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Juan Bautista Torelló: predicaba con la inteligencia y el corazón



Juan Bautista Torelló fue un predicador afamado, uno de estos catalanes universales que han sabido adaptarse al terreno por donde han pisado. En sus 60 años de sacerdote sus predicaciones por Italia, Suiza y Viena, donde murió en 2011 a los 91 años, acreditaron en él una fuerza viva, directa y vibrante que surgía de una fe y un amor a Dios vividos apasionadamente desde su sacerdocio.
                
                El doctor Torelló era un sacerdote inquieto. Fue ordenado siendo numerario del Opus Dei. Había estudiado medicina en Barcelona y era doctor en Psiquiatría. A sus conocimientos científicos sumaba su profunda fe, un gran corazón y un amplio conocimiento de teología, antropología y psicología pastoral. Sus palabras llegaban al epicentro del alma de quien lo escuchaba. Ediciones Cristiandad ha editado el libro Él nos amó primero (2014) traducido al español del original alemán “Von gott zuerst geliebt”, en el que reproduce algunas de sus predicaciones en la Iglesia de San Pedro de Viena (Peterskirsche) encomendada al Opus Dei y de la que fue rector.

                La predicación del doctor Torelló era documentada, optimista y alegre, y en ella deshace algunos tabúes sobre la psicología humana y la fe, y sobre la fe y la razón. El libro sigue el año litúrgico y tiene como denominador común el amor de Dios. Utiliza la paradoja y sus conocimientos de Psicología Pastoral, asignatura de la que era profesor: “El activismo –dice-- es casi una devaluación de lo más humano del hombre” y muchas neurosis “vienen de un enorme egocentrismo” (pág. 61) que causa el activismo.
                A lo largo de su libro sigue a su maestro espiritual, san Josemaría, recalcando una y otra vez que el amor a Dios hay que vivirlo en las cosas cotidianas de la vida: “Todas las virtudes, desde las más elevadas hasta las más simples, surgen crecen y se desarrollan en la vida cotidiana” (p. 93). Hay que poner amor en todas las cosas: “¡qué triste es ir a misa o celebrar la misa como un deber!” (p. 107).
Y escribe que la definición de Dios es que es amor (1 Jn, 4,8) y como el hombre debe parecerse a Dios, es decir ser también amor, no cabe la violencia de ningún género, “ni física ni psíquica (...) A la violencia se la vence con la oración y con la gracia de Dios” (p. 136). La gente tiene “miedo al amor” porque “tenemos miedo a las renuncias que exige el amor” (p.113) y esto es una neurosis de nuestro tiempo: el miedo al amor, pero solo el que ama se realiza como persona.

                Por eso, Juan Bautista Torelló desde su fe y también desde su corazón, predicaba el amor, el único que puede dar alegría y paz interior y que “elimina las neurosis y desequilibrios en la personalidad” típicos de nuestro tiempo. “El amor verdadero no consiste en pedir, sino en dar de modo gratuito e incondicional (p. 126). Y ¿dónde mejor encontrar ese amor de Dios? En la Eucaristía, centro de la vida cristiana, y en la vida ordinaria.

Torelló no quiere componendas y pactos entre la verdad y la mentira: “no puede haber ninguna reconciliación entre verdad y falsedad” y Cristo es “la Verdad y la Vida”. “La Verdad la recibimos pura y no adulterada, goteando en la Sangre de Cristo”. No podemos adulterarla. “Hay que unir la verdad con el amor, si no distorsionamos el mensaje” (p.135).

                
             Personalmente conocí al doctor Torelló en Italia cuando era corresponsal de prensa en Roma. Torelló vino a presentar a su amigo y psiquiatra vienés, el doctor Viktor Frankl, un judío que había estado en varios campos de concentración alemanes y sobrevivió. De su experiencia y de su investigación escribió un famoso libro sobre “el sentido de la vida”. La manera de sobrevivir a los campos de concentración era darle un sentido a la vida. El doctor Torelló lo presentó en Roma para extender su teoría sobre el sentido de la vida, que en realidad venía a contradecir a otro vienés más famoso y también judío, Sigmund Freud, inventor del psicoanálisis. El libro de Frankl, El hombre en busca del sentido último, se basa en que el hombre es también un ser espiritual: “(…) lo espiritual es lo que hay de humano en el hombre”.  

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