(Aleteia) El
acontecimiento histórico más importante e impresionante de la segunda mitad del
Siglo XX fue la caída del Muro de Berlín, de manos de los propios habitantes de
la Alemania Oriental comunista llamada también República Democrática Alemana.
La caída del Muro de Berlín es un hito histórico que simboliza la caída de los
regímenes comunistas del Este de Europa y la recuperación de la libertad,
ahogada por el totalitarismo comunista, de países como Polonia, Alemania
Oriental, Hungría, Bulgaria, Yugoslavia, Rumanía, Estonia, Letonia, Lituania,
Rusia, Ucrania, Albania y los países asiáticos ex soviéticos.
Como
dice Luigi Geninazzi (La Atlántida Roja,
2014), corresponsal en los países comunistas en aquellos momentos, el Muro
no cayó, sino que “lo derribaron” los defensores de la libertad. La caída del
muro es un hecho simbólico que marca en realidad la caída de los regímenes totalitarios
comunistas del centro y este de Europa. El Muro de Berlín cayó porque la
revolución sindicalista en Polonia había vencido al Estado que –paradojas de la
historia—llevaba el apellido de “Obrero” y construido para los “obreros”, es
decir al comunismo. El líder de este movimiento, un luchador obrero, un
electricista de los astilleros de Danzig, Lech Walesa, fundador y líder del
sindicato Solidarnosk, quien hizo de
la solidaridad obrera su bandera, sin rencores, ni odios para nadie, ni
siquiera para sus propios carceleros y torturadores, y sin violencia. El venció
al régimen
totalitario de la mentira y del odio, pacíficamente,
simplemente con la defensa de los derechos humanos y sindicales de los
trabajadores.
Si Walesa fue el brazo ejecutor,
el que impulsó y alentó la rebelión pacífica frente al comunismo fue el papa
Juan Pablo II, autor espiritual e intelectual de la misma, quien al inicio del
pontificado dijo. “¡No tengáis miedo, no tengáis miedo de seguir a Cristo!”.
Walesa, que llegó a presidente de Polonia, en nuestros días propone (en un
artículo, 2014) la solidaridad entre los
estados que es la vía pacífica para eliminar los desequilibrios económicos. El
ingreso de Ucrania a Europa –dice Walesa-- comportará sacrificios a la
agricultura en Italia y Polonia (y yo añadiría en España y Francia). ¿Cómo
puede ser un mundo sin solidaridad entre los estados? “Sobre las ruinas del
comunismo –añade Walesa-- ha nacido un capitalismo de nuevo cuño, totalizante y
agresivo: ¿es posible una economía de libre mercado que no sea sinónimo de
egoísmo e injusticia social?”. ¿Cuáles son los pilares de la nueva democracia?,
son preguntas sin respuesta todavía hoy.
Un vacío histórico
Los españoles, portugueses y latinoamericanos tenemos un vacío
histórico: no haber vivido el nazismo ni la Segunda Guerra Mundial ni la post
guerra. Este vacío es más profundo en quienes no han vivido en algún país
europeo en los últimos 60 años. A un joven español si le preguntas por “la
guerra” entiende la guerra civil española, cuando la Segunda Guerra Mundial fue
muchísimo más importante y llenó campos y llanuras europeas de cadáveres. No
ignoran el nazismo, ni los campos de concentración nazis, ni el holocausto, ni la
partición de Europa en los acuerdos de Yalta (1945) donde el astuto Stalin, el
dictador soviético, supo sacar la mejor parte, anexionándose los territorios
que luego sería “liberados” por los defensores de la libertad. No lo ignoran,
porque lo han leído y lo han visto en películas, y por eso les parece que hay
algo de ficción. No haber vivido este pedazo de historia coloca a muchos
españoles, portugueses y latinoamericanos en off-side ante la segunda mitad del siglo XX y principios del siglo
XXI, en Europa.
Este vacío histórico hace que estos
países sean poco críticos con el comunismo, pues fueron los comunistas los
principales artífices de la oposición al régimen de Franco, y a las dictaduras
portuguesa y latinoamericanas. Por eso ignoramos lo que pasó detrás del telón
de acero y lo que sabemos está dulcificado por el tamiz de una izquierda
marxistizante. Todavía hoy en esos países se cree que el comunismo europeo no
fue tan cruel como lo pintan quienes lo vivieron. La causa comunista tuvo muchos
adeptos, incluso entre católicos.
Recuerdo un concierto en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, en
1988, poco después de ser proclamada esta ciudad sede Olímpica para 1992, de la
Orquesta Sinfónica de Berlín-Este (comunista) que interpretó el “Himno de la Alegría” de Beethoven: hizo
llorar a los asistentes, entre los que estaba Juan Antonio Samaranch, porque
era más bien “Himno de la tristeza”. La
orquesta ya vivía el preludio de la caída del Muro de Berlín y fue contratada
por el ayuntamiento socialista de Pasqual Maragall, ignorando el cercano final
del imperio soviético. Para la izquierda de estos países el “socialismo real”
practicado por los comunistas en Europa, tuvo errores pero no se ha condenado el
sistema totalitario globalmente. Hoy vivimos las consecuencias.
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