(Aleteia) Europa cumple este fin de semana los 60 años de su
existencia. Lo celebran los presidentes y jefes de Estado de los 28 en Roma,
donde se firmó el famoso Tratado que dio origen al desarrollo posterior de la
Unión Europea hasta nuestros días. Los máximos dirigentes europeos serán
recibidos por el papa Francisco el viernes por la tarde. El Papa ya habló de
Europa, también en Roma, cuando recibió el Premio Carlomagno el año pasado.
En estas efemérides siempre se hace un balance del recorrido
histórico y de las propuestas futuras. Es evidente que hoy Europa se encuentra en
una encrucijada histórica que afecta a su propio ser, a su identidad. Tenemos
una Europa golpeada por el “Bréxit”
británico y arañada seriamente por los nacionalismos y populismos, de derecha (y
también de izquierda) que pretenden romper Europa a fin de –dicen--
“recuperar la propia soberanía”. No al euro, no a la UE y no a los inmigrantes,
“causantes” del terrorismo yihadista,
dogmatizan en sus campañas electorales los partidos populistas y xenófobos.
Los populistas pretenden recuperar el esplendor de sus
países en el Siglo XIX, en un “volver atrás” en la historia, sin ninguna
garantía de éxito, en este mundo globalizado. Dentro de un mes serán las
elecciones francesas ante el temor de un “frexit”, y en septiembre las
alemanas.
Estamos ante una Europa con una clara pérdida de apoyo de
los ciudadanos dentro de los estados miembros y una pérdida de su identidad por
la que fue creada. Por eso, con motivo del 60 aniversario, cabe preguntarse: ¿Adónde vas Europa?
Europa vivió y se construyó sobre las cenizas de la Segunda
Guerra Mundial y bajo la amenaza del Comunismo y la Guerra Fría, y al resguardo
de la potencia militar de Estado Unidos a través de la Alianza Atlántica. Hoy
no hay ninguna potencia comunista en Europa, pero esta vive zarandeada por los
dos gigantes: Estados Unidos y Rusia, bajo las presidencias de Donald Trump y
Vladimir Putin. Algunos pesimistas predicen el final de la Unión Europea,
mientras que otros piensan que la
situación actual es una gran oportunidad para que Europa esté más unida y repare
los errores cometidos con la
implantación del euro y con la gestión de la fuerte crisis económica, que
ha dejado a los jóvenes a la intemperie y a buena parte de las clases medias
más empobrecidas.
El futuro de Europa
pasa precisamente por una mayor unidad de los estados europeos en aras a
conseguir una política de seguridad y exterior comunes, una unión bancaria
verdadera, una política energética común y la armonización de las políticas
fiscales, entre otros muchos retos. En definitiva, el futuro de Europa pasa para que los estados cedan más soberanía y que
las instituciones europeas, demasiado tecnocráticas, entren de lleno en las
aspiraciones democráticas de los europeos, consiguiendo que su “gobierno” o
Comisión, que ahora preside el luxemburgués Jean-Claude Juncker, sean
elegidas por los pueblos del continente, y que el Parlamento Europeo tenga más
competencias y sea más eficaz en su control del ejecutivo.
La historia de la Unión Europea –nadie lo niega—ha sido una
historia de un éxito en favor de la paz y del bienestar de los ciudadanos,
mediante una política de consenso permanente entre las dos fuerzas
predominantes en los distintos países: la Democracia Cristiana o Partido
popular y la Socialdemocracia. Esta última está en crisis ahora, pero ha sido
pieza fundamental en la construcción de Europa. No olvidemos que el embrión de
Europa lo formaron los líderes que salieron de la Segunda Guerra Mundial (Konrad Adenauer, Robert Schuman, Jean Monnet, Alcide de Gasperi,
Paul-Henri Spaak y también en cierta medida Winston Churchill).
Están apareciendo estos días artículos y libros sobre la
Europa del pasado y la Europa del futuro. Un libro muy documentado es el del
economista y humanista Víctor Pou, profesor universitario que ocupó altos
cargos en la Unión Europea, titulado “¿Hacia la deconstrucción de la Unión
Europea?” Defiende vencer los egoísmos nacionales, ceder soberanía y caminar con pasos firmes y desacomplejados
hacia la creación de una política global común hasta llegar a una
federación de estados. Rechaza la llamada Europa de dos velocidades.
Francia, dice Pou, debería ser menos “nacionalista” y ceder más
soberanía a la Unión, como hizo Alemania con el euro, y Alemania debería dejarse
de complejos –por evidentes razones históricas ocurridas en los siglos XIX y
XX- y marchar con Francia al frente de Europa. No olvidemos que la Unión
Europea y la Alianza Atlántica se crearon principalmente para resolver los
problemas entre Francia y Alemania, países que protagonizaron guerras casi
permanentes en el viejo continente.
Decía el papa
Francisco, cuando le entregaron el Premio Carlomagno en mayo de 2016, que
“sueña con una Europa” joven, creativa, no anquilosada y envejecida, que apoye
la natalidad y se preocupe de los “derechos” y también “deberes” de todos los
ciudadanos y no solamente de los números. También criticó que Europa se haya
“atrincherado en lugar de promover los valores humanistas”.
El historiador y publicista británico, Timothy Garton Ash, ha dicho, parafraseando a Churchill, que la Europa en la que vivimos
ahora “es la peor Europa posible”, si exceptuamos todas las anteriores Europas
ensayadas en el pasado.
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