Salió en Informe PISA el
Día de la Constitución, y toda la prensa española sin excepción lo acogió como
un éxito y algunas comunidades autónomas como un triunfo particular. Tal es el
caso de Castilla y León, Navarra, Madrid, Galicia, Aragón y Catalunya que, por
este orden, han tenido las mejores notas. Es cierto que estas comunidades han
mejorado, pero sin tantas campanas al vuelo. Se ha llegado a decir que si
Castilla y León fuera un estado independiente, sería el noveno estado con mejor
nota del mundo.
Si se afina el lápiz se
verá que, aunque se ha registrado una ligera mejoría, las cifras dan un aprobado muy justitio al modelo educativo español y catalán.
Ciertamente que el
Informe PISA no es el único sistema para medir la eficacia del sistema
educativo que hay en el mundo. Y en este caso en particular solo se han medido
algunos aspectos del sistema educativo: ciencias, matemáticas y comprensión
lectora. Dicho esto, sí que es un sistema de medición en el que se reflejan
muchos países, y por lo tanto es bueno tenerlo en cuenta.
¿Cuáles son los
problemas? El modelo español se ha fraguado en numerosas leyes y no ha tenido
un marco jurídico estable sobre el que construir un modelo educativo general. Esto
ha generado polémicas y algunas guerras educativas, como las que existen entre
las enseñanzas pública y concertada, debido a un modelo de financiación a favor
de la pública (la concertada recibe entre un 65 y 75 por ciento del que recibe
la pública) y un modo de gestionar y unos resultados que están, en líneas
generales, a favor de la concertada.
En segundo lugar, el
Informe PISA ha abierto en canal la triste desigualdad de nivel educativo entre
el Norte y el Sur de España, pues en Andalucía, Canarias y Extremadura se va un
curso y medio por detrás de las comunidades del norte antes citadas. Quiere
decir que los gobiernos autonómicos gestionan la educación con serias deficiencias,
después de llevar más de 30 años con la enseñanza como competencia propia.
El éxito de un sistema
educativo está en tres factores: el marco legal que se tiene, el prestigio del
profesorado, y la actitud de los padres.
Ahora en España han iniciado
las negociaciones para que el país tenga un marco legal estable, con el llamado
Plan Nacional de la Educación. Es un hito histórico, que siempre hemos
reclamado desde estas páginas: un pacto entre derechas e izquierdas. Haber
tenido ocho leyes orgánicas en 38 años de democracia es simplemente un
desastre.
El sistema educativo ha
tenido un exceso de leyes, de polémicas, de inseguridad y no ha existido una
visión de futuro. Parece que este tema se va a arreglar ahora con un pacto
entre la derecha y la izquierda institucionales, sobre la base del artículo 27
de la Constitución y el programa educativo europeo hasta el 2020.
El profesorado no ha
recibido estímulos, ni los poderes públicos lo han protegido ante los abusos de
los alumnos y de los padres. Un profesor en nuestro país gana casi el mismo
sueldo el primer día que empieza a trabajar que después de diez o quince años.
No se le ilusiona, no se le promociona, no se le evalúa y no se le moderniza
con suficiencia. El problema no está en los sueldos, ni en el número de niños
por aula, ni en las horas lectivas, según los baremos europeos, sino en
demasiadas leyes pocas promociones, evaluaciones y estímulos.
En cuanto a los padres,
se preocupan poco de la formación de los hijos, porque se han vuelto superprotectores
de los hijos frente a los profesores y al colegio mismo. Si sacan malas notas
en muchas ocasiones la culpa la tienen los profesores o el colegio, o los dos a
la vez. “Mi hijo es listo, pero no tiene buenos profesores y el colegio no cuida
de él”, oímos decir, sin que los padres investiguen a fondo las causas reales.
Los problemas citados
podrán resolverse, al menos en parte, mediante el Pacto Nacional de la
Educación, pero el que no habrá ley que lo remedie es la actitud de los padres.
Finalmente, deben
terminar las polémicas entre enseñanza pública y concertada. No lleva a nada.
Debería haber una financiación que garantizara la gratuidad que
constitucionalmente es obligatoria en los niveles básicos. Eso no va a ser
posible porque el Estado no dedicará más dinero a la educación.
Además, sería estimulante
que se establecieran unos baremos que midieran lo más equitativamente posible (el
tipo de alumnado y familias) a los colegios y que se hiciera público. Esto pone
los pelos de punta a los profesores, pero así lo hacen en numerosos países de
la OCDE, y no deja de ser un estímulo.
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