En la calle se ha hablado
mucho del debate, y los calificativos no han sido nada buenos. Se le ha
calificado de lamentable, horroroso, lastimoso, irritante, crispado, etc. Era
un debate anunciado a tanto bombo y platillo –ocupó casi un telediario entero
de TVE hablando de los preparativos—que francamente defraudó a muchísimos
electores.
Hoy muchos me
preguntaban, ¿quién ha ganado? Yo he respondido: ¡nadie! Se ha perdido otra
oportunidad para demostrar que esta España es una España del diálogo, del
respeto, del “fair play” político. Y
no: fue un debate del pasado, de los tiempos que esperábamos que no volverían.
Con el debate se quiso
reafirmar el bipartidismo, y todo parece que no se consiguió. TVE también
fracasó con un moderador, Manuel Campo Vidal, otrora buen moderador, que
también parecía de otra época y que no moderó nada: parecía un convidado de
piedra. Tampoco la escenografía era actual.
El candidato socialista,
Pedro Sánchez –no sabemos cuál será su futuro—fue a la yugular, rompiendo a
Mariano Rajoy, y a este le falto soltura para zafarse de Sánchez. Un debate
marrullero que terminó cuando Sánchez insultó a Rajoy llamándole indecente, o
un presidente “no decente”, y lo repitió, y lo repitió al día siguiente en
Radio Nacional. Rajoy le dijo que es un “ruin, mezquino y miserable”, y lo
repitió varias veces también, porque, dijo, “hasta aquí hemos llegado”. Y se
terminó el debate.
Y con el debate, el
bipartidismo. El mismo Pablo Iglesias (Podemos) declaró que “el
tono” de este debate pertenecía a otra época. Lo mismo han dicho casi todos.
Sánchez fue a reventar el debate, y lo consiguió.
Rajoy, por su parte, perdió
la gran oportunidad para anunciar que era la última vez que se presentaba. No
lo dijo, porque no lo pensó allí. Su baja popularidad no le dará más
oportunidades.
A los tres que estaban
sentados allí se les ha pasado el arroz: a Mariano Rajoy, a Pedro Sánchez que
se jugó el todo por el todo, y a Manuel Campo Vidal. ¡Bye, bye!
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