“Mis
hijos me pedían insistentemente que escribiera la Carta a los Reyes en 2015. Yo no quería porque no tengo edad para
ello. Los Reyes pasaron y volvieron a pasar por mi casa sin que yo escribiera
ni una letra. Mis hijos sí que escribían a los Reyes y llevábamos sus cartas al
Paje Real de Oriente instalado en la Plaça de Catalunya de Barcelona.
Me emocionaba ver su temor e
ilusión al mismo tiempo cuando mis hijos se encontraban con la carta en la mano
delante del Paje Real. A veces este Paje estaba en el Portal de l’Àngel. ¿Qué
decían sus cartas? Unos pedían mucho y otros pedían poco. Pedían juguetes que
habían visto a sus amigos o en los escaparates o en los anuncios de la
televisión. Un hijo decidió pedir muchos juguetes y le pregunté “¿Tantos?” Y me
respondió: “Es para todos los niños del
mundo que se quedan sin juguetes”. Y tú -le dije- ¿cuál de estos te vas a
quedar? Respondió: “El avión, para
poderles llevar yo los juguetes”.
Llega el 2015 y la insistencia de mis hijos en escribir la Carta es más
intensa, así que decido escribirla. ¿Qué pediré a los Reyes Magos? Y venga
pensar y pensar, no me salía nada del que no pudiera prescindir. ¿Voy a pedir algo simbólico? Es una
tontería, pensé. Y seguí dándole vueltas y vueltas, hasta que al fin escribí la
carta. La firmé y de la mano de mi hijo pequeño fui a ver al Paje Real de la
Plaça de Catalunya de Barcelona. Allí no estaba.
Nos fuimos al Portal de l’Àngel.
“¡Allí está!” gritó mi hijo apenas verlo.
No entiendo cómo lo pudo ver siendo él pequeño y atravesar tantos cuerpos y
piernas de los miles de personas que subían y bajaban por esta ancha calle que
lleva a la Catedral. Yo estaba emocionado… ¡Hacía tantos años que no llevaba
una carta a los Reyes Magos! Mi niño me tiraba de la manga para llegar pronto
al Paje Real, que estaba rodeado de niños con sus padres. Yo tenía entre miedo
y vergüenza de entregarle mi carga. ¿Y si no llega a los Reyes? ¿Y si se queda
por el camino? ¿Y si los Reyes no pueden darme lo que les pido porque se les ha
acabado? ¿Y si…? Razonaba como un adulto.
Todo eran dudas y pegas cuando mi hijo me arrastraba con tanta fuerza hacia el Paje
Real que casi me rompe la manga del chaleco.
Llevaba la carta en el bolsillo
de atrás del pantalón, como escondida. Mi hijo con gran alegría entregó su
carta al Paje Real y le dijo que esperaría a los Reyes de Oriente que llegan
por mar y se instalan en unas bellas y coloridas carrozas, cargadas de muchos
caramelos. Di dos vueltas en torno al trono donde estaba el Paje Real. Tenía vergüenza. No entregué la carta. Mi
hijo y yo nos perdimos en la enorme multitud de personas que van y vienen, que
suben y bajan llenas de paquetes por estas fiestas.
¿Por qué no entregué la carta? Todavía lo pienso hoy. ¿Qué pedí a
los Reyes Magos de Oriente, Melchor, Gaspar y Baltasar? Yo no me esperaba
escribir una cosa así.
Decía:
“Queridos Reyes Magos:
Vengo de dar unas vueltas por el mundo,
donde he podido ver mucha riqueza y mucha miseria. También he visto cómo los
que tienen poco son más alegres, más laboriosos, se contentan con poca cosa y
los niños juegan con lo que ellos ingenian. Yo estoy aquí en una sociedad
opulenta, como casi toda Europa y América del Norte. ¿Qué os puedo pedir si lo
tenemos casi todo?
No os pido, señores Reyes Magos,
nada para mí, pues juguetes tengo más de los que necesito. Os pido mucho más
amor, mucha más fidelidad, mucha más comprensión entre todas las familias del
mundo, pues solo así habrá alegría de la cual brota la paz entre todos los hombres. Que ningún niño se vea
abandonado por sus padres, que la mujer sea respetada en su dignidad, que los
enfermos tengan la compañía de sus queridos y los abuelos el respeto de sus
hijos y nietos. ¡Ah! Y que en vuestro territorio de Oriente detengáis el brazo de
los terroristas y se conviertan a la paz y también quienes persiguen al Dios
cristiano.
Si no podéis traerme todo esto que os pido,
entonces traedme unas lágrimas para lavar tanta injusticia, tanta falta de
respeto para las personas y tanta burla a Dios.
Os lo pido con corazón de niño,
Luis”.
Y no eché la carta. Me faltó coraje y
valentía. Me sobró vergüenza. Me faltó
fe”.
Un año después movido en mi interior por el Jubileo tras
pasar la Puerta Santa, escuché al papa Francisco el día de Navidad. La hora en
que habló a la ciudad y al mundo (urbi et orbi). Y me emocionó. Dijo que
estamos en una tercera guerra mundial “a pedazos”. Llamó el día de Navidad el “día de la Misericordia” y añadió: “solo la misericordia de Dios puede
liberar a la humanidad de tantas formas de mal, a veces monstruosas, que el
egoísmo genera con ella”.
Pues eso, misericordia, es lo que
pedí a los Reyes Magos de Oriente, para que intercedan ante quienes fomentan la
guerra para convertirlos y que entren en el reino de la misericordia y de la
paz que Jesús nos ha abierto en esta Navidad.
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