Cuando a
primeros de año nos planteamos dónde celebrar nuestras Bodas de Oro (los 50
años de matrimonio) mis hijos no lo dudaron: ¡Roma!, dijeron.
¿Por
qué? Cuatro de nuestros ocho hijos habían nacido en Roma cuando era
corresponsal de una agencia de noticias española. Siempre hemos guardado muchos
recuerdos de Roma y mucho cariño por la Ciudad Eterna. Roma, por tanto, era el
destino.
Fuimos
este diciembre con nuestros hijos (los nietos los dejamos en casa, todos menos
uno, el último, de tres meses). Llegamos a Roma el miércoles por la noche, y me
acordé de la canción “Quanto più bella Roma a prima sera”. Al día
siguiente teníamos la cita en Santa Marta para asistir a la Santa Misa con el
papa Francisco. Era el gran acontecimiento del viaje. Es una lástima que mis
hijos no pudieran asistir. Éramos demasiados (15 en total), nos dijeron.
La misa es
a la siete de la mañana. Nos levantamos el jueves a las cinco y media, para
estar a las seis y media a la entrada del Vaticano por la puerta del Santo
Ufficio. No había amanecida cuando entramos hacia Santa Marta. Caía una muy
fina lluvia. (¿Ves? Teníamos que haber
llevado el paraguas como te dije, comentó mi esposa).
Fuimos los
primeros en llegar y nos situamos en primera fila. Rezamos por la Iglesia y por
el Papa. Estábamos en el epicentro de la Iglesia católica, de la cristiandad.
Arriba, en el fondo estaba escrito en los lados de un ángulo agudo que sustituye
a la tradicional bóveda: “Veni Sancte
Spiritus et reple tuorum corda fidelium” (Ven Espíritu Santo y llena los corazones de tus fieles). El papa
Francisco se asomó revestido a la puerta de la Sacristía. Color morado. Es
Adviento, aunque era la fiesta de san Nicolás de Bari, el auténtico “Santa
Klaus”.
El Papa
celebró la Santa Misa con gran atención y recogimiento. Me di especial cuenta.
La homilía la desgranó, comentado el Evangelio, como muy preparado. Es una
homilía --la de Santa Marta-- que da la vuelta al mundo todos los días.El Papa
no puede improvisar. Me contaron después que estas homilías son meditadas por el
papa Francisco en su oración personal previa a la Santa Misa.
Al
terminar la misa, a la que asistieron unos 15 sacerdotes concelebrantes y otros
tantos laicos, el Papa saludó a todos. “El
Papa, como Obispo de Roma, no quiere desaprovechar ese contacto directo y
diario con los fieles”, me comentó un alto dignatario de la Curia poco
después.
Mi esposa
y yo nios acercamos a saludar al Papa. Inmediatamente le vimos una persona muy
cercana, como si lo hubiéramos conocido desde hacía tiempo. Con su sotana
blanca, de tela sencilla, su cabeza ladeada, nos saludó. Le contamos algunas
cosas familiares. Siendo yo periodista, le comenté que intento ser riguroso en
mi trabajo profesional; sin embargo, los que dicen mentiras y son
sensacionalistas tienen más éxito que yo. Él asintió, pero me animó a seguir el
camino de la verdad y no el de la mentira.
Al
despedirnos, nos tendió la mano, y vi que nos acariciaba con su mirada. Pero lo
que me quedó grabado, es cuando el Papa, cuando ya nos íbamos, se volvió y nos
dedicó una sonrisa. Había visto al Papa cientos de veces, sobre todo en los
medios de comunicación, por televisión, por fotografías y en la plaza...
Nunca
había captado esa ternura que tenía su sonrisa. La cercanía física, el contacto
personal directo, cambia muchas cosas. Era el papa Francisco, en vivo, que nos
transmitía ese afecto, esa sonrisa, que no era la sonrisa de un hombre que
saluda con cortesía. Era la de un hombre lleno de Dios que nos sonreía con
cariño de padre: es el Vicecristo en la Tierra, como lo llamaba Santa Catalina
de Siena.
Con su
mirada y con su sonrisa nos llamaba a ser fieles, más fieles a Dios, a la
Iglesia, al Papa. Como en la homilía nos había hablado contra los
“enchufes” e influencias que usa mucha gente, nosotros desobedecimos y le
pedimos que rezara por nuestra familia, él que tiene línea directa con el cielo.
Después de
nosotros, recibió las cartas credenciales de la nueva embajadora de España ante
la Santa Sede. Después recibió a un grupo numeroso de religiosos mercedarios al
cumplirse los 800 años de la fundación de su orden y con los que se prodigó con
muestras de afecto. Después despachó con el prefecto de la Congregación para la
Doctrina de la Fe. Por la tarde continuó recibiendo a responsables de otros órganos
de gobierno de la Santa Sede.
Pero
¿Cuándo descansa el Papa? El día 17 de diciembre, dentro de pocos días, cumple
82 años ¡No lo parece! Tiene un vigor fuera de lo normal. Comentamos el hecho a
un cardenal de la Curia al que nos une una amistad antigua: “È un miracolo” (es
un milagro) nos dijo sin pensar. Los hombres muy
metidos en Dios piensan muy poco en sí mismos y Dios les da esta fuerza.
Además, dijo, si Dios no se lo ha llevado es que lo necesita aquí entre
nosotros para dirigir la Iglesia.
¡Feliz
cumpleaños Santo Padre!
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