Por
Salvador Aragonés
Doctor
en Periodismo y profesor emérito de la UIC
La crisis política española es amplia y profunda. La
política oficial habla de “turbulencias”, cuando es una tormenta. Comenzó la
Convención del Partido Popular, que gobierna con mayoría absoluta España, y por
el momento no hemos visto ilusión, ni ni nuevas ideas, sino más de lo mismo. El
PP ya no es aquella masa granítica que incomprensiblemente votó a favor de
mantener la guerra de Irak, o las reformas económicas, o el de la defensa de la
unidad de España y de la unidad en la lucha contra el terrorismo. Ya no es el
PP de antes. Por primera vez, en una Convención Nacional del PP se conocen más
a los que no asisten a ella que los que están, y por vez primera el PP tiene
una sangría de votos hacia UPyD, hacia “Ciutadans” en Catalunya y hacia la
nueva formación política Vox, y además está tocado por casos de corrupción
tanto en Valencia como en Madrid.
Los partidos divididos son penalizados por los
electores y hay tres citas electorales ahora (europeas, municipales y
autonómicas y generales). El PP ha creado decepción y fugas. Que en Valladolid
no estén José María Aznar, ni María San Gil, ni Jaime Mayor Oreja, es muy significativo
de que su lucha contra el terrorismo, con la suelta de presos de Eta, ha
provocado una crisis interna de calado.
El Estado español tiene un mal encaje territorial,
reconocido por el Rey, y hasta ahora, Mariano Rajoy y su gente, han mirado
hacia otro lado, como en la crisis política catalana, con una miopía propia de
quienes hacen política por bloques (en este caso la lucha contra la crisis
económica) descuidando la política global, como son la crisis monárquica (Rajoy
llegó a decir que cree en la inocencia de la infanta Cristina, cuando podía
habérselo ahorrado), la crisis de las instituciones más relevantes del Estado
como la administración de la Justicia, el prestigio y funcionamiento del
Tribunal Constitucional, como el permanente incumplimiento del programa
electoral en todos los sentidos, como la excarcelación de presos de Eta y como la
fuerte subida de impuestos.
Mariano Rajoy piensa que se puede gobernar
resolviendo los problemas uno aisladamente de los otros, cuando la
gobernabilidad del Estado requiere unidad y coherencia en el conjunto de
medidas a tomar para apuntalar no solo la economía, sino también el Estado,
invertebrado como está por los secesionismos y por los comportamientos insolidarios
de los territorios, como que una autonomía diga “esto de tal ley no lo voy a
aplicar porque invade mis competencias o simplemente no me gusta”. La invasión
de competencias la deciden los tribunales no los gobiernos autonómicos ¿Hemos
llegado a los reinos taifas? El Gobierno saca un anteproyecto de ley sobre el
aborto deprisa y corriendo y tiene un alud de críticas dentro y fuera del
partido porque no ha preparado a la opinión pública de lo que estaba haciendo,
con lo que sus servicios de comunicación quedan completamente en entredicho. Ahora
ya no hay anteproyecto sobre el aborto hasta después de las europeas, por no
perder votos. Se gobierna con el cortoplacismo. Lamentable.
La manera de hacer política en la actual España
consiste no tanto en crear ideas y contribuir al bien de los españoles, sino en
poner palos a las ruedas de unos contra otros para obtener más votos en las
próximas elecciones. Es una visión cortoplacista, que siempre es mala consejera
cuando la crisis es de fondo y no solo de “turbulencias”, o de “altibajos” como
La Zarzuela califica la situación matrimonial del Príncipe Felipe y la Princesa
Letizia, que se la ve cada vez más distante de la vida pública y del Príncipe.
Las encuestas ponen de relieve que España cara al
futuro tendrá una fragmentación política que, dada la idiosincrasia de los
españoles, no puede más que llevar a la inestabilidad política e institucional
del país, como se vio en el tripartito catalán y el pentapartito balear del
señor Antich. El partido de la oposición, el PSOE, está manchado en casos muy
graves de corrupción en Andalucía, su gran feudo electoral, y en una división
profunda en su otro feudo electoral tradicional que es Catalunya, no parece que
sea un partido lo suficientemente sólido para ser la auténtica alternativa al
PP. Cara al futuro se apunta hacia un gobierno pluripartidista que subirá al
escenario del desafinado coro español que carece de director de orquesta
(Rajoy) y hasta de mediador (el Rey). Y no me parece que tendrá mejor partitura
musical.
O sea que tenemos una España en la que confían más
los de fuera (Europa, Estados Unidos, en el FMI, etc.) que los mismos
españoles. A veces así ocurre, como le ocurrió a Winston Churchill y otros
gobernantes. El Gobierno ha tenido problemas para resolver los temas
económicos, pero han descuidado los grandes problemas internos como la crisis
territorial y el paro, amén de una excesiva presión fiscal. Hay una falta de
liderazgo y no hay una voluntad firme de procurar el bien común de todos por
encima de los intereses particulares de las baronías internas de los partidos,
surgidas al amparo de los territorios, del poder en las autonomías. La
situación no es rósea, pero tiene soluciones con altitud de miras y menos
intereses egoístas y partidistas. El pueblo español tiene la palabra.
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