(Theobjective)
España desde hace un tiempo está en la
punta de mira de los secuaces del Estado Islámico. Su ira se desencadenó el
martes contra la embajada española en Libia. En los últimos meses se han
practicado en territorio español unas dos docenas de detenciones de jóvenes que
no solamente se habían comprometido a luchar al lado del Estado Islámico, sino
que se atrevían a cometer atentados y crímenes horrendos en territorio español.
¿Por
qué? Porque España es cristiana, o sea infiel, que llegó a conquistar los territorios
islámicos de la península Ibérica. Está la polémica sobre la Mezquita de Córdoba que el
Islam quiere recuperar desde hace décadas. Están las fiestas de “Moros y
Cristianos” en el Levante español donde a Mahoma se le condena al infierno.
Además,
España es, junto a Italia, el país más estrechamente vinculado a los Estados
Unidos. Y es el país euromediterráneo que tiene mayores legados islámicos:
monumentos y obras de arte en todo el arco marítimo levantino, con Al-Ándalus
en primer lugar. Ciudades como Granada, Córdoba y Sevilla, por citar algunas, y
sin contar Ceuta y Melilla, podrían ser árabes en muchos de sus rincones.
No es
solo un tema político, histórico, o artístico, es también un tema sociológico
con una fuerza cada vez mayor: los hijos de la generación de inmigrantes ya
establecida en nuestro país son los que más rechazan el país que acogió a sus
padres o a sus abuelos. Ven que ellos tuvieron que pasar muchas penalidades
para ser aceptados por la sociedad española, quizá tal vez a costa de relegar
la religión en una especie de relativismo que consideran intolerable.
Estos
jóvenes reclaman su propia identidad: la original y no la “adaptada a la
española”. Por eso fustigan y rechazan la sociedad de acogida que tan mal se
comportó con sus antepasados. No son jóvenes que se afilían necesariamente al
Estado Islámico o al terrorismo, no: son jóvenes que rechazan –en mayor o menor
medida— los valores de la sociedad que los acogió y reclaman sus valores
propios.
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