El tema de la educación sexual de los hijos ha sido afrontado con temor o con un pudor excesivo
por parte los padres, pensando (mal) que “otros” darán la información
necesaria al hijo o a la hija. La realidad hoy es que con la banalización de
todo lo sexual, de la procreación, y la poca valoración del pudor, el tema
requiere que sea tratado adecuadamente en el seno de las familias.
La información sexual
debe ser afrontada gradualmente, de acuerdo con la edad y la madurez del
adolescente, y desde el afecto hacia el hijo y la hija. Muchas veces da pereza,
no se encuentra el momento, se deja para más adelante, pasan los días y los
meses, y la información la reciben los adolescentes fuera de la familia sin
control de los padres. Es necesario por lo tanto proceder a una educación
sexual.
Así lo considera el papa Francisco, cuando dice: “Sí a la educación sexual”, en uno de
los apartados (AL, 280) de su Exhortación Apostólica sobre la Familia, “La
alegría del amor” (Amoris Laetitia).
Los niños y los adolescentes, conforme avanza la edad, y teniendo en cuenta su
progreso psicológico, hay que informarles sobre la sexualidad de las personas, la
cual es una “educación para el amor,
para la donación mutua”. De este
modo el lenguaje de la sexualidad no se ve empobrecido, sino iluminado”.
Hay que tener en cuenta, dice el papa Francisco, que “los
niños y los jóvenes no han alcanzado una madurez plena” y por eso la
información sobre la sexualidad debe darse “en el momento apropiado… No sirve saturarlos de datos, sin el desarrollo
de un sentido crítico ante una invasión de propuestas, ante la pornografía
descontrolada y la sobrecarga de estímulos que pueden mutilar la sexualidad”
(AL, 281).
Comenta el Papa, que hay que ayudar a los niños y
adolescentes a buscar las influencias positivas, al mismo tiempo que tomar
distancia de todo lo que “desfigura su capacidad de amar” (Idem).
La educación sexual
“que cuida un sano pudor, tiene un valor inmenso”, dice el Papa, a pesar de
considerarlo hoy como “de otras épocas”, añade (AL, 282). El pudor “es una
defensa natural de la persona que resguarda su interioridad y evita ser
convertida en puro objeto”.
“Sin pudor –dice el
Papa—podemos reducir el afecto y la sexualidad a obsesiones que nos concentran
solo en la genitalidad, en morbosidades que desfiguran nuestra capacidad de
amar y en diversas formas de violencia sexual que nos llevan a ser tratados de
modo inhumano o a dañar a otros”.
La sexualidad tiene
una “finalidad procreativa natural”, y resulta negativo centrar la
educación sexual como una invitación a “cuidarse”, o a procurar “sexo seguro”. “Es irresponsable” (AL, 283) que los
adolescentes “jueguen con sus cuerpos y deseos, como si tuvieran la
madurez, los valores y el compromiso mutuo y los objetivos propios del
matrimonio”, die la Exhortación Apostólica, y añade: “De este modo se les
alienta alegremente a utilizar a otra persona como objeto de búsqueda de
compensatorias carencias o de grandes límites”.
Lo importante en
la educación sexual es “enseñarles un
camino en torno a las diversas expresiones del amor, al cuidado mutuo, a la
ternura respetuosa, a la comunicación rica de sentido. Porque todo eso
prepara para un don de sí íntegro y generoso” que desembocará en el compromiso
de entrega total de los cuerpos en el matrimonio (Idem).
La atracción crea a veces la ilusión de la “unión” del amor,
pero es un espejismo, porque esta unión los deja tan separados como antes. “El lenguaje del cuerpo requiere el
paciente aprendizaje que permite interpretar y educar los propios deseos para entregarse
de verdad. Cuando se pretende
entregar todo de golpe es posible que no se entregue nada”. Una cosa es
comprender “la fragilidad de los adolescentes y otra prolongar la inmadurez de
su forma de amar”. Y termina el papa Francisco: “Se toma demasiado a la ligera
la educación sexual” (AL, 284).
Un ingrediente también de la educación sexual es “el respeto y la valoración de la
diferencia” y ayudar a aceptar el propio cuerpo tal como ha sido creado. “La
valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para
reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente” (AL, 285). “No podemos separar lo que es masculino y
femenino de la obra creada por Dios, que es anterior a todas nuestras
decisiones y experiencias, donde hay elementos biológicos que es imposible
ignorar. Pero también es verdad que lo
masculino y lo femenino no son algo rígido”.
Por este último motivo, la
masculinidad del esposo puede adaptarse a la situación laboral de la esposa y “asumir tareas domésticas”,
que no quitan dignidad alguna a la figura paterna. “La rigidez” en materia de
roles en la sexualidad no educa a los niños y a los jóvenes, incluso “puede
impedir el desarrollo de las capacidades” como el arte o la danza para los
chicos o la conducción para las chicas.
“Y aunque esto gracias a Dios ha cambiado en unos lugares”,
termina el papa Francisco, en otros “ciertas concepciones inadecuadas siguen
condicionando la legítima libertad y mutilando el auténtico desarrollo de la
identidad concreta de los hijos” (AL, 286).
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