(aleteia,org) Los
horribles atentados de París nos han recordado cómo hay hombres que usan el
odio y la violencia contra otros hombres y utilizan el “nombre de Dios en
vano”, y dicen que trabajan en “nombre de Dios”. ¡Qué horror! Dios es el que más sufre por estos atentados, el
que más padece cuando unos hombres violan lo más sagrado que es la vida,
quebrantando el quinto mandamiento de su Ley: “no matarás”.
Mucho se ha hablado de las víctimas, y
mucho se ha rezado y el mundo se ha solidarizado con ellas, con sus familiares,
con Francia: “Nous sommes la France” rezaban muchos carteles e
inscripciones, a lo largo y ancho de la geografía mundial. ¿Va a ser un
resurgimiento de la Francia histórica? ¿Va
a cambiar la manera de pensar del hombre moderno al ver la vulnerabilidad a la
que está sometido? ¿Se dará cuenta que no es el centro del mundo? ¿O se va
tratar de un episodio más, aunque gravísimo, de terrorismo yihadista, como los
fueron los atentados de Nueva York, Londres y Madrid?
Y una pregunta alarmante: ¿Servirá este atentado para sentar las
bases de una paz y concordia entre los hombres, o servirá para generar más odio
con el fomento del racismo, el segregacionismo?
Grandísimo
es el dolor de los familiares de las víctimas, de Francia y del mundo entero por los atentados de París. Pero también es el momento de lanzar al vuelo las semillas de la comprensión, del
perdón, de la caridad, y de la paz en los corazones del hombre moderno. El
papa Francisco ha invitado a todos, creyentes y no creyentes, a impedir
que “el odio que mata en todo el mundo
invada nuestros corazones”.
La
solución al problema no es más odio, no es más
rencor, no es más saña, más horror, más víctimas inocentes. La solución es
avanzar para implantar la paz en los corazones de todas las mujeres y hombres,
sin dejar de castigar a los culpables de tan horrenda masacre. No provocar la “ira de Dios” (Rom, 1,
18) como cuando se usa su nombre para cometer la mayor de las atrocidades, y
cuando los hombres cometen “toda impiedad e injusticia” y con ella violentan la
verdad.
Ahora que la Iglesia católica está a las
puertas de iniciar un Año Santo
Extraordinario dedicado a la Misericordia de Dios, desde la sede de Pedro,
desde Roma, no se va a invocar venganza alguna --ni ahora ni nunca—sino el
perdón. La venganza, castigar por venganza, no está en las páginas del Evangelio, no está en las palabras de Jesús, y por lo tanto no puede estar en el corazón del hombre, creado por Dios para amar, porque “Dios es amor”
(1 Jn, 4, 8).
Cuando ocurren estos atentados horrendos,
nos obliga a dirigir la mirada a tantos miles de cristianos que sufren la
persecución en el Estado Islámico en sus
tierras de origen, en sus cuerpos, en sus familias, en sus pueblos. Ellos no
abjuran de la fe, sino al contrario, y ellos saben perdonar, pero piden a todos
los pueblos, a todas las potencias del mundo, que se acabe este horror y se alcance
la paz. No puede haber un Islam con el germen de la violencia y del odio. Son los propios creyentes en el Islam los
que tienen que poner coto y fin a quienes utilizan la matanza, el horror y el
odio en nombre de Alá.
Dios
no ha creado al hombre para que matara a los otros hombres que no crean en él, pues al ser Dios amor, quiere que el hombre alcance también el
amor a Dos y a los demás hombres. Por eso en estos momentos, entre las lágrimas
y la inmensa pena de París, Dios sufre, Dios es el que más sufre al ver que en su nombre se mata lo más sagrado de
su creación: la vida del hombre.
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