¿Es posible pensar en el
fin de las guerras? ¿No será una utopía?
Por Salvador Aragonés
La salida de los Estados Unidos de Afganistán, y de alguna manera la salida
de Francia de Mali, ponen de relieve que las intervenciones militares en países
concretos han llegado a su fin, y que el futuro se juega en la tecnología y en
la opinión pública. Y con ejércitos pequeños que manejan altas tecnologías.
Las intervenciones militares fueron la línea a seguir después de la “guerra
fría”. Los ejércitos mandaban tropas a distintos países con el fin de
transformar regímenes o por seguir la doctrina “Responsabilidad de proteger”.
En el primer caso nos encontramos con Irak y Afganistán, en la lucha contra
el terrorismo mundial, y en el segundo vemos a una Libia que quedó destruida.
En otras palabras, las intervenciones militares no han sido un éxito, sino
un fracaso donde se han perdido muchos hombres, mucho prestigio a nivel de
opinión pública y al final ha terminado con una retirada. Una permanencia de
tropas en un país, como el caso de Afganistán (Estados Unidos lleva 20 años)
supone un alto coste en vidas, de todos los bandos, un alto presupuesto, y al
final sin tener la aprobación de la opinión pública.
¿Cómo se puede diseñar la geoestretegia mundial en el futuro, sin
intervenciones militares? El futuro está
en la tecnología que puede ahorrar muchas vidas y aumentar la eficacia de la
gestión de los ejércitos.
Como dice Alberto Bueno, editor de Global Strategy, son evidentes en las
guerras de Siria, Libia y Nagorno-Karabaj (en el Cáucaso) el uso de drones no
tripulados contra los tanques. “El futuro –dice—es por tanto una combinación de
botas y bots, de “proxies” y píxeles, donde las situaciones que no son los de
una guerra abierta serán cada vez más importantes”.
Desgraciadamente, los analistas no contemplan el fin de las guerras, sino
una mayor atención a no dispendiar vidas y recursos y a ofrecer ayuda y
formación a los ejércitos nacionales donde se ha intervenido. Ni siquiera los
“cascos azules” de la ONU se sabe muy bien qué hacen y de cuya eficacia hay
mucho de qué hablar.
Según Bernardo Navazo, analista internacional, el mundo gira hacia un
régimen bipolar, entre Estados Unidos y China, donde las armas nucleares actúan
como un efecto pacificador que evitan una gran deflagración. Los conflictos
serán limitados. Europa actuaría en una zona “fronteriza” entre Los Estados
Unidos y China y la tónica de Ucrania “se extenderá al Norte de África
(Marruecos) y al mar Báltico.
Por su parte, Jesús Manuel Pérez Triana, colaborador de la “Revista
Ejércitos”, no cree en un enfrentamiento militar entre las dos potencias, y
se acabó la época en que los Estados Unidos actuaron como “hiperpotencia”, como
gendarmes del mundo. Hoy el Pentágono planifica una industria militar para
“guerras tecnológicas complejas de alta intensidad”.
De todas formas, los grandes diseñadores de estrategias bélicas y los productores
de armas, aunque sean tecnológicas, no paran. Siguen preparándose para la
guerra, aunque, dicen, de forma “un poco más civilizada” y con menor pérdidas
humanas.
Pero la guerra, sea del modo que sea, implica destrucción, “desata fuerzas
incontrolables que hacen un gran daño a las sociedades, a los más débiles, a la
fraternidad, al medio ambiente y a los bienes culturales, con pérdidas
irrecuperables para la comunidad global”, dice el papa Francisco (Fratelli
tutti, n.257).
Toda guerra, continúa el papa Francisco (ídem, 261), “es un fracaso de la
política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a
las fuerzas del mal”.
El objetivo es que no haya guerras. Sin embargo, ¿alguien ve un mundo sin
guerras? ¿No será una utopía? Porque mientras el hombre esté sobre la tierra,
habrá hombres buenos, pero también estará la cizaña. La siembra es buena, pero
no siempre cae en tierra abonada. Pero ¿qué sería un mundo sin sueños, sin
utopías?
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