Por Salvador Aragonés
Doctor en Periodismo y profesor emérito de la UIC
Los medios de comunicación, intentando buscar
historias de impacto sobre la opinión pública, han encontrado un filón sobre los
espías, y eso tiene morbo y la gente lo sigue sin conocer bien qué es esto del espionaje en el
mundo de hoy.
Desde que el mundo es mundo, o mejor dicho desde que
el hombre es hombre, el espionaje –saber lo que hace o deja de hacer el vecino,
tanto si es amigo como si no—se ha practicado de modo habitual. ¿Ni espiaba
Caín lo que hacía Abel hasta el punto que lo mató? Pues desde Caín y Abel los
espías no han cesado.
Sería interminable un elenco de hechos sobre espías a
lo largo de la historia. Se conocen algunos más clamorosos que otros, pero
ningún país, ninguna entidad por pequeña que sea ha dejado de gastar esfuerzos
en conocer lo que hace el vecino, por muy amigo que sea. Recuerdo en las
comarcas de Tarragona, cuando las minas bajaban agua más o menos abundantes, el
espionaje que existía entre la comunidad de regantes, para que nadie cogiera el
agua antes de la hora que le tocaba. ¡Hasta hubo muertos! La toma del agua se
realizaba mediante un pacto de caballeros, pero casi nadie se fiaba. En
Valencia se instituyó el Tribunal de les Aigües que ha sobrevivido en el
tiempo, con un enorme prestigio popular.
Pues desde las comunidades de regantes, pasando por
los ayuntamientos y entidades de mayor relieve social y político, no han
faltado los espías, informadores a veces voluntarios porque creían que su
actividad ayudaba a la justicia, y en otras actividades lucrativas porque
espiar proporcionaba a terratenientes, industriales y a los estados unos datos
preciosos que determinaban la orientación de sus políticas. No olvidemos que
Catalunya ha sido tierra de espías, no solo Joan Pujol que era un espía doble y
que fue fundamental para que los nazis no creyeran en el desembarco aliado
sería en Normandía, sino el espía que Jaume Ramón Mercader del que Stalin se
valió para asesinar a Trotski, el mismo Josep Pla espiaba para Franco, al igual
que Carlos Sentís, llamado “l’espion du
Franco”, cuando ejercía de corresponsal en Londres y otros países. Josep
Pla ha sido un grandísimo y prolífico escritor, pero que su “pecado original”
de espiar por Franco lo han dejado bastante silenciado
¿Y resulta que nos escandalizamos que los Estados
Unidos espiaran a Alemania? ¿O desde cuándo que Alemania no espía a los Estados
Unidos? El espionaje hoy es mucho más prolífico y abundante –y se gana más
dinero—cuando se trata de tecnología o de nueva tecnología, o de los avances
tecnológicos y empresariales de un país. ¿Nos hemos olvidado de José Ignacio
López de Arriortúa (Superlópez), acusado de espionaje cuando pasó de trabajar
como primer ejecutivo de la Volkswagen alemana a primer ejecutivo de la General Motors?
A veces leyendo los medios parece que seamos ingenuos.
Hoy ya no se llaman Servicios de Espionaje, sino “Servicios de Información”.
Personalmente me sabe mal, pues como periodista me considero un informador, un
profesional que cuenta al público, a un público amplio, lo que ocurre en el
mundo. En cambio los llamados “Servicios de Información” en realidad son
servicios secretos que informan a un estrechísimo grupo de personas con mucho
poder dentro de su organización militar o civil, política o industrial, de
informaciones o temas, a veces con escaso interés general, obtenidos por medios
lícitos y tantas veces ilícitos -- por medio de la tortura, el engaño o el
dinero—y que no van al gran público. Un periodista y un espía nada tienen que
ver: el periodista necesita contar a su público lo que ha visto y por ello
cobra un salario, el espía debe ocultar al gran público lo que ve y contarlo a
una organización, la cual hace un uso determinado de esa información.
Pero periodistas y espías se encuentran a la hora de
buscar información, y a veces entre periodistas y espías hay intercambio de
información. Lo digo porque lo he visto. Para los periodistas corresponsales en
el extranjero de los países comunistas, su principal misión era informar de lo
que veían a sus servicios secretos, porque misión principal suya era la defensa
de los regímenes socialistas. Luego contaban historias que “convenían” a sus ciudadanos que vivían
protegidos informativamente hablado dentro
de un régimen de control total de la información pública.
Y también se podían y se pueden encontrar espías
entre periodistas británicos y estadounidenses. Gran Bretaña ha tenido espías
famosos como Winston Churchill, Graham Green o John Le Carré, todos ellos
ejerciendo como periodistas. También ha habido famosos espías norteamericanos
como hemos visto en Wikileaks y en tantas historias.
También los ha habido periodistas espías en la España
moderna. Algunos eran periodistas que
espiaban por el régimen de Franco, que tenía como canalizador oficial a Manuel
Fraga Iribarne. En este caso unos eran periodistas que ejercían como tales,
otros eran espías por su lealtad al régimen y otros eran funcionarios con
ropaje de periodistas que tenían como misión lo que los periodistas contábamos
en privado, o determinados personajes públicos comentaban en comidas y cenas
privadas. Franco sin embargo tenía un servicio de información muy eficaz: el de
la Guardia Civil. Escuchaba lo que le decían otros servicios, pero el
importante para él era este de la Guardia Civil.
Personalmente puedo decir, en mi ya dilatada
profesión, que me he encontrado espías de todo pelaje: unos los descubrí, otros
nunca los descubriré y un tercer grupo son los que eran incluso amigos míos y
que no sabía que eran espías. Recuerdo un alemán, Alfons Waschbusch,
corresponsal de la KNA, la agencia católica alemana, que pasaba informaciones a
la SB, los servicios secretos de la Polonia comunista, y a la Stasi, los temibles servicios secretos
de la RDA (República Democrática Alemana) o Alemania comunista. Alfons era un
buen muchacho y nunca dudé de él. Pero al salir el libro “Spies in the Vatican”, de John Koehler, me quedé de piedra. En ese
libro Koehler cuenta una serie de detalles sobre las informaciones pasadas por
Alfons a los comunistas durante el pontificado de Juan Pablo II. No tuve más remedio
que citarlo en mi libro “El Papa, Italia,
el comunismo y el diario del Vaticano” (Cultivalibros 2012, segunda
edición).
Hoy algunos me preguntan por el espía Snowden. No
conozco la historia, pero veo en él un hombre tímido, con un cierto aire de notoriedad,
tal vez un ingenuo que no sabía calcular las consecuencias al pasar información
al público. No creo que sea un héroe. Habrá que esperar conocer mejor al
personaje. De todas formas revelar información confidencial de la empresa por
la cual trabajas éticamente es complicado justificar, como no sea para salvar
valores superiores. Los Estados Unidos han tenido espías que no han sabido
controlar tal vez porque no los han elegido bien y algunos de ellos se han
convertido en dictadores anti norteamericanos en países de América Latina.
Comentarios
Publicar un comentario