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CiU y PSC prepararon la investidura desde el día siguiente de las elecciones, con la exclusión del PP y ERC (1)

He leído mucho comentarios en la prensa y escuchado la radio sobre cómo ha sido la investidura de Artur Mas, President de la Generalitat. Según mis informaciones el PSC y CiU estuvieron en contacto ya desde el día siguiente de las elecciones. Una y otra formación política hicieron una clara lectura electoral. La “nomenklatura” de la derecha madrileña se las prometía felices: el pacto entre CiU y el PP está asegurado. Pero esta derecha bisoña que se mira el ombligo y no ve más allá de Guadalajara, no ha sabido detectar la irritación de los nacionalistas en el tema identitario, tanto por los recortes del Estatut ya en el Congreso, como sobre todo por la sentencia del Tribunal Constitucional, al igual que por las sentencias que seguirán ahora en el Supremo como consecuencia de la sentencia del Constitucional.

CiU no quería pactar ni con el PP ni con ERC y lo tenía claro desde el primer momento: uno porque es diametralmente opuesto al ideario nacionalista de CiU y el segundo porque nadie sabe lo que puede pasar en el futuro, por su falta de liderazgo, su voluntad independentista (en campaña dijeron que sólo pactarían si en esta legislatura tuviera lugar el referéndum sobre la independencia de Catalunya). Iniciativa de Herrera era precisamente el partido al que Mas no podía solicitar un pacto, porque durante la campaña y después ya dijo Joan Herrera que estarán en la oposición al no poderse rehacer el tripartito.

Quedaban dos caminos para Artur Mas (a quien la sombra de Jordi Pujol aparece muy alargada): apostar por un amplio “consenso” abstencionista en la segunda vuelta, o poner todos los huevos en el cesto de los socialistas “catalanistas” del PSC, entre los que están Joaquim Nadal, Miquel Iceta, Manuela de Madre, Montserrat Tura, Celestino Corbacho, y todo el equipo montilliano, que quería salvar los muebles tras la rotunda derrota, salvar también las próximas municipales donde el poder socialista es hegemónico, y, sobre todo, fortalecer en la medida de lo posible el voto socialista en las próximas elecciones generales para evitar una mayoría absoluta del Partido Popular. Esto excluía, al igual que en el Pacto del Tinell, al PP de un acordó para la abstención en la investidura, y esta exclusión implicaba también la de Esquerra Republicana, porque se hubiera parecido a una especie de reedición del tripartito, a cuyo derrumbamiento tanto influyó ERC.

Por lo tanto, desde el primer momento los responsables de CiU y del PSC se pusieron a trabajar con la hipótesis que serían los socialistas a abstenerse en la segunda vuelta, y además, sumados los votos (63 + 28 = 91 escaños) resulta que ambos partidos configuran los dos tercios del Parlament que tiene 135 diputados, y por lo tanto el acuerdo con los socialistas resultaría imprescindible para acometer las reformas institucionales básicas: Desarrollo del Estatut, ley electoral, preservación de la lengua catalana como vehicular en la enseñanza, preservar el modelo sanitario como servicio público, los medios audiovisuales públicos, reparto de sillones en comisiones mixtas, etc. El PP no hubiera estado de acuerdo en el tema identitario, pero la ingenuidad de la nueva presidente del Grupo Popular, Alicia Sánchez-Camacho, esperó hasta el último momento poder abstenerse, porque el PP podría necesitar también los votos “catalanes” de CiU en el futuro gobierno de Madrid.

En resumen, se preparó un primer Pleno de Investidura, en el que el PSC dijo claramente que “son” la alternativa, es decir que no quieren formar un régimen sociovergente (el acuerdo estaba ya casi ultimado), sin una clara alternancia en el gobierno catalán. En sus dos discursos Joaquim Nadal, presidente del Grupo Socialista tras la dimisión de José Montilla como diputado, escenificó muy bien el papel: somos la oposición y la alternativa, vino a decir, pero por responsabilidad institucional nos abstendremos tras un acuerdo de mínimos. Nadal es un viejo peso pesado en política catalana: ha sido alcalde de Girona, portavoz de su grupo en el Parlamento, candidato a la presidencia de la Generalitat enfrentándose nada menos que a Jordi Pujol (fracasó estrepitosamente) conseller, portavoz del gobierno tripartito, y gran muñidor, al igual que Miquel Iceta (aunque éste con menos cargos) de los acuerdos parlamentarios y extraparlamentarios, municipales y extra municipales. Nadal, además, pertenece a la burguesía progre y catalanista (en realidad nacionalista) que surgió de las aulas de los profesores de la Universitat Autònoma de Barcelona, igual que Pasqual Maragall, y que encontró cobijo ideológico en el PSC nacionalista de Joan Reventós, el cual se fusionó con la Federación del PSOE y el PSC (Reagrupament) del también nacionalista y masón, Josep Pallach. El PSC por lo tanto ha encontrado el hombre adecuado en el momento más oportuno para evitar que su derrota tuviera su repercusión en las próximas con tiendas electores, las municipales (22 de mayo) y las generales.

De todo lo dicho se prepara una larga batalla político-identitaria en Catalunya. No hay que olvidar que los principales dirigentes de CDC (que no de CiU) (Mas, Oriol Pujol, Felip Puig, etc.) son abiertamente independentistas, pero no quieren una independencia “a lo loco”, sino pasito a paso, ganándose a la sociedad catalana y creando mayorías sociales en la línea de que Catalunya debe decidir por sí misma en los grandes temas que le afectan. Es el soberanismo de Mas y de CDC, de Pujol padre e hijo (Jordi y Oriol). Si en Madrid no se entiende que los tiros van por ahí, y no se entra en la esfera del diálogo y del “seny”, el encontronazo, la tensión identitaria, los malentendidos, los insultos de una y otra parte, están servidos. No para después de Reyes, sino para después de las generales, en el c aso que el PP gane las elecciones y mantenga una actitud cerril, obstructiva y poco inteligente. El nacionalismo catalán no es tan mayoritario como el vasco, tal vez, pero en estos últimos años ha ganado en fuerza, en capacidad de presión, en presencia en las instituciones. La cita está a uno o dos años.

El caldo de cultivo de este soberanismo no ha sido otro que una desastrosa gestión de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut, y la afirmación irreponsable de José Luis Rodríguez Zapatero de dar al principio “barra libre” a las reivindicaciones catalanas y catalanistas, para después echarse atrás, incumpliendo pactos con Artur Mas, con el PSC, y con todo el mundo.

Salvador Aragonés

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