(Aleteia) Hoy
más de 53 millones de personas, hombres, mujeres, ancianos y niños, deambulan
por desiertos, montañas y tierras extrañas buscando un refugio donde puedan
vivir en paz y en dignidad. Huyen de la violencia, de la guerra, de las
persecuciones, del hambre, de los desastres naturales.
El sábado, día 20 de junio, se celebra el Día Mundial del Refugiado que organiza la
Agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR) en todo el mundo con la que
colaboran muchas ONG. El papa Francisco ha dicho: "Recemos por tantos
hermanos y hermanas que buscan refugio lejos de su tierra, que buscan una casa
donde poder vivir sin temor, para que sean siempre respetados en su dignidad. Aliento
la obra de quien lleva a ellos un auxilio y hago votos de que la comunidad
internacional actúe de manera concorde y eficaz para prevenir las causas de las
migraciones forzadas".
El
Papa no pide solo atender a estos millones de refugiados, sino que se
erradiquen las causas, que casi siempre son la guerra, el hambre, la violencia,
la persecución, el racismo, es decir causas que genera el mismo hombre.
Los
focos de migraciones más fuertes existentes hoy, según datos de la ACNUR, se
encuentran en la África subsahariana, en el sudeste asiático, el conflicto de
Siria e Irak y el Mediterráneo. En este año 2015 la ACNUR intenta sensibilizar
a la opinión pública mundial para que ayude a la causa de los refugiados, pues
es el año que más refugiados hay desde la Segunda Guerra Mundial, y en el 2015
hay 10 millones más de refugiados que en 2014.
Es
fácil comprender el drama en que viven estos millones de mujeres, niños, hombres
y ancianos, muchos de los cuales han dejado su ciudad o su tierra, a veces sin
nada más que lo puesto, y caminan decenas y decenas de kilómetros en busca de
un techo o de un lugar donde poder establecerse dignamente con su familia, sus
seres queridos. Y sin embargo, los países europeos siguen en discusiones cada
vez más incomprensibles sin dar solución a los millares que llegan de modo
permanente a las playas del Mediterráneo Norte en busca de un futuro mejor para
sus vidas.
Todo
el mundo recuerda la visita del papa Francisco a Lampedusa, el mes de julio del
año pasado, al ver tanto hacinamiento, tanto abandono entre los náufragos que
llegaban a las costas de Italia: “solo me viene una palabra, vergüenza, esto es
una vergüenza”, dijo. Esta semana también ha manifestado el Papa su dolor
porque tantos miles de personas no son atendidas, porque no tienen un hogar
donde vivir con dignidad, donde las personas sean respetadas como tales.
Al
drama de los 53 millones de refugiados hay que añadir el de las catástrofes
naturales, como la del Nepal del pasado mes de abril, que ha dejado sin techo
centenares de millares de familias a causa del terremoto. O los huracanes,
tifones o tsunamis que periódicamente azotan y arrasan poblaciones enteras
precisamente en Asia, y que golpean a los países más pobres y a las familias
que tienen una mayor necesidad.
Los
hombres dependemos los unos de los otros cada vez más en este mundo globalizado,
y no podemos mirar hacia otra parte cuando vemos el sufrimiento de tantas mujeres,
de tantos ancianos y niños. La labor de las ONG, así como de las entidades
caritativas de las iglesias todas, son muy insuficientes ante tanto drama
humano. Por eso, lo importante no se trata solo de atender las necesidades
primarias y perentorias de tantos millones de refugiados, sino, como dice el
papa Francisco, ir a la raíz, y en este sentido hace un llamamiento a las
autoridades mundiales para que paren las guerras, los odios, las persecuciones
y destinen recursos para el desarrollo de los países.
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