Hace cien años que tuvo lugar la Gran Revolución Rusa que
llevó a una importante parte del mundo a vivir bajo la dictadura del Partido
Comunista. La Rusia actual, la Rusia de Putin, no ha organizado ninguna
celebración oficial, pero tampoco la ha condenado. Este centenario incomoda al
presidente ruso, quien fue un alto dirigente soviético.
En 1917 Rusia era un pueblo de campesinos y pocos obreros en
proporción. Los primeros vivían en unas tierras muchas veces comunales. Los “mujiks” (campesinos) eran socialmente
una clase ignorante, pobre y explotada por los terratenientes de la
aristocracia y los “kulaks”, los
cuales estaban apoyados por la autarquía imperial del Zar.
La revolución de febrero de 1917, preludio de la que lideró
Lenin en octubre, provocó la abdicación del zar Nicolás II y sustituyó la
autarquía por un régimen constitucional. Duró hasta octubre, cuando Trotski declaró
que el gobierno “ha dejado de existir”, por “la insurrección de obreros y
soldados de Petrogrado que tuvo lugar anoche” (la noche del 24 al 25 de octubre
de 1917). Petrogrado era la capital de Rusia entonces. Bajo el comunismo pasó a
llamarse Leningrado y a la caída de este, San Petersburgo. En esa época, en
plena Primera Guerra Mundial, el pueblo ruso pasó mucha hambre y la guerra era
muy impopular.
No hubo una “toma” del Palacio de Invierno propiamente
dicha, pues según Richard Pipes, quien ha pasado toda su vida estudiando la
revolución bolchevique (comunista) de Rusia. En realidad, el Palacio de
Invierno fue abandonado por sus defensores, entre ellos los cosacos, y pudieron
entrar los marinos, los soldados y los Guardias Rojos. Las bajas totales fueron
cinco muertos (Pipes, La Revolución Rusa,
Barcelona 2016, pág. 534). Quisieron emular a la Revolución Francesa con la
toma de la Bastilla. El poder estuvo repartido entre los “soviets” o asambleas del pueblo, una parte del ejército y la “inteligentsia”, los intelectuales de
izquierdas, los cuales cedieron todo el poder a los bolcheviques de Lenin (Vladímir
Ilich Ulyánov), artífice de la Revolución junto con León Trotski y José Stalin.
La Revolución tenía vocación universal, siguiendo las teorías
de Marx, Engels y Lenin, y quería la implantación de la Dictadura del
Proletariado en todo el mundo, donde los hombres pudieran vivir iguales, sin
propiedad privada (la propiedad es del Estado) y sin Dios, pues la religión era
considerada “el opio del pueblo” y se perseguían directa e indirectamente a los
que practicaban la religión y sobre todo a los pastores, obispos y sacerdotes.
La Revolución se transformó en una auténtica dictadura,
donde no había un dictador, sino una ideología totalitaria, con una visión
histórica materialista y atea, que duró casi tres cuartos de siglo. Fue la
dictadura de todo un sistema político y económico. El comunismo alcanzó el
poder no solo en Rusia, sino que se implantó, tras la Segunda Guerra Mundial,
en numerosos países del centro y este de Europa, en algunos países de América,
de Asia y de África. Rusia a su vez se convirtió en un conjunto de repúblicas
que se llamaron Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y funcionaban
como un estado único. No había libertad, ni religiosa, ni de empresa, ni de
expresión, ni de prensa, ni de asociación, ni política (solo había el Partido
Comunista –PCUS- que controlaba toda la sociedad), ni sindical, ni de
enseñanza… No había libertad. Era un sistema cerrado en sí mismo, totalitario y
totalizante.
En todos estos países comunistas, la ideología marxista,
materialista, comportaba la persecución de la religión, de cualquier religión,
especialmente la cristiana (ortodoxa, católica y protestante), y tuvo como
consecuencias el martirio de muchísimos fieles, en los gulag, en la cárcel, en
el destierro o directamente asesinados, como, entre muchos otros, el sacerdote
polaco Jerzy Popieluszko (hoy en los altares) que dieron su vida en defensa de
su fe en Dios. Los creyentes vivían en
lo que se llamó “La Iglesia del Silencio”. Fue san Juan Pablo II quien dijo que
no se hablara más de la “Iglesia del silencio”, “porque habla por mi boca”.
Tras el desmoronamiento del Imperio Soviético, los
historiadores han entrado en los archivos que han encontrado –no todos ni mucho
menos—y han podido analizar la compleja revolución rusa y sus principales
personajes, lejos de las manipulaciones a que llegó la doctrina oficial
soviética y los comunismos en general. El comunismo europeo duró hasta el año
1989, pues no resistió la caída del Muro de Berlín y cayó como un castillo de
naipes.
Comentarios
Publicar un comentario