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Recuerdo de Paloma Gómez Borrero




Te has ido sin decirnos nada Paloma. ¡Cuánta gente te quería! A mí me dio un golpe tu noticia el viernes por la noche. Se lo dije a María Luisa, mi mujer, y rezamos un Avemaría. Sabes lo que te queríamos, porque tú te hacías querer con este gesto simpático, alegre, coqueto, femenino.

¡Adiós Paloma! Te has ido en silencio y en tu Madrid querido que te llenó de añoranzas en tu larga vida romana. Te has ido con Alberto: ¡que bueno era Alberto! ¡Y qué feo cuando veo en Wikipedia que habla del “ex marido”, cuando en realidad se adelantó a ti en su marcha hacia la eternidad!

Perdona, Paloma, pero es el momento de los recuerdos. Nos conocimos en Roma siendo los dos corresponsales. Al principio te ocupabas de la Roma glamurosa y te escuchábamos muy divertidos tus encuentros, cócteles y fiestas de la vida romana más aristocrática y exclusiva, “ma non tanto dolce”, mientras Alberto, tu marido, volaba por los cielos del mundo como piloto de Alitalia. Recuerdo las butacas de aquel piso donde Alberto se sentaba confortado.

Los corresponsales españoles –de mala fama entonces en Italia por culpa del general Franco-vivíamos unidos, casi como una familia, y organizábamos cenas en las que tú siempre dabas el tono alegre, la anécdota de “sociedad” romana. ¡Qué lejos estaba el Vaticano de ti entonces, Paloma!

Un día se nos despidió Francisco (Paco) Narbona, famoso corresponsal en Roma de la única televisión de entonces: TVE. Quería volver a España y tú le sustituiste. Aquello supuso una revolución en tu vida profesional: de un pequeño diario pasaste a TVE. No sabías qué cara poner ante la cámara. Tú fuiste siempre tú misma, y la naturalidad con que contabas los acontecimientos italianos, era la misma naturalidad que usabas incluso cuando te equivocabas, pues con tu candidez hacías del pequeño error virtud.

Difícil fue para ti, Paloma, ¿recuerdas?, cómo contar a los telespectadores españoles lo que pasaba en el Vaticano. No era tu mundo. Tenías que usar un lenguaje popular para contar complicados textos y acontecimientos litúrgicos, doctrinales e históricos, y de cuanto ocurría “dietro le mura” (detrás de los muros). Y por eso, y dada nuestra amistad y tu profesionalidad, me pediste ayuda comprender y comunicar la teología, la filosofía, el Derecho Canónico y la Doctrina Social. Y yo te ayudé como tú me ayudaste otras veces.

Como mujer y corresponsal de TVE y debías introducirte en aquel mundo tan masculino entonces del Vaticano. Al principio no tenías “background”, te faltaba bagaje religioso. Venías de otro mundo. Hubo un documento que te causó un problema gordo: uno que hablaba de ética sexual. ¿Cómo lo cuento? me preguntabas con aquella gracia y picardía femeninas.

Un día nos despedimos. Yo me iba a Barcelona a seguir en el periodismo, y tú te quedabas en Roma, ya dueña de la televisión y con dominio del Vaticano, junto a tu marido, Alberto, y tus tres hijos. Eras una romana, pero seguías enamoradísima de Madrid y querías muchísimo a tu madre: nunca fuiste Paloma Gómez, sino Paloma Gómez Borrero. Fuiste, Paloma, la “reportera” de un papa santo: Juan Pablo II. Tú le querías mucho y él te quería a ti. Hiciste más de cien viajes con él, pero en Televisión Española cuando cambió el gobierno te vieron demasiado “católica”, demasiado “wojtyliana” (¡quién lo hubiera dicho de ti unos años atrás!) y te cerraron la puerta. Sin embargo, cuando una es profesional, no tiene enemigos e informa al gusto de la gente, cuando se cierra una puerta se abre otra.

Has luchado hasta el final, Paloma. Has conocido a santos y beatos. Y tú, que al principio esquivabas la religión, te rendiste a la bondad, la humildad y alegría de tantos santos que hay en Roma. También aprendiste pronto que el “humo de Satanás” existía en el Vaticano como dijo el beato Pablo VI al que conociste como yo. Pero el humo nunca pudo ni puede oscurecer las magníficas construcciones del Vaticano, donde está la Santa Sede que tiene como base las columnas de la fe de los creyentes.

Ahora lo ves todo más claro que nunca ¿verdad? y ves el pasado y el futuro. Y eres feliz… Arrivederci, Paloma.

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