Publicado en Aleteia.org
Pablo VI decidió promulgar la encíclica después de “madura reflexión” y de mucha oración, pues era (es) un tema muy polémico
Los temas de la trasmisión de la vida y de la paternidad responsable están en el centro de la encíclica “Humanae Vitae”
que promulgó el papa Pablo VI el día de Santiago hace 46 años, en 1968.
Fue --y es-- una encíclica muy discutida porque aborda un problema
sociológicamente “antimoderno”, como es la defensa de la naturaleza
humana y la natalidad responsable que se enfrentaba al “birth control”
tan de moda entonces. Esta encíclica es uno de los documentos del
magisterio de la Iglesia que servirá de base para el próximo Sínodo
Extraordinario sobre la Familia que se celebrará el próximo octubre.
Pablo VI será beatificado este otoño en Roma.
Recuerdo que esta
encíclica, presentada mediante ruedas de prensa en todos los países del
mundo los últimos días de julio de 1968, levantó una gran polémica, no
solo en el mundo laico, sino también entre algunos teólogos, expertos y
hasta obispos que no entendieron del todo bien el fondo pues la
encíclica exige amor y responsabilidad a los esposos tomando el Concilio
Vaticano II como guía.
Incluso las mismas páginas del diario “L’Osservatore Romano”,
por gracia del cardenal Tardini, publicaron algunas críticas
procedentes de obispos de los Estados Unidos y de Canadá en ese verano
de 1968. Pablo VI ya anuncia en el texto de la encíclica que esta
levantará polvareda, pero afirma que la Iglesia tiene el deber que
proclamar su magisterio sobre lo que es básico en el ser del hombre
creado por Dios, como es su naturaleza tal como Dios lo creó. La Iglesia
ha sido siempre, como atestigua el Evangelio, “signo de contradicción”
porque tiene la obligación de “proclamar con humilde firmeza la ley
moral, natural y evangélica. La Iglesia no ha sido la autora de ellas ni
por tanto puede ser su árbitro, sino solamente su depositaria e
intérprete”, dice la encíclica.
El Concilio Vaticano II no
abordó el tema de la natalidad, pues Pablo VI dijo que lo haría
personalmente. Era un tema muy polémico –y lo es todavía—debido, según
se comentaba entonces, al incremento demográfico del mundo y a las
corrientes que favorecían la libertad sexual, a través del control
artificial de los nacimientos. Se decía en aquella época que la
población crece más aprisa que los alimentos y que hacia el año 2020 no
habría alimentos para todos los humanos. Ya estamos a las puertas del
2020 y hay alimentos en abundancia en el mundo, aunque muy mal
repartidos. Hoy la demografía no es una cuestión que alarma al hombre
del siglo XXI.
El matrimonio y su relación con la natalidad era
estudiado por una comisión “ad hoc”, pero sus miembros, en los años
sesenta, no se pusieron de acuerdo, por lo que Pablo VI decidió
promulgar la encíclica después de “madura reflexión” y de mucha oración
para abordar este “complejo argumento”. Las bases doctrinales de la
encíclica están en primer lugar en la Revelación, en el Antiguo y Nuevo
testamentos, y en segundo lugar en el magisterio de la Iglesia,
especialmente en la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes” (nn. 49, 50, 51 y 52) del Concilio Vaticano II.
La Humanae Vitae
parte de la base que Dios es amor (Jn. 4, 8) que se refleja en el amor
de los esposos entre sí, a través del cual colaboran con la obra de la
creación y procreación y educación de los hijos. Esta procreación debe
realizarse de acuerdo con las leyes que Dios ha puesto en la naturaleza
del hombre y de la mujer, los cuales por medio del acto conyugal abierto
a la vida colaboran con Dios en la procreación y educación de los
hijos.
El “amor conyugal –dice la encíclica—es ante todo un amor
plenamente humano, es decir sensible y espiritual al mismo tiempo. No
es por tanto una simple efusión del instinto y del sentimiento, sino que
es también y principalmente un acto de la voluntad libre” destinado a
crecer mediante las alegrías y dolores que da la vida. El amor entre los
esposos es “total”, “fiel y exclusivo hasta la muerte”, y “fecundo”,
como lo testifican los esposos en el momento de unirse en matrimonio.
Los hijos “son el don más excelente del matrimonio y contribuyen al
mayor bien de los padres”.
Por otro lado, en cuanto al número de hijos, los padres deben actuar de
forma madura con una “paternidad responsable” que significa, por una
parte, el conocimiento pleno de las leyes biológicas que forman la
naturaleza humana. De otra parte, se entiende por paternidad responsable
cuando, por “motivos graves”, ya sea por “las condiciones físicas,
económicas, psicológicas y sociales”, y tras madura reflexión deciden
“evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo
indefinido” utilizando los periodos infértiles de la mujer. “La
paternidad responsable –añade la encíclica—comporta el dominio necesario
que deben ejercer la razón y la voluntad sobre el instinto y las
pasiones”.
La encíclica afirma que la unión de los esposos y la
procreación son inseparables. El acto conyugal debe ser un acto de amor
recíproco, de donación del uno al otro. Así, un acto “impuesto” al otro
cónyuge, normalmente a la mujer, “no es un acto de amor” porque el amor
exige renuncia y entrega al otro.
Dicho esto, la Humanae Vitae
establece las “vías lícitas” para que la procreación siga los planes
que Dios ha establecido para la naturaleza humana. Es lícito, cuando
existan razones de peso, evitar los hijos aprovechando los periodos
infecundos de la mujer, es decir siguiendo el proceso natural. Sin
embargo, hay que excluir absolutamente la vía de la interrupción directa
del proceso generador”, así como el aborto querido y procurado. También
hay que excluir todo lo que haga imposible voluntariamente la
procreación, como la esterilización y el uso de medios artificiales para
impedir los nacimientos. La diferencia fundamental entre los medios
artificiales y los naturales es que los primeros “impiden el
desarrollo de los procesos naturales” mientras que los segundos siguen
los procesos según la naturaleza.
Para conseguir un mayor
respeto y defensa de la naturaleza del hombre, tal como la creó Dios, es
necesario crear un ambiente favorable a la castidad, en la familia, en
la educación y en la vida pública, un ambiente favorable “al triunfo de
la libertad sobre el libertinaje, mediante el respeto del orden moral”.
La ciencia debe investigar más en este tema. Tanto que ha avanzado la
ciencia en el conocimiento del hombre, debería avanzar en el
conocimiento de los “ritmos naturales” que permite una regulación de los
nacimientos. La encíclica se dirige a los científicos, especialmente a
los católicos, para que investiguen en este terreno y demuestren
empíricamente que “no puede haber verdadera contradicción entre las
leyes divinas que regulan la transmisión de la vida y aquellas que
favorecen un auténtico amor conyugal”.
Comentarios
Publicar un comentario