
La formación del gobierno de Madrid, que tiene como base la
coalición PSOE-Podemos, necesita del apoyo de terceros para salir a flote. La
propuesta de Sánchez es un gobierno de matiz netamente republicano (por
Podemos, Esquerra Republicana, el PNV en su substancia, y el PSOE en una parte
no pequeña de sus filas).
Al Rey no le dejan más que salir en algún telediario. Restá como
desaparecido. El rey Felipe VI programa sus apariciones casi siempre con la
reina Letizia, sin dar pábulo a desavenencias familiares, porque de haberlas
perjudicaría más a la Monarquía, entendida como una unidad familiar que reina
en España por derechos históricos y por haberlo aprobado el pueblo en la
Constitución de 1979.
Ahora al Rey se le ve más por televisión en actos oficiales
y menos oficiales. Su popularidad, en Catalunya en el País Vasco, está bajo mínimos.
Pedro Sánchez, a pesar del poco éxito electoral, se pasea por el país como un
presidente de la República en funciones y se presenta como garante del Estado
de Derecho y de la Constitución, a pesar de sus pactos con Podemos, Esquerra
Republicana y Bildu.
He oído muchas voces sobre el futuro gobierno que quiere
hacer Sánchez. Quiere ensayar la fórmula con cuatro partidos, los cuales tres
han perdido diputados en las anteriores elecciones: PSOE, Podemos y Esquerra y
uno los ha mantenido (PNV). Quiere un ensayo con comunistas, lo que hasta ahora
ha evitado el socialismo moderno en España, y –eso es más serio—con los
independentistas recalcitrantes de Esquerra Republicana. Porque Esquerra tiene
la independencia puesta en su ADN y toda su acción política tiende a conseguir
la independencia de Catalunya. Eso sí, por vías más pacíficas y racionales que
el tándem Puigdemont-Torra, herederos del pujolismo.
Por otro lado, Esquerra Republicana está perfectamente
coordinada con Bildu: van en coalición en las elecciones europeas, son
continuas las invitaciones del Bildu a Catalunya y viceversa, se hacen fotos,
Arnaldo Otegui da lecciones de cómo actuar (“mejor sin violencia”, dijo).
Gabriel Rufián es el mismo hombre que hace un año escandalizaba a muchos por
sus tuits mordaces, como “155 monedas de oro”, y hasta insultantes y
denigrantes en sus intervenciones en el Pleno del Congreso, como cuando se
refirió al PSOE de Felipe González. Hoy, además, se pasea por los despachos con
la educción que le ha dado madre naturaleza. Esquerra es, además, ferviente
contraria a la monarquía, la de Felipe VI y las demás.
En Catalunya se aplaude --por una parte de la burguesía--
que Esquerra participe en el gobierno central, porque puede ayudar a resolver
el problema catalán, sin tener en cuenta que para Esquerra el problema catalán
solo tiene una salida: referéndum de autodeterminación e independencia. Lo
demás son tácticas florentinas. Esquerra está aprovechando la debilidad del
gobierno de Pedro Sánchez y de las instituciones españolas para trazar su
camino hacia la independencia. Decir
otra cosa, otros objetivos –como granjearse al PSC para la aprobación de los
presupuestos catalanes—es desconocer al partido y desviar la mirada hacia el
objetivo central de la acción política de ERC, que es la de Oriol Junqueras: la
independencia de Catalunya.
Es sintomático que Pedro Sánchez no hablara con el líder del
Partido Popular, Pablo Casado, tras las elecciones, siendo éste el líder del
partido de la oposición. Aunque fuera por cortesía. A las pocas horas tenía ya formada
una coalición del gobierno PSOE-Podemos, sin mayoría del Congreso, y ante un
panorama político con un Congreso está muy fraccionado, formado por 16 partidos
políticos.
Sin decir nada en el terreno económico, está claro que, si
España quiere salirse de esta crisis institucional, deberán formarse grandes
pactos entre los grandes partidos constitucionalistas, que tienen amplia
mayoría en el Congreso y el Senado. No es la división lo que en estos momentos
conviene, desde nuestro punto de vista, sino la unidad para mirar al futuro,
con sentido de Estado, por el bien de todos los ciudadanos. España hay que
re-construirla.
Las consultas a las bases de los partidos, con índices de
aprobación de más del 90 por 100, no indica, por principio, una mayor
democracia. Porque vamos a ver: ¿los partidos son de los militantes o de los
ciudadanos que los votan? Cuando Helmut Kohl decidió la unificación de las dos alemanias,
no consultó a las bases de su partido, pues tal vez hubiera perdido. Las
grandes decisiones las toman los líderes con visión de futuro y “escuchando” lo
que quiere la mayoría del pueblo.
Comentarios
Publicar un comentario