En la sociedad, sobre todo entre los políticos y los medios de comunicación, se habla mucho de
“laicismo”, de “laicidad”, de “Estado
laico”, de “laicista”, de “laico/a”… ¿Ya nos aclaramos con tantas
palabras?
La cultura moderna tiende a buscar y rebuscar entre los
significados lo que significa una cosa y lo contrario de la cosa, el sinónimo,
el antónimo, y al final se consigue marear el vocabulario de la gente sencilla
(me refiero a gente con mentes poco complicadas, poco barrocas, o sea simples),
que lo que quiere es decir al pan, pan, y al vino, vino.
La palabra laicismo ha sufrido erosiones desde sus orígenes,
en el Siglo de las Luces, en la Ilustración. En el Siglo XVIII se llamaba
laicismo a pensar de acuerdo con la razón natural, y “como si Dios no
existiera”. Decían: vamos a prescindir de Dios y “liberada” la razón de esta
“carga” podrá llegar más lejos. Y así llegó la Revolución Francesa, que acabó
en el Terror y se pasó al liberalismo que condujo al hombre a una esclavitud en
su trabajo, borrando cualquier sentido de la dignidad humana en favor de un individualismo
y una libertad exacerbadas, vaciando el poder del Estado en favor del individuo,
hasta el punto que no quería que el Estado regulara el matrimonio, dejando este
a la voluntad de los individuos.
En lo económico desembocó en la explotación del hombre, que
vivía esclavo en los suburbios de las grandes ciudades, con trabajos que tenían
jornadas de 14 y 16 horas diarias, mujeres y niños. Era explotación del hombre por
el mismo hombre. Por tanta desigualdad vino el marxismo con Karl Marx, con un
planteamiento materialista que predicaba la igualdad entre los hombres, aunque
fuera a costa de su libertad. El marxismo quiso acabar con la religión, porque
era “el opio del pueblo”. Solo la lucha de clases –lucha violenta que se
practica en una revolución—puede liberar al hombre de la esclavitud.
De las doctrinas liberales llevaron al laicismo (vivir como
si Dios no existiera), pero el comunismo fue más allá: había que erradicar todo
vestigio religioso para crear un paraíso donde todos los hombres fueran iguales.
Su doctrina “religiosa” fue el ateísmo, practicado en los sistemas comunistas.
Los regímenes comunistas presionaron de modo permanente y con todos los medios
coercitivos, para que el hombre abandonara la religión y abrazara el ateísmo.
Ahora nos encontramos con una izquierda heredera del
marxismo y que ha asumido parte del liberalismo, pues cree en la economía de
mercado, controlada por un Estado fuerte que tenga en sus manos la propiedad de
los medios productivos principales, así como los medios difusores del saber, es
decir la enseñanza. Predican una escuela pública “laica”, cuando en realidad es
una escuela atea, sin Dios, ni en los libros, ni en los ni puede haber clases
de religión voluntaria para quienes lo pidan.
Los herederos de esta mezcla de liberalismo y de marxismo
son los que hoy predican no el Estado basado en el materialismo histórico y
dialéctico, es decir basado en el ateísmo, sino que predican la libertad
económica, pero el control del pensamiento público, desde la escuela hasta los potentes
medios de comunicación del Estado.
De este modo el laicismo ya no es libertad religiosa, sino
fundamentalmente ateísmo. Un Estado laico, ya no es un Estado que no apoya
ninguna religión, sino un Estado ateo, donde la religión desaparece, desoyendo,
en muchos casos, la voz de la mayoría de ciudadanos.
Es decir que este laicismo ya no es el que procede del
liberalismo, sino directamente del marxismo ateo. No contempla a Dios al margen
“como si no existiera”, sino directamente afirmando que “Dios no existe”. Entonces,
violentando la voluntad de los padres, los niños no tienen derecho alguno a conocer
la religión a través de los textos de enseñanza, como por ejemplo la historia,
la filosofía, el pensamiento. Y los padres nada pueden hacer para remediar esta
situación, porque la razón de Estado, la Ley, está por encima de las familias y
de los individuos. Estamos muy cerca de otro totalitarismo circunscrito en esta
ocasión en una persecución de la religión en el ámbito público, y relegándola
en el ámbito privado.
Benedicto XVI, en su viaje oficial a Francia, el año 2008,
alabó la “laicidad” francesa, en el sentido que el Estado, al margen de toda
religión, reconoce los beneficios que esta tiene para el pueblo. Francia, un
país que separa completamente el Estado de la religión, sin embargo colabora
con las religiones para el bien de los ciudadanos. Es la “laicidad”, palabra
nueva en el diccionario español.
El liberalismo, por lo tanto, ha muerto en el pensamiento
moderno de la izquierda, que dice: “¡viva el ateísmo!”, aunque para no asustar
a los electores prefiere seguir hablando de laicismo.
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