. El pasado 17 de octubre, se cumplieron los
100 años del nacimiento del papa Juan Pablo I, Albino Luciani, más conocido
como “el papa de la sonrisa”. Hoy han pasado más de 30 años del fallecimiento
de este papa y puede analizarse con más perspectiva el significado de este
breve pontíficado en la historia.
El
año 1978 fue un año crucial en la historia de la Iglesia del siglo XX. En este
año se da por terminado el periodo en el que los partidos comunistas del
occidente democrático, en contra de lo que querían los ideólogos de la Unión
Soviética, buscaban el diálogo y la colaboración con los partidos de centro,
dentro del llamado eurocomunismo (comunismo a la europea), liderado por el PCI
(Partido Comunista Italiano) que dirigía Enrico Berlinguer.
El eurocomunismo se hundió con el asesinato
del político italiano Aldo Moro, obra del grupo terrorista Brigadas Rojas en
mayo de 1978. Moro había preparado con Berlinguer una colaboración entre
demócrata-cristianos y comunistas, y fue secuestrado el día de la votación del
primer gobierno apoyado por los comunistas. Este asesinato fue atribuido
indirectamente a los servicios secretos de la Unión Soviética. Pablo VI, que durante
su pontificado se distinguió por su diálogo entre la Santa Sede y los países
comunistas en la llamada Ostpolitik del Vaticano, presidió los funerales por el
alma Aldo Moro, su íntimo amigo, en la catedral de Roma, la basílica de San
Juan de Letrán.
En
el ámbito internacional, Margaret Thatcher ganó sus primeras elecciones en 1975
y Ronald Reagan, candidato Republicano, ganó las elecciones presidenciales de
Estados Unidos de 1980, un año después de ser elegido Juan Pablo II. Por su parte, la Unión Soviética, era cada vez
más fuerte en el mundo, tras la derrota norteamericana en Vietnam, las
victorias en los conflictos de Angola y Mazambique, el éxito del comunismo en
América Latina, donde triunfaba la teología de la liberación con una fuerte
presencia en la India, en el Oriente Medio, en África y con posibilidades de
tener un papel importante con la caída de las dictaduras mediterráneas de Grecia,
Portugal y España. Mientras tanto, el comunismo en Italia casi consiguió llegar
al poder en las elecciones de 1975.
Hechos clave
Pablo
VI fallece el 6 de agosto de 1978, el papa de clausuró el Concilio Vaticano II, que fue abierto en 1962 por Juan
XXIII. Por eso, cuando fue elegido papa el cardenal Albino Luciani, tomo el
nombre compuesto de Juan y Pablo, porque era –se suponía—el primer papa del
post Concilio. Pero tras su corta duración (33 días) los cardenales eligieron a
un papa que debía llevar a la Iglesia al tercer milenio, como así fue, y eligió
el nombre de Juan Pablo II, dando sentido de continuidad a la misión que los
cardenales otorgaron al papa Luciani.
El
papa Juan Pablo I, fue un papa imprescindible para la Iglesia, pues sin este
breve papado hubiera sido muy difícil que los cardenales eligieran un papa no
italiano, y más aún, un papa que procedía de un país comunista, como Polonia.
Hasta
ahora, con Pablo VI, que gobernó la Iglesia durante 15 años, muchos fieles
habían visto a un papa apesadumbrado, que no pudo impedir la aprobación del
divorcio en Italia, ni el cisma del Catecismo Holandés o la separación de
Lefébvre, ni tantas desafecciones de sacerdotes, religiosas y religiosos, que
llegó a decir que “el humo de Satanás ha entrado por algunas grietas del
Vaticano”. Y llegó el “papa de la sonrisa”.
Juan
Pablo I quedó tan sorprendido por ser elegido el 26 de agosto, y lo contó con espontánea
sinceridad al día siguiente a los fieles congregados en la plaza de San Pedro: “ayer
cuando fui a votar junto con los otros cardenales, nunca hubieras imaginado que
me elegirían a mí”, dijo. Comentaba a sus colaboradores más cercanos, que sería
un papa que duraría poco tiempo. Cuando le hablaban de preparar viajes o
discursos, decía: “ya lo hará el próximo papa”. Esta fue la expresión, cuenta
su secretario Mons. John Magee, que utilizó cuando le dijeron que debía
preparar el encuentro con los obispos de América Latina en la localidad de
Puebla en México, el mes de marzo de 1979, donde debía de pronunciarse sobre la
teología de la liberación.
Juan
Pablo I, tal vez consciente de su escaso conocimiento de la Curia Romana, la
primera decisión que tomó, dos días después de ser elegido, fue confirmar a
todos los cargos de la Curia. Los altos cargos del Vaticano estaban contentos,
y así lo explicitó en varias ocasiones el cardenal francés, Jean-Marie Villot,
que era el Secretario de Estado, o sea el “número dos” del Vaticano.
Apenas
iniciado su pontificado, tras la misa de toma de posesión de su cargo, el
domingo 4 de septiembre, Juan Pablo I recibió al día siguiente al metropolita
de San Petersburgo (entonces Leningrado), Boris Rotov Nikodim. Mons. Nikodim,
que llevaba más de un mes en Roma, era un extraño personaje. Era el número dos
del patriarcado de Moscú y al mismo tiempo miembro del KGB, los servicios
secretos de la Unión Soviética, que utilizaba el nombre de “Adamant” para este
prelado ortodoxo. En la audiencia del día 5, Nikodim le dijo al papa Luciani algo
sobre el ecumenismo que gustó mucho al papa. Un minuto después Nikodim caía a
los pies del nuevo papa, fulminado por un ataque cardiaco. Juan Pablo I pasó
dos noches sin dormir, pensando qué podría significar esta muerte, según contó
a sus más allegados. Con Nikodim fallecía tal vez el prelado ortodoxo más
inteligente (tenía 49 años en 1978) y estaba decidido a llevar a la Iglesia
Católica en la órbita de la política exterior soviética. Con la pérdida de
Nikodim, la Unión Soviética perdió a su más grande embajador ante las
religiones.
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¿Quién habla de asesinato con Juan Pablo I?
Nadie
podía predecir la brevedad del pontificado del papa Luciani. Al papa Juan Pablo
I se le veía públicamente contento, aunque nunca se le vio como el papa que
debía hacer frente a la crisis de la Iglesia surgida de un Concilio y del mundo
separado este por dos grandes bloques y en permanente guerra fría entre
sí. Se supo el nuevo papa vivía agobiado
por tantos papeles y documentos que debía leer y escribir, sobre todo leer.
Tanto es así que una vez, ante un montón de papeles, se le preguntó qué le
preocupaba al papa y si quería una máquina de escribir (los ordenadores
entonces no estaban en el mercado), y respondió: “Lo que necesito es una
máquina de leer”.
Juan
Pablo I terminó sus días en la Tierra el 28 de septiembre de año 1978 cuando no
había cumplido los 66 años. Mucho se ha especulado sobre esta muerte, pero con
poco fundamento. Los hechos ocurrieron la noche del 27 al 28 de septiembre. El
papa se acostó la noche del 27 sin que aparentara ningún problema de salud. A
las cuatro y media de la mañana, la religiosa que le atendía, sor Vicenza –y
que había venido de Venecia, pues llevaba ya muchos años con el cardenal
Luciani--, le dejó la taza de café como todos los días. Cuando volvió después
de las cinco, y al ver que el papa no se había levantado, llamó, abrió la
puerta y encontró al papa muerto con papeles encima de su cama. Llamó al
secretario del papa, el irlandés Mons. John Magee, quien había sido secretario
con Pablo VI, quien constató lo que le dijo la religiosa italiana, y avisó al
médico doctor Renato Buzzetti y al cardenal Secretario de Estado, Jean Villot.
El médico del Vaticano, que sustituía al doctor Fontana estos días, certificó
la defunción de Juan Pablo I por “infarto de miocardio agudo” y cifró la muerte
hacia las once de la noche del día anterior. A las siete y media, la Sala de
Prensa del Vaticano emitió un largo comunicado en el que destacaba la causa del
fallecimiento, pero que omitió que quien encontró al papa sin vida fue la
religiosa que le atendía y sólo citó al prelado irlandés. Esta falta de
información, como suele ocurrir, desató rumores, hasta el punto que
–especialmente entre periodistas anglosajones muy afectos al sensacionalismo—se
levantó la especie que el papa había sido asesinado.
Para
disipar dudas sobe suposiciones de un supuesto asesinato de un Pablo I aireado
por periodistas anglosajones, el papa Juan Pablo II mantuvo en su secretaría a
John Magee quien posteriormente fue el Maestro de Ceremonias del papa en
sustitución de Mons. Virgilio Noé. Nunca halló nada extraño. Algunos
periodistas y también algún prelado, pidieron la autopsia, pero de todas formas
no hubiera disipado el morbo de los periodistas anglosajones. Personalmente he
leído bastante sobre lo escrito, y he constatado que hay muchos errores y
confusiones de personas, cargos, fechas y datos concretos. Por lo tanto yo sigo
con la versión que recogí cuando cubrí en Roma, como corresponsal, la muerte de
Juan Pablo I y el posterior Cónclave. No se pueden escribir libros por despecho
o por sensacionalismo utilizando el dicho italiano “se non è vero è ben trovato”. Hay algún autor, como John Cornwell,
que fue ex seminarista “convertido” en ateo y que buscaba a toda costa tener el
“tema del siglo”. Viendo sus fuentes muy escasas y de muy poco peso, no se le
hizo caso en el Vaticano y esto molestó al periodista, quien sin embargo tuvo
que concluir que el papa Juan Pablo I murió de muerte natural, aunque no de un
infarto.
La elección de Wojtyla
Si
el cardenal Albino Luciani encontró el consenso de los cardenales en su persona
para suceder a Pablo VI, en el siguiente Cónclave, que se abrió el 14 de
octubre, los cardenales no encontraron consenso para elegir a un papa italiano,
y así fue elegido el cardenal polaco, Karol Wojtyla, hombre prudente, de gran
prestigio y con una fortaleza interior fuera de todas dudas: tenía 56 años y
era el papa número 254 y el primero no italiano tras 456 años (como dato
curioso, el anterior papa no italiano fue Adriano VI, obispo de Tortosa). Juan
Pablo I fue elegido el día de la festividad de la virgen polaca de Czestochowa.
¿Una premonición?
Con
Juan Pablo II se iniciaron los cambios que llevaron a la caída del comunismo,
tanto en Europa oriental como en los países occidentales. Tuvo lugar la caída del
Muro de Berlín en 1989 y el hundimiento del imperio soviético, que se desmoronó
como un castillo de naipes. La influencia del papa Wojtyla fue fundamental como
reconoció el que fue presidente de la URSS Mijail Gorbachov en diversos
escritos, entre ellos en sus “Memorias”. Hoy muchos están de acuerdo en señalar
que sin el breve paso del papa Luciani por la sede de Pedro, no hubiera sido
posible la elección de Wojtyla.
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