido la
Encíclica “Laudato Sí” del papa Francisco? No se puede medir, pero seguro
que ha tenido una gran influencia por la presencia de los cristianos en los
lugares donde se toman estas decisiones.
Y así terminan 250 años de uso de combustibles de origen vegetal,
que si bien ha creado mucha riqueza, hoy está a punto de acabar con una
contaminación global de la atmósfera.
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