Mariano Mullerat era un médico rural, un hombre querido por
su pueblo, por su familia. Ejerció como médico en Arbeca (Lleida, España), el pueblo de su madre. Ahora, el papa
Francisco ha aprobado su beatrificación.
¿Quién era Mariano Mullerat? Cuenta su hija, Adela Mullerat, en el semanario “Catalunya Cristiana”, que nació en Santa
Coloma de Queralt, en la arquidiócesis de Tarragona. Estudió medicina. Quería
mucho a sus enfermos. En algunos casos,
cuando la familia del enfermo era pobre, dejaba dinero debajo la almohada.
Mariano era, además, muy piadoso. En su casa se hizo
construir un pequeño oratorio con un crucifijo que lo presidía, al que tenía
una gran devoción. “Nosotras, sus hijas, hemos tenido el gozo de venerar esta
imagen. Cada noche –cuenta la hija—antes
de irnos a la cama, sentíamos como un imán que nos acercaba a aquel Cristo.
Le rezábamos. Le dábamos gracias y reflexionábamos cómo habíamos pasado el
día”. Muchas noches, la familia rezaba en rosario y el padre leía un pasaje de
un libro de san Alfonso María de Liguorio.
Sin pertenecer a ningún partido político (defendía “toda sana
ideología”), Mariano Mullerat fue elegido alcalde
del pueblo de Arbeca. Como alcalde instaló fuentes en el pueblo (no había
agua corriente), construyó aceras en las calles, entronizó el Sagrado Corazón
de Jesús en el Ayuntamiento y restauró
la celebración de Santa Madrona como patrona del Ayuntamiento. Fue co-autor del
libro “Acotaciones a la anatomía
patológica”.
Al inicio de la guerra civil española, en julio de 1936, “mi
padre –cuenta su hija-- pasó por delante de la iglesia del pueblo –él la
llamaba “nuestra catedralicia parroquial”, por lo bonita y grande que era—y vio
que algunas personas la destrozaban. Y les preguntó: “¿por qué lo hacéis?”. Le
contestaron que procurara que no se lo hicieran a él. Lo comentó en su casa. Por
el pueblo corría la voz de que lo matarían”.
Mariano Mullerat pensó entonces irse a Zaragoza, donde tenía
algunos familiares y estaría más seguro. Después de salir de Lleida, tras unos
kilómetros, pensó que sus enfermos
quedarían abandonados, y se dijo: “Pase
lo que pase, nunca los abandonaré”. Cuenta su hija: “Como fervoroso
católico y persona llena de amor a su profesión, se daba a los demás cruzando
el umbral de la esperanza, haciendo el bien y ayudando a los necesitados”. En
1936 Mariano tenía 39 años, casado y con cuatro hijas, de 11, 8, 4 años y una
bebé de nueve meses.
Eran frecuentes entonces los llamados “paseos”. Venían a
buscar a las personas, y el “paseo” consistía en llevarlas a la carretera donde
eran fusiladas. Cuenta la hija que “el 13 de agosto de 1936 (la guerra civil
comenzó el 18 de julio del mismo año), a
las seis de la mañana, me quedó grabada la imagen de la abuela que a la
puerta de la habitación nos dijo: “Levantaos,
niñas, que vienen a buscar a vuestro padre”. Quedé completamente trastornada, como una persona mayor”. Había 25
milicianos en la calle. Otros cinco entraron por la puerta y registraron toda
la casa. “Mi padre quiso ir a amar al
crucifijo. Le siguió un miliciano que debió quedar impresionado de la
imagen. Tanto que cuando otros milicianos querían entrar les dijo “esto ya está”. Y así fue como se salvó el
Crucifijo”.
“Nos reunimos en la entrada de la casa-dice Adela Mullerat—para
decir adiós a mi padre. Él pidió la americana y se la puso. En el bolsillo llevaba
un crucifijo y unas medicinas. Una de las medicinas sirvió para curar a uno de
sus perseguidores, un miliciano que resultó herido al disparársele el arma”.
“Al salir de casa, mi padre dio un beso a la pequeña que estaba
en brazos de mi madre. Y dijo a su esposa:
“Dolors, perdónales como yo los perdono”. Lo subieron en un camión junto
con otros cinco del pueblo. Al pasar por delante del cuartel de la Guardia
Civil, una mujer le pidió una receta para su hijo y se la dio. El padre del
niño era un miliciano. “Mi padre era una
persona llena de amor por su profesión”. Ejerció como médico “hasta las últimas consecuencias”.
Durante el recorrido con el camión, pidió a los que le
acompañaban rezar porque la vida que les quedaba “era corta”. Un miliciano, al
ver que rezaba Mariano Mullerat, “se desahogó dándole un golpe de azada en la
cara”. Bajados del camión, los fusilaron junto a la carretera. “Los cuerpos
iban cayendo, dice Adela Mullerat. Después algunos pusieron leña, rociaron los
cuerpos con gasolina y los quemaron. Como había algunos que no habían muerto,
gritaron de dolor. Oyeron los gritos los vecinos de los campos de alrededor. Seis familias perdieron sus seres queridos
más próximos y trece niños quedaron huérfanos de padre”, dice Adela.
La ceremonia de beatificación ha tenido lugar el 24 de marzo en
la catedral de Tarragona, diócesis en la que nació Mariano Mullerat. La causa
de beatificación ha tardado 15 años, después de largas investigaciones para
probar la veracidad de que murió mártir por la fe.
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