Rita Barberá se fue sola, en un hotel de Madrid, entre el Senado y el Tribunal Supremo. Se fue sola. Nadie la esperó en aquella noche madrileña, ni nadie la acompañó. Es la soledad de la muerte, de una muerte en el abandono, de una muerte condenada por los tribunales de papel, de las ondas y de las redes. Rita había sido apeada de todas partes, al final incluso de su partido, el PP, a la que ella contribuyó tanto en forjar y defender. Solo le quedaba el Senado, como Senadora Autonómica, es decir elegida por las Cortes Valencianas. La muerte de Rita atravesó los escaños del Congreso y del Senado como el rayo de la vergüenza blandiendo las conciencias. La mía también. Y las de muchos tertulianos que la utilizaron como blanco de sus críticas, pidiendo su dimisión, metiéndola ya condenada en un rincón del gran globo de la política. Rita Barberá en las tertulias era carne de cañón. Incluso entre los jóvenes del PP. Solo un ex ministro socialista se atrev...
Reflexiones sobre la actualidad (Artículos del autor publicados en la prensa)