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Wikileaks: Los papeles del Vaticano. La laicidad de la diplomacia norteamericana

Acabo de leer el artículo de mi amigo Lluís Bassets, de “El País”, titulado “cada vez menos católica”, en el que mezcla documentos de Wikileaks con opiniones personales que están en la línea de los documentos de Wikileaks, con la teoría de fondo de los papeles de la diplomacia norteamericana de que la Iglesia Católica tiene menos prestigio y que está “en un amargo e imparable declive”. (Nota: debajo de este artículo está el texto íntegro del artículo comentado).

Como suelo decir en mis clases de Periodismo, lo importante del mensaje periodístico descansa en las fuentes y el contexto del mensaje. O como diría la doctora Lecaros (LECAROS, María José, Cuadernos de Información Nº4-5 / 1987-1988, Facultad de Comunicaciones, Pontificia Universidad de Chile), el periodista “debe tener la verdad gnoseológica de la verdad y la verdad moral, es decir, y cito textualmente: el periodista “debe poseer lo que se denomina verdad gnoseológica, debe ser capaz de conocer y entender la realidad. Pero además debe poseer la verdad moral, debe ser capaz de transmitir lo más exactamente posible la verdad conocida al público receptor. La verdad lógica y la verdad moral constituyen lo que se denomina la verdad informativa”. El periodista y premio Príncipe de Asturias, el cronista polaco –que lo fue en la era comunista-- Riszard Kapuscinski, (KAPUSCINSKI, Riszard, 2008, Los cínicos no sirven para este oficio, Editorial Anagrama, p. 33 y 58), afirma que “en el mal periodismo –afirma--encontramos solo la descripción, sin ninguna conexión con el contexto histórico”, a lo que yo añadiría el contexto antropológico del hombre. Y por último, al clásico profesor de Redacción Periodística Martín Vivaldi (MARTÍN VIVALDI, Gonzalo, 1973, Géneros periodísticos, Paraninfo, Madrid, p.93) dice una verdad de Perogrullo: “las cosas, (los hechos), son como son y no como nos gustaría que fueran”.

No estoy dando lecciones de periodismo al amigo Lluís Bassets, que sabe más que yo, sino que lo hago para quienes son estudiantes de periodismo o personas para mí desconocidas que entran en las redes sociales quieren saber cosas y así les doy un poco de culturilla periodística, que nunc a va mal. Además, este articulito mío va dirigido a los diplomáticos norteamericanos que demuestran una bisoñez en el terreno de las ideas, de la historia y del mundo, como en tantas ocasiones han demostrado. No sé si la cita de mi amigo Oriol Domingo de “La Vanguardia” estaba o no en Wikileaks, lo dudo mucho pues esta famosa frase de Stalin (“¿cuántas divisiones tiene el Vaticano?”)es muy conocida por los historiadores modernos y la pronunció en la conferencia de Yalta.

Una vez, en enero de 1973, precisamente el día que se firmaba la retirada de las tropas norteamericanas de Vietnam entre Henry Kissinger y Le Duc To, el papa Pablo VI nos recibió a los periodistas extranjeros acreditados en Roma, entre los que me encontraba. Fue muy aleccionador cuando dijo que los periodistas no podemos juzgar a la Iglesia Católica, y tampoco al papa en cuanto tal papa, como se juzga una sociedad civil. Destacó, coloquiando con los periodistas, que una cosa es Montini (Pablo VI se llamaba Giovanni Montini) y otra el papa. Lo mismo ha dicho ahora Benedicto XVI en su libro “Luz del mundo”, que firma como Joseph Ratzinger, y no como papa, porque sus opiniones no implican a la Iglesia. La Iglesia no es una sociedad democrática, sino que debe custodiar siempre el depósito de la fe, el cual es inmutable en su esencia. El papa, además, es garante de la unidad de la iglesia.

¿A qué viene eso ahora? Que muchos ven en la Iglesia Católica una sociedad que se equivoca, que no se ha “modernizado” y que es una “antigualla”, cuando no acepta las corrientes modernas del pensamiento y de las costumbres de las sociedades “más adelantadas”, “más progresistas”. Si lo hiciera así, la Iglesia Católica habría tenido que ser seguidora del Imperio Romano, del nefasto liberalismo del siglo XIX, del marxismo que dominó medio mundo , sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, seguidora también del Fascismo italiano, pues casi no había italianos que no fueran fascistas en los años 30 cuando Pío XI promulgó su encíclica “Non abbiamo bisogno” (1931, en la plenitud del Fascismo) de condena del totalitarismo fascista, de igual modo que el mismo papa se negó a seguir lasa corrientes nazis, tan en boga en Alemania y media Europa, en los años 30, cuando promulgó su encíclica “Mitt brennender sorge” (1938) de dura condena al nazismo.

Y eso para no remontarnos al arrianismo, al nestorianismo, al galicanismo, al enciclopedismo, al jansenismo, al modernismo (Pío X), al movimiento de los cristianos por el socialismo (¿Dónde está ahora el socialismo?), o hubiera sucumbido en las ansias de la guerra en la Primera Guerra Mundial, cuando Benedicto XV predicaba lo contrario: pedía la paz en el púlpito y en su acción diplomática, y no tuvo éxito, o cuando pidió a los gobiernos que no “humillaran” a Alemania cuando terminó esa guerra, por las consecuencias que traería (una segunda guerra mundial), etc., etc. También Pío XI denunció del mal intrínseco que se infligía a la persona humana la negación de su libertad, especialmente la libertad religiosa, del marxismo-leninismo instalado en la Unión Soviética, y por eso escribió la encíclica “Divini Redemptoris” (1938), de total condena del comunismo y del marxismo-leninismo.

Y como Stalin contaba la “potencia” del Vaticano por divisiones militares, fue en realidad un polaco, Karol Wojtila, que con la única arma de la defensa de los valores antropológicos del hombre, como la libertad, quien derrotó a los millares de tanques soviéticos y del Pacto de Varsovia, aviones con cabezas nucleares, mísiles nucleares, submarinos atómicos, etc., y el comunismo se cayó en Europa como si hubiera sido un castillo de naipes. Muchos, dentro y fuera de la Iglesia, como los cristianos por el socialismo, querían que ésta reconociera los “valores” del marxismo, o al menos su “metodología” a la hora de enjuiciar la historia, una metodología, basada en la negación de Dios.

En otras palabras: la iglesia nunca ha seguido las modas de los tiempos, sino que ha defendido su depósito de fe, en contra muchas veces de las modas, usos y pensamientos de cada época histórica, y ha dado su visión crítica o – como dice el Vaticano II—“profética”, sobre el futuro del hombre y del mundo. El cardenal Wojtila –todavía arzobispo de Cracovia—escribió un precioso libro titulado “Signo de contradicción” (1976). Un año y medio después fue elegido papa y él mismo fue “signo de contradicción”. Y a pesar de ser la iglesia la voz crítica de los tiempos modernos actuales, los libros de Benedicto XVI y de Juan Pablo II han sido unos auténticos best-sellers, vendiendo centenares de miles de copias, si no millones. Pocos son los que consiguen tales éxitos editoriales sobre ensayos sobre el mundo y el hombre.

Actualmente, si bien es cierto que en los países occidentales del bienestar –ahora en crisis—la práctica religiosa ha disminuido considerablemente, no es menos cierto, que la voz del papa se levanta con más fuerza como nunca había ocurrido antes. El papa donde va levanta multitudes. Miremos lo que pasó en Gran Bretaña el pasado mes de octubre, cuando nadie pensaba que fueran tantos miles de fieles en la misa del papa. Por otro lado, ningún hombre religioso o de Estado, ha tenido una audiencia tan selecta como la que tuvo Benedicto XVI en Westminster, adonde acudieron a escucharle todos los primeros ministros vivos de Gran Bretaña, desde Maregareth Thatcher, pasando por Toni Blair y terminando con David Cameron y el viceministro Nick Clegg, todos ellos de religiones distintas a la católica, e incluso el último, ateo. Y si fueron es porque algo nuevo querían escuchar del papa que no habían escuchado en los foros civiles. Porque las personas que tienen una visión profundamente religiosa tienen esta tercera dimensión –la altura—que no la proporcionan los poderosos del mundo, muy pegados al poder del dinero, de las armas y de la economía.

Para seguir en plena forma la Iglesia Católica, con mil millones de católicos en el mundo –que practican en una medida no siempre igual—en pleno siglo XXI, hay que haber sido fiel a los principios de Jesucristo-Dios, y hay que haber sido fiel, con una voluntad incorrupta, a la doctrina que la Iglesia ha heredado –para los creyentes—del hombre histórico Jesucristo, que era y es verdadero Dios y verdadero hombre, y de la Tradición.

En unos tiempos de grandes infidelidades, de grandes mentiras, en el ámbito público y privado, mantener una fidelidad doctrinal más de 20 siglos, no es cosa baladí. Los enciclopedistas ya decían en el siglo XVIII que el Papado dejaría de existir: han pasado cerca de 300 años y está más fuerte que nunca. Ahora lo repiten los amigos laicistas jugando a profecías sobre el fin de la iglesia, porque ellos jamás las verán cumplidas porque su vida es muy corta, muy efímera (unos añitos).

El Vaticano no tiene la aviación ni la tecnología bélica norteamericana, ni los dólares, ni el poder político, pero tiene un poder moral que se hace sentir en todo el mundo. Donde va el papa se movilizan miles de periodistas de todo el mundo, que informarán a millones y millones de lectores, espectadores y radioyentes, simplemente porque lo que dice y hace el papa interesa a su público. Si no interesara, el papa vendría a Barcelona en un Seat Ibiza, y a lo más con un sermón en la Catedral para los fieles de siempre.

¿Por qué todos los papas han sido invitados a las Naciones Unidas precisamente para que den su visión del mundo moderno de acuerdo con los principios cristianos, ante el mayor foro mundial? Y así ha sido en los últimos papas.

Además, estos papas congregan a centenares de miles de jóvenes de todo el mundo cada año, al celebrarse la Jornada Mundial de la Juventud, que en el 2011 será precisamente en Madrid. Yo aconsejaría a los sesudos diplomáticos norteamericanos que miraran a estos jóvenes que van a Madrid, que se mezclaran entre ellos durmiendo al raso, y que me digan con cuántas divisiones, aviones fighter, torpedos, bombas, mísiles con cabezas nucleares, etc., lo destruirían. ¿Por qué? Porque quien no tiene fe debe reconocer que la fe está en muchas personas, en muchas conciencias y hay que respetarlas. No se puede medir la cantidad del agua en metros lineales, ni siquiera en metros cuadrados, sino en metros cúbicos, es decir con una tercera dimensión, al altura.

Esta altura es la que facilita una visión del hombre y del mundo que va más allá de lo material y que busca afanosamente la verdad y la trascendencia, la libertad y el amor, la esperanza y la relación con Dios, y que vive inquieto porque no encuentra amor, no encuentra paz, no encuentra felicidad, no encuentra reposo en su interior. Por eso van a ver al papa, a escucharle, porque no habla como un médico, ni como un arquitecto, ni como un político, ni como un maestro de yoga, sino como una persona conocedora profunda del hombre y de sus inquietudes y que quiere dar –y que los hombres den a su vez a sus congéneres—más amor, más justicia, más libertad, más felicidad a sus semejantes los hombres. El poder de la iglesia, y el del papa, no es por lo tanto un poder militar, es algo más profundo y de mayor calado en la conciencia del hombre.

He sido demasiado largo y no sé si los comentarios de Wikileaks merecían tanto espacio. Me dejaba una cosa: los americanos dicen que los cardenales saben poco inglés en la Curia o en la Iglesia. Esto no es ya inexacto, sino una enorme falta de información, tanta, que sorprende que quien lo haya dicho conozca a la Iglesia Católica, aunque sea a mucha distancia. La gran mayoría de cardenales habla y entiende inglés, y en muchos de ellos su “lengua vehicular” es el inglés, porque proceden de países de habla inglesa de América, Europa, África, Asia y Oceanía ¡Qué desconocimiento! ¡Qué ignorancia! ¿No se referirá Wikilieaks a los cardenales de hace 100 años? Sólo este dato descalifica toda la información de Wikileaks que nos ha dado a conocer el periodista de El País, Lluís Bassets..

Salvador Aragonés


A continuación el artículo de Lluís Bassets

Lluís Bassets: Cada vez menos católica: Una buena cata de los papeles de Wikileaks proporciona la mejor y más pr... http://bit.ly/gXqcLR

Cada vez menos católica

Una buena cata de los papeles de Wikileaks proporciona la mejor y más precisa documentación sobre el mapa del poder en el mundo en la primera década del siglo XXI. Todo cuadra en los cables del Departamento de Estado, fruto del trabajo de excelentes observadores y analistas. No puede sorprender la idea de una debilidad sin remisión que nos transmiten respecto a Europa; ni el tufo de corrupción, cleptocracia y despotismo que captan, apenas sin discontinuidades, en todo el mundo árabe desde Marruecos hasta Irak. Tampoco sorprende la imagen que nos proporciona del Vaticano como un “poder cerrado, provinciano y anticuado” —en palabras del corresponsal en Roma, Miguel Mora—, a pesar de que se trata de la segunda potencia diplomática del mundo, con legaciones en 177 países, detrás de Estados Unidos con 188, según se encarga de recordar uno de los cables.

Los diplomáticos norteamericanos intentan despachar el asunto con el piadoso y socorrido argumento del problema de comunicación. Según señalan, el aparato del Vaticano desconoce las nuevas tecnologías y las relaciones públicas, no funciona la coordinación política y tiene la gestión de sus asuntos mundanos en manos de un grupo de ancianos casi todos italianos, con escasa capacidad para expresarse en inglés, el idioma de la globalización. Las reacciones que suscitan en el mundo católico estas revelaciones confirman la profundidad del problema. Benedicto XVI, a diferencia de anteriores pontífices, no se reconoce como un poder político y diplomático, y reivindica únicamente la influencia espiritual de su autoridad, tal como subrayaba el corresponsal religioso de 'La Vanguardia', Oriol Domingo, el pasado 19 de diciembre: “Esta visión recuerda la pregunta burlesca formulada en 1945 por el dictador Joseph Stalin a Winston Churchill y Theodore (sic) Roosevelt sobre cuántas divisiones tenía el Papa, entonces Pío XII. Los poderes norteamericano, estalinista y tantos otros coinciden en realizar un análisis tan solo político y económico para enjuiciar la Iglesia”.

Y sin embargo, la agenda política y diplomática que tiene la Santa Sede ante sí es tan extensa y difícil como la de la potencia internacional que fue y al parecer no quiere seguir siendo. Un tercio de sus fieles se halla en un continente, América Latina, que “se siente marginada por el Vaticano”. La atención del Papa a las raíces cristianas de Europa, la unidad con los cristianos ortodoxos y las relaciones con el Islam, han situado a los católicos latinoamericanos en un segundo plano, según estos cables. En los países donde resisten las comunidades cristianas más antiguas, el fundamentalismo islámico alienta una feroz persecución, que con frecuencia llega al pogromo contra los seguidores de Roma. En la inmensa China, el catolicismo tiene prohibido ejercer su autoridad, sustituida por los obispos nombrados por el régimen comunista.

La acción de la diplomacia vaticana, y sobre todo de la red capilar de sus sacerdotes y religiosos, se concentra, en otros asuntos de mayor enjundia doctrinal o moral, como la contracepción y el aborto, los matrimonios homosexuales o la investigación en células madre. Los cables del Departamento de Estado revelan que la Iglesia, y sobre todo lo que queda de su antaño brillante diplomacia, mantiene despiertos los reflejos y su sintonía tradicional con el multilateralismo en política internacional y su reformismo social. Su posición ante el desarme, el conflicto de Oriente Próximo, la guerra de Irak, el peligro nuclear iraní, la pobreza, la crisis económica o el cambio climático es la de un clásico Gobierno moderado socialcristiano o socialdemócrata, que viene a ser lo mismo.
Distinta, en cambio, es la actitud competitiva frente al Islam de este Papa, al que Washington califica de eurocéntrico: “Ratzinger cree que Europa es la patria espiritual e histórica de la Iglesia y no está dispuesto a ceder su propio continente a las fuerzas del secularismo o al Islam”. Contrasta esta actitud combativa con la debilitada posición moral de la Iglesia en su propio territorio, erosionada por el escándalo que no cesa de los curas pederastas y las sucesivas rectificaciones primero en el reconocimiento de las complicidades jerárquicas y luego en su represión desde el interior mismo de la Iglesia.

Los cables y las reacciones nos dicen dos cosas. Que la primera institución que quiso ser global en la historia —eso quiere decir católica— tiene dificultades para seguir siéndolo. Y que la actual jerarquía vaticana apenas sabe reaccionar ante este amargo e imparable declive.

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