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Avanzamos hacia un referéndum que no está ni convocado



En Cataluña avanzamos hacia un referéndum  que no está convocado, que no hay urnas, que no hay seguridad (solo la palabra del nuevo conseller Joaquim Forn que asegura que los Mossos d’Esquadra garantizarán la seguridad), no hay censo garantizado, no hay una autoridad electoral (la Junta Electoral (Sindicatura) está formada por personas del “Sí”), no hay ley de referéndum (solo borradores y promesas), no hay control democrático en las mesas, ningún estado (¿tal vez Maduro?) ha dicho que acepta este referéndum…

Además, no hay base legal para convocar un referéndum de autodeterminación, pues hay leyes y convocatorias anunciadas, pero no publicadas. Nada se publica ni en el BOPC (el Boletín del Parlament) ni en el DOGC (Diario Oficial de la Generalitat). Y quedan dos meses para la celebración del referéndum ¡y sigue sin publicarse su convocatoria y la ley que lo acompañe! ¿Quieren aprobarlo todo en una noche de verano shakesperiana o en el ferragosto?

La lista podría ser interminable. Lo único que hay es una serie de consellers de la línea dura independentista (“talibanes” les llaman), que vienen del entorno de la familia Pujol Ferrusola, dispuestos a todo, eso sí mancomunadamente. El líder de Esquerra Republicana, Oriol Junqueras, ya dijo desde el primer día que de firmar él solo, nada de nada. La realidad es que hasta la fecha no ha firmado nada que le comprometiera. Es el más listo de todos. Y algunos consellers están poniendo a reparo sus bienes, al decir de algunos, por si las moscas.

La verdad es que en las esferas políticas independentistas se nota nerviosismo: han de inventar cinco o seis o más modos distintos de hacer las cosas para que no les pille la justicia española. Su estrategia es provocar, por si alguien de Madrid se equivoca y envía en falso a un Guardia Civil.

Se acabó la revolución de las sonrisas. Esto se hacía cuando el referéndum (el de 2014) se hizo sin la presión de Madrid, o al menos sin la presión que hay ahora. Nada gustaría más a los independentistas que viniera el Ejército y tomara la Generalitat, o cuando menos que fuera la Guardia Civil.

Mientras tanto se han gastado millones –con el dinero de todos los catalanes-- haciendo propaganda antiespañola por los cuatro vientos en el mundo entero, o como dicen, por tierra, mar y aire. Han buscado firmas de famosos, han utilizado lobbies e influencias (que todo cuesta) para conseguir adhesiones, salir a la prensa y la televisión, mantener contactos políticos en los principales países del mundo. Lo único que han conseguido son adhesiones de algunos famosos del mundo de la farándula al referéndum (ningún político importante, ningún Premio Nobel de la Paz o de cualquier otra cosa, y eso que dinero no falta).

Lo más, lo que más han conseguido es algún apoyo de diputados sueltos y entre cuadros políticos inferiores que les manifiestan “comprensión” y consejos de “ir haciendo y si conseguían la independencia, a lo mejor os echamos una mano después”. Pero los reconocimientos a la independencia se consiguen antes, no después.

Ahora Puigdemont acaba de decir que él no acatará si es inhabilitado. Como tampoco la presidenta del Parlament, Carme Forcadell. ¿Y los diputados de Junts pel Sí (convergentes y de Esquerra) que sostienen el Gobierno? ¿Van a votar todos a una las leyes del referéndum, de desconexión, etc.? No está claro. Si la mayoría para aprobar todo ello es de 68 diputados, hay solo 71 entre Junts pel sí y la CUP. Y decimos 71 porque hay uno en el grupo mixto, Germà Gordó, con problemas con la justicia por el 3 por 100.

Junto a eso, hay tantos y tantos miles de personas dispuestas a todo con tal de celebrar el referéndum que cualquiera que viva aquí piensa que si no hay referéndum --que ya no es “consulta popular”—algo tendrá que pasar. ¿Un movimiento civil de protesta potente? Ya lo decidirán.


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