El atentado contra el
semanario Charlie Hebdo ha cambiado los contenidos de la libertad de
expresión en Europa al aceptar que la ofensa, la mofa y el escarnio contra
personas o religiones forman parte del derecho fundamental a la libertad de
expresión y que el derecho fundamental a la libertad religiosa y de
conciencia es un derecho menor subordinado a la libertad de expresión.
De este
modo Europa se gana la animadversión de todo el mundo pues la religión, la que
sea, tiene un peso importante y muy popular en casi todos los países no
europeos y no aceptan escarnios contra las religiones. Vale decir que en el
caso de los países islámicos no solo falta el derecho fundamental a la libertad
de expresión, sino también el de la libertad religiosa y de conciencia.
Una persona puede ser o no
creyente, pertenecer a una religión u otra, sin embargo hay algo que se
llama “respeto”, respeto a las personas, a todas, a su dignidad, a su cultura,
a su fe, a su patria, a su familia. Atacar la dignidad de las personas
ofendiéndolas o burlándose de ellas no está permitido en ningún código de ética
periodista, a pesar de que los hay a decenas. El periodismo es la profesión que
más códigos éticos tiene y también es la que más se salta la ética, después de
los banqueros. Todos los medios de comunicación tienen su “código ético”, su
“libro de estilo”, pero estos manuales suelen estar en las estanterías de las
redacciones y no en la praxis periodística.
A raíz de los atentados de
París, he quedado sorprendido de que muchos que defienden a Charlie Hebdo,
que rechazan la censura o la autocensura de los periodistas –yo también la
rechazo—impiden la publicación de artículos en sus diarios, emisoras y
televisiones a favor de la vida, a favor de los derechos de la persona en
el seno de la madre. Dicen que no hay espacio, que no es la línea editorial del
medio, que crearía más problemas que beneficios ¿Entonces, de qué censura
hablamos? Pero eso sí: protestan con mordaces palabras o actúan con el Código
Penal cuando se insulta a su medio, o a los valores “inviolables” de la patria,
como la bandera, los himnos, la lengua.
No conozco a ningún
periodista que le guste la censura. Pero sé que los periodistas deben encajar
su trabajo con la línea editorial del medio. La principal censura está en la propiedad de los medios o en el
entorno, a veces asfixiante, de lo “políticamente correcto”. Libertad la hay
para los medios, pero mucha menos para los periodistas.
¿Y los valores de Europa?
¿Quién sabe hoy cuáles son los valores de Europa? “Lo dicen en Europa”, ¡santa
palabra! Buena parte de los valores europeos de antes han decaído, y al mismo
tiempo han surgido nuevos valores llamados “derechos civiles”: el derecho a
abortar, el derecho a morir, el derecho a tener hijos adoptados (a veces a
nuestro antojo), el derecho al matrimonio entre homosexuales, y un largo
etcétera.
Y ahora
surge calentito un nuevo derecho a partir de los atentados de París: el
derecho al escarnio de todo lo religioso, pues la religión “es el opio de los pueblos”, como decía Marx (el
director de Charlie Hebdo, vilmente asesinado, era un comunista convencido,
aunque parece que emparejado con una ex ministra del derechista Sarkozy). Ahí
está el recién estrenado derecho a ofender, a maltratar, a denigrar, a ultrajar
todo lo que huela a religioso, porque la religión hay que barrerla del mapa.
Una cosa es el derecho que uno tiene a ser respetado si es ateo --y debe ser
así-- y otro imponer el ateísmo y el laicismo a todos y que la religión se
quede encerrada con llave en la esfera de lo privado. Estos dicen: Dios no
existe. O Dios ha muerto. Y todos, amén.
Los nuevos
valores son producto del consumismo, del egocentrismo y sobre todo del
relativismo. Lo dijo el papa Frnacisco en el Parlamento Europeo. El relativismo contribuye a que no haya valores permanentes en
Europa y que el laicismo sea la
única “religión protegida”.
Los valores europeos hoy son muy volátiles, cambian en cada generación y el
único valor en alza es la libertad del “ego”, del “yo”, que consiste en un
cultivo intensivo de egocentrismo en esta sociedad del consumo. Tan volátiles
son estos valores que nadie sabe hoy a ciencia cierta qué es una familia, qué
es una persona y mucho menos quién es Dios.
Vemos
así que Europa ha perdido su propia identidad. Ninguna sociedad puede
subsistir si no tiene valores permanentes arraigados en su historia y su
cultura. Es la dictadura del relativismo. Esa no es la Europa que
pensaron sus fundadores hace 70 años, sino la que han inventado los hijos y los
nietos de ellos, los cuales –en no pocos casos- han hecho de la corrupción, de
la trampa, de la mentira y de la ausencia de valores morales el medio para
mantenerse en el poder, para medrar. Ese no es el ideal de Europa: lo han
cambiado.
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