Con la
llegada del papa Francisco se ha puesto mucho más el acento pastoral en la
opción por los pobres y la visión de un Dios lleno de Misericordia, que va en
busca del hombre, como el pastor que busca la oveja descarriada en las
periferias de los rebaños. Hoy se ha puesto mucho más el centro en la acción
social de las organizaciones de la Iglesia católica.
La
acción caritativa de la Iglesia está ya en su mismo origen, en que Jesucristo
da pan, cura a los más necesitados y les perdona los pecados, y el mismo san Pablo
organiza una colecta para los hermanos de Jerusalén más necesitados. Y en estos
dos milenios, numerosísimas organizaciones, religiosas y laicas, de la Iglesia
han contribuido de modo muy eficaz a la distribución de bienes, a socorrer a
los pobres y enfermos (desde la lepra al sida), a dar cultura y alfabetización
a las poblaciones que carecían de ella, a atender a los presos, a los esclavos
(como san Pedro Claver) y redimir a los cautivos (como los Trinitarios y los Mercedarios,
que entregaban su libertad por la libertad de un hermano), a cuidar a los
ancianos, a los huérfanos, a los niños de familias desestructuradas, y un largo
etcétera. El ejercicio de la caridad siempre ha estado presente, a veces vivida
con mucho heroísmo en la Iglesia.
No
cabrían en este ni en muchos artículos la cantidad de organizaciones de la
Iglesia que hacen y han hecho su razón de ser vivir el amor a Dios a través de
la caridad con el prójimo en sus más perentorias necesidades, hasta los más
indigentes del planeta Tierra, estén donde estén y a lo largo y ancho de la
historia de estos dos mil años. Desde los Hermanos de San Juan de Dios, hasta
las religiosas hospitalarias, las Hermanitas de los Pobres, la inmensa labor
los franciscanos de San Francisco de Asís que se hizo pobre entre los pobres,
el servicio de Cáritas que da techo y comida a quien no la tiene, y tantas
obras de obispos, sacerdotes y laicos. La Iglesia ha vivido así las siete Obras
de Misericordia, tanto corporales como
espirituales, que hoy reclama el papa Francisco.
Pero es
más, hay religiosas, como las de Madre Teresa de Calcuta --que están con los
más pobres y con enfermos terminales, con los moribundos y abandonados-- las
cuales no quieren dar publicidad a su actividad, porque –contestan—“todo lo que
hacemos es para agradar a Dios y no buscamos el aplauso de los hombres”. Nosotros
mismos somos testigos de ello al encontrarnos ante reportajes que no se han
publicado por respeto al carisma de estas instituciones. La caridad tiene una
componente de silencio, no se pregona por las calles o en los medios de
comunicación, porque es esencialmente amor a Dios y al prójimo, en lo oculto,
viviendo lo que dijo Jesucristo, que tu mano derecha no sepa lo que hace tu
izquierda.
Y
ahora, cuando hablamos de la ayuda del Estado a la Iglesia, lo decimos en
reconocimiento de los beneficios que presta Iglesia a los ciudadanos, que gracias
a estos el Estado se ahorra mucho dinero. El Estado, tal como lo ve la Iglesia,
debe cubrir el servicio a los ciudadanos allá donde no lleguen las ayudas de
las sociedades intermedias. Si estas sociedades intermedias, religiosas o no,
dejaran su labor caritativa, al Estado se le crearía un problema no solo asistencial,
sino también financiero, para atender “todas” las necesidades de la ciudadanía.
Por eso, el Estado debe reconocer la labor asistencial y caritativa de la
Iglesia, ayudando a su financiación.
Hay un
segundo aspecto: la Iglesia, predicando el Reino de Dios y administrando los
sacramentos, ayuda a la felicidad y a la concordia --y por lo tanto a la cohesión--
de la sociedad, porque actúa como un llamamiento a la paz y al amor entre los
hombres, lo cual es un bien en sí mismo. En este aspecto, la Iglesia prefiere
vivir de la aportación voluntaria de los fieles y evitar depender de los
organismos políticos.
Es
evidente que lo dicho hasta ahora solo se puede entender dentro de un Estado
libre, donde se respetan las libertades más elementales, entre ellas la
libertad económica y de empresa y la libertad religiosa. Las ideologías
totalitarias, como el marxismo o el fundamentalismo, niegan cualquier función
asistencial a las sociedades intermedias. Bajo el paraguas único del Estado solo
a este le corresponde atender a los ciudadanos, y nadie más.
Grave
error sería para el Estado ignorar la tarea asistencial de la Iglesia, ya que
no podría atender todas las necesidades de los ciudadanos, por una parte, y
eliminaría la libertad de iniciativa para las acciones sociales y caritativas
de los ciudadanos. Solo los Estados totalitarios eliminan las libertades
individuales y colectivas para hacer recaer todo el peso de cualquier
iniciativa asistencial en la clase política dirigente, o lo que es lo mismo, en
las estructuras burocráticas del Estado.
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