Ha empezado el curso
escolar con algunos problemas, un cierto malestar y la tradicional demagogia.
La educación en España sigue siendo –creo que será el único país de Europa—un
motivo de lucha ideológica, lo cual es lamentable, porque la libertad de
educación no debería ser motivo de controversia en un país donde se respetan
los derechos fundamentales de las personas, de los ciudadanos.
Vamos por partes. En primer lugar se dice que hay más
alumnos y menos profesores en este curso. Esto es cierto, y se ha incrementado el número de alumnos por
aula. Pero el curso próximo habrá menos alumnos, y falta flexibilidad para
adecuar los alumnos con los profesores. Un ejemplo. Con el “baby boom” de los
años setenta aumentaron las aulas y los profesores para dar cabida a los
alumnos, pero cuando los años siguientes la población escolar se redujo a la mitad
(pasó de más de 110.000 alumnos a cerca de 57.000) no se despidieron a la mitad
de los profesores, sino que se redujo el número de alumnos por aula, sin que
por ello se redujera el fracaso escolar que tanto preocupa a la ciudadanía.
El tema de la enseñanza se vuelve demagógico cuando
se habla de qué “tipo de escuela”. Entonces los hay que prefieren el
uniformismo sin espacios de libertad (la escuela debe ser de titularidad pública,
o sea única, y gratuita, dicen); otros, un poco más abiertos, dicen que la
escuela financiada con fondos públicos debe ser mixta y gratuita igual que la
pública, y finalmente los que prefieren que haya espacios de libertad en la
enseñanza y piden que los padres puedan elegir escuela que desean y que las
instituciones sociales puedan erigir y dirigir centros en las mismas
condiciones que la escuela pública y gratuita.
Para aclarar estos aspectos, conviene señalar que los depositarios del derecho a la
educación son los padres de los alumnos, no las escuelas, ni siquiera el Estado
o las organizaciones sociales o religiosas: son los padres. Y así lo contempla
la Declaración Universal de los Derechos Fundamentales del Hombre y lo recoge
nuestra Constitución, todavía vigente (artículo 27). Por eso, a quien corresponder
elegir un tipo de escuela, de acuerdo con la formación que allí se da, es a los
padres. Históricamente, el Estado ha creado escuelas para cubrir las
necesidades educativas de la población que no estaba atendida por iniciativas
sociales. En otras palabras el Estado ha actuado de modo subsidiario.
Y cuando se habla de libertad no se habla de la
libertad de los religiosos católicos, sino de la libertad de toda la sociedad:
pueden haber escuelas musulmanas, judías, budistas, protestantes o laicas,
siempre que actúen según la Constitución. Y si quiero que esta escuela separe
niños y niñas como hacen tantas escuelas que existen en todo el mundo, el Estado y la sociedad deben
respetar la voluntad de los padres, siempre que se dé en estas escuelas el
mismo nivel educativo y curricular. Por eso, cuando se dice que “la escuela
debe hacer o decidir o no hacer esto y lo otro”, se parte de una premisa falsa,
pues no es la escuela la titular del derecho a educar, sino los padres. Nuestra
Constitución (artículo 27) reconoce la “libertad de enseñanza” y dice que
“todos” tienen derecho a la educación gratuita en los niveles obligatorios, y
que “los poderes Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los
padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de
acuerdo con sus propias convicciones”, al tiempo que también garantizan la
libertad de creación de escuelas: “Se reconoce a las personas físicas y
jurídicas la libertad de creación de centros docentes”.
Es duro pensar que en nuestro país el tema de los
principios que rigen el sistema educativo sea carne de ideologías más o menos
totalizantes, que lo que temen es que haya libertad de enseñanza y quieren
apropiarse del derecho que tienen los padres a elegir la educación de sus
hijos. En definitiva son grupos o partidos que se han colocado fuera de la
Constitución y de los Derechos humanos, porque no respetan derechos y
principios fundamentales de toda democracia. Quien no acepta la libertad y el
derecho que tienen los padres a elegir la educación de sus hijos, no respeta
tampoco otras libertades y derechos fundamentales, pues estas no pueden
separarse como gajos o rebanadas, sino que forman todo un conjunto inseparable
entre sí.
Salvador Aragonés
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