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Empieza el curso escolar i continúan los prejuicios contra la enseñanza religiosa



Empieza un nuevo curso académico, empieza la vida de la escuela, con sus esperanzas y sus temores, y también con muchas ilusiones y afanes. Muchos niños y los buenos profesores anhelan el nuevo curso; unos porque quieren ver de nuevo a sus amigos y otros, los profesores, porque el curso es un nuevo reto, con los mismos o distintos alumnos que el curso pasado. En cada curso que empieza hay un tema que sobrevuela sobre todo el sistema educativo: la libertad en la enseñanza: libertad de los padres, de los profesores y de los alumnos.
La libertad humana, del tipo que sea, requiere que sea conquistada cada día. Esto vale para la libertad sindical, la libertad política, la libertad de expresión, pero muy en especial para la libertad religiosa o la libertad de enseñanza. Hay muchos prejuicios en las sociedades modernas sobre la religión y la enseñanza religiosa.
La libertad de pensamiento, la libertad de expresión,  la libertad de crear asociaciones políticas o sindicales de todo tipo parece hoy un derecho incuestionable; sin embargo, la libertad religiosa y la de enseñanza tienen límites impuestos por los poderes públicos quienes precisamente tienen como misión la salvaguarda del conjunto de derechos y libertades de los ciudadanos.
No son pocos los que quieren un modelo educativo “único” (no plural), “laico” (que excluye todo lo religioso porque “no es bueno para los ciudadanos”, dicen) y “público” (solo los poderes públicos, afirman, pueden gestionar escuelas que reciben fondos públicos y nadie más, porque si no, se va contra el igualitarismo).
Esta concepción de escuela “única, laica y pública” niega cuatro principios y derechos fundamentales: la libertad de pensamiento y expresión, la libertad religiosa, la libertad de empresa y la libertad de enseñanza. El pluralismo escolar es la respuesta adecuada por parte de los poderes públicos al pluralismo cultural, ideológico y religioso de la sociedad.
La libertad de enseñanza es uno derechos fundamentales contemplados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, suscrita por todos los países democráticos.
(En su artículo 26, 3, establece: “Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos".
El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales reafirma los mismos elementos: artículo 13, 3. “Los Estados Partes en el presente Pacto se comprometen a respetar la libertad de los padres (...) de escoger para sus hijos (...) escuelas distintas de las creadas por las autoridades públicas… para que sus hijos (...) reciban la educación religiosa o moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones”.)
Porque ¿de quién es el derecho a la educación? Es un derecho que tienen los padres; no lo tienen el Estado, ni el sindicato, ni el municipio, ni la empresa. Los padres son los primeros y principales responsables de la educación de sus hijos. El Estado debe garantizar una enseñanza con niveles mínimos suficientes para todos los ciudadanos, que sea de calidad y gratuita, pero no debe entrometerse en los modelos educativos, que hay muchos y muy buenos.
Entonces, ¿por qué las fuerzas políticas son a veces reacias a la libertad de enseñanza? Simplemente por una cuestión ideológica, de aquellos que quieren, desde los poderes públicos, controlar la educación de sus ciudadanos, haciéndose los únicos depositarios de las verdades sobre el hombre y la mujer en su territorio y dicen: “esto conviene enseñar y aquello no conviene”. Y añaden: “No conviene que se enseñe religión en las escuelas”.
¿Deben ignorar los alumnos que en todas las civilizaciones del mundo el hecho religioso impregna una gran parte de la convivencia entre los ciudadanos? ¿O deben ignorar la influencia que tuvo la religión en el devenir histórico de sus países y de todos los países del mundo? Y si se desconoce la religión, ¿cómo se explica la historia, el arte, las ciencias humanas?
En muchas partes existe una presión mediática fuerte contra todo lo que huele a religión: unas veces contra las procesiones por las calles; otras contra las ayudas a la enseñanza obligatoria a las escuelas católicas, o a las que diferencian por sexo; otras que si hay que eliminar todos los símbolos religiosos en actos públicos; otras que si hay que quitar los nombres de santos o vírgenes en las plazas y calles y reemplazarlos por nombres de políticos insignes --y no tan insignes y ejemplares muchas veces-- etcétera.  

La batalla de la libertad religiosa y de enseñanza, será dura, larga y apasionada. Los defensores de la libertad, de todas las libertades, no podrán bajar la guardia nunca.

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