Los vascos del PNV han
dado ya su apoyo a los Presupuestos Generales del Estado (PGE), porque han
negociado con el gobierno de Mariano Rajoy un nuevo Cupo, más bien llamado “Cuponazo”
porque en realidad les ha tocado la lotería: 569 millones menos a pagar al año
–y ya pagaban poco—más 1.695 millones de “atrasos”.
Los vascos del PNV,
acérrimos contra el PP y contra los gobiernos de Aznar y Rajoy, se han sumado
al carro de la “realpolitik”, como
hacen todos los que quieren hacer política, y han sabido negociar unos
presupuestos “mirando solo los intereses vascos” y asegurando el Cupo ¡para los
próximos 15 años!
Es evidente que hay
de muchos tipos de nacionalismos: unos son recalcitrantes como los catalanes de
la era post-Pujol, y otros son pactistas y realistas. Lo que equivale a decir,
en este año 2017, que mientras unos hacen y saben hacer política, los otros
tienen el don de la inoportunidad política, instalados en la utopía.
¿Quién no coincidirá que
con gobiernos minoritarios es como se consiguen grandes triunfos para los
grupos minoritarios? Pujol lo consiguió, nada menos que con Suárez, Felipe González y José María Aznar. Pero Pujol era un político, un oportunista y un realista,
que tocaba de pies al suelo. Sus sucesores no han heredado estas cualidades,
sino más bien el don de la inoportunidad, de la fantasía y de la utopía. “Hacer
país” con estos mimbres es complicado.
A nadie se le escapa que
el PDECat hubiera conseguido un botín importante en estos Presupuestos Generales
del Estado de 2017 de haberlo negociado con el gobierno de Mariano Rajoy, pues
la mayoría estaba servida con 8 diputados. Pero, claro, con tantas ínfulas
independentistas y tantas peticiones de referéndum el Gobierno no podía
negociar ni la independencia ni el referéndum. Total que el PDECat ha servido
todo el pastel a los vascos del PNV y los catalanes del PDECat se han quedado
con una mano delante y ora detrás.
Es bueno y deseable que
haya utopías en política, pero la utopía por sí misma y como fin último no
conduce más que a vivir sin tocar de pies al suelo y por ende tarde o temprano
caerse al duro y real suelo. La utopía, si se usa como centro de la actividad
política, es como el árbol que impide ver al bosque.
A mí, personalmente, me
da pena, porque veo a tanta gente enfrascada en esa utopía –que sigue siendo
alimentada desde los poderes públicos catalanes—que a nada positivo puede
conducir a corto y a medio plazo.
Recuerdo una conversación
que tuve una vez con Miquel Roca, al que yo le señalaba que se movía por el
filo de la navaja en sus negociaciones con Madrid. Y me dijo: “Nosotros, con
nuestros pocos diputados, siempre seremos útiles a los partidos mayoritarios y
tendremos un peso considerable en la política española”. Lo he pensado muchas
veces. Hoy el PDECat, sucesor de Pujol y Roca, no sabe aprovechar las
oportunidades que le brinda la situación política española y mantener una
posición de fuerza en ella. “Esto ya no nos interesa”, me decía un
independentista el otro día: “hemos de ir hacia la independencia”. Los vascos
del PNV también buscan la independencia, pero por otra vía, por la vía del
pragmatismo. Saben que ahora no toca, como decía Pujol.
En Catalunya se hace
mucho ruido, hasta de petardos gordos el 1 de Mayo por parte de quienes apoyan
al gobierno de Puigdemont, la CUP. Y mucho folklore. Pero del ruido no caen las
nueces. Aquí el gobierno empuja hacia un jacobinismo en tiempo de vacas flacas
para la diplomacia mundial la cual no está para separatismos.
El otro día se pidió por
escrito nada menos que al Secretario General de la ONU, para que empuje al
gobierno español a la celebración de un referéndum “vinculante” (hasta ahora
era solo una consulta sin más, un referéndum consultivo). Claro que esto se
habrá hecho de cara al consumo interno independentista, porque el Secretario
General de la ONU ya dijo que Catalunya no era un país a “descolonizar”. La
utopía.
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