(Aleteia.org) ¿Hasta dónde llega la libertad de expresión y comienza el
lenguaje irreverente, soez, grosero y blasfemo? Una de las conquistas del hombre
moderno, estampada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es la
libertad que tiene el hombre, todo hombre, a expresar libremente su
pensamiento. Y esto, salvo en los países dictatoriales o teocráticos, lo
mantienen en casi todo el mundo.
Ahora bien, este derecho no es un verso suelto en el
conjunto de los derechos humanos, y tampoco está por encima de los demás
derechos humanos. Las personas tienen derecho a la honorabilidad y a su
integridad física y moral.
En cuanto a la integridad física está claro que la libertad
de expresión queda limitada por no incitar a la violencia (“¡A este le voy a
matar, a él y a toda su familia!”). ¿Su puede decir públicamente? ¡Claro que se
puede decir!, pero a quien lo diga no le puede salir gratis. O para ser más
suaves: ¿aceptamos el bulling o acoso
escolar como libertad de expresión? ¿Ni aunque sea por medio de las redes
sociales? ¿Aceptamos la violencia machista verbal contra las mujeres?
Los hombres y las mujeres con las palabras pueden herir más
que con un hacha. Dice el refrán: “por la boca muere el pez”. Y dice el
Evangelio (Mt, 15, 17) que “lo que sale de la bioca viene del corazón y
contamina al hombre”, y a veces “la lengua
es un fuego, un mundo de iniquidad” (Santiago, 3, 6). Y también ¿Es
correcto insultar a los padres, maltratarlos de palabra? ¿No sería libertad de
expresión? Podríamos decir, “¡Maldita sea tu puta madre!” ¿Es libertad de
expresión? ¿Por qué no, si así lo pienso?
¿Podemos injuriar o calumniar lo más íntimo a las
personas? La madre, la mujer, los hijos…
y ¡Dios! Para los creyentes Dios es lo más importante, porque Dios es el
Creador de todo, y por lo tanto de la familia, “la familia que Dios me ha dado”,
se dice. Ofender a Dios es tan importante o más que ofender a la familia y en
consecuencia no existe ningún derecho a blasfemar (pronunciar injurias contra
algo o alguien sagrado, según el Diccionario de la RAE).
La democracia exige que la convivencia entre los ciudadanos
esté basada en la corrección, en las palabras y en las formas. De no ser así,
de no existir ningún respeto hacia el otro, la democracia estaría herida en su
esencia, y aquella vida pseudo-democrática sería tan insoportable como una
dictadura.
Vivir en democracia es respetar al que piensa distinto de lo
que yo pienso. Si no existe este respeto y se va al insulto, a las palabras
soeces, a expresiones corporales injuriosas, entonces la libertad de expresión,
tan importante como es, se transforma en una pornografía de la lengua y de la
palabra. Y esta pornografía contagia el ambiente social, lo degrada, y hace que
nadie se sienta cómodo en la sociedad en la que vive. Sin el respeto de unos
con los otros no se puede afirmar que hay libertad de expresión en un país.
Entonces muchos se peguntarán por qué en la sociedad española
se ha tomado la licencia de blasfemar en público, con el aplauso incluso de las
autoridades. En Madrid se gritó aquello de que “quiten los rosarios de nuestros
ovarios”, y la encausada declaró ante el tribunal que la enjuiciaba que
quitarse la camisa y quedarse en sujetador en una iglesia “no molesta ya a
nadie”. Si es así, ¿por qué no fue sin camisa delante del tribunal? ¡Le habrían
acusado de desacato! ¿Y no es desacato entrar en una capilla católica en la Universidad
en sujetador y con gritos blasfemos?
Y además: ¿No es desacato “recitar una poesía” (dijeron que
era “una pieza literaria” (sic!)) una concatenación de expresiones blasfemas
utilizando el hilo argumental del Padrenuestro? ¡Mereció los aplausos de la
alcaldesa de Barcelona, Ada Colau! Aquello, dijeron los portavoces municipales,
era “libertad de expresión, y libertad de expresión artística”. También en
Zaragoza se utilizó el terrorismo de ETA como instrumento justificable. Y en un
guion de títeres para niños se exaltaba la violencia terrorista y la violencia contra
jueces y religiosas.
Mal se camina en España por la senda de la libertad y de la
democracia, si prevalecen la injuria, la blasfemia y lo soez. Si no hay
responsabilidad y respeto hacia los demás, la libertad deja de ser un atributo
fundamental de la persona, porque prevalece el insulto, la calumnia, el
ultraje, la grosería, lo irreverente. Entonces el lenguaje público carecerá del
respeto que se merecen los ciudadanos, y la convivencia, la tolerancia, darán
paso a la barbarie del insulto, la injuria y la calumnia. La democracia
brillará por su ausencia. No todo vale.
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