El presidente de Francia, Emmanuel Macron, quiere establecer
una relación más abierta entre el Estado y la Iglesia Católica. Hasta ahora el
Estado había “ignorado” el hecho religioso al ser un Estado laico a raíz de la
ley del año 1905 que declaró la separación radical entre el Estado y la
Iglesia. Han pasado más de cien años y la situación de entonces no tiene que
ver con la actual realidad ni de la Iglesia Católica no de Francia.
Macron lo dijo en un discurso que pronunció ante la
Conferencia Episcopal francesa y 400 personalidades del ámbito político,
cultural y religioso, en París en la sede del famoso Colegio de los Bernardins.
El discurso, que duró una hora, se
aplazó para que el presidente Macron pudiera conocer la última Exhortación
Apostólica del Papa, “Gaudete et exultate”,
recién publicada. Según Macron hay que
salir de este círculo de “malentendidos y desconfianza recíproca” entre la
Iglesia y la República.
Es la primera vez que tiene lugar un encuentro de estas
características entre el Presidente de Francia y la Iglesia católica. También
Macron mantuvo antes reuniones con las religiones musulmana, hebrea y
protestante.
Macron quiere establecer unas nuevas bases de entendimiento
con la Iglesia católica, una nueva relación entre lo religioso y lo civil en la
Francia laica, pues no tiene sentido hoy el laicismo (que es una laicidad
radical), que ignora el hecho religioso y hasta lo combate, sino quiere
mantener lo que él llama la “laicidad”, es decir que los católicos puedan
colaborar con el Estado en tantas obras benéficas –ayudas a los pobres y obras
de beneficencia-- y de contenido social como desarrollan la Iglesia y sus
instituciones, manteniendo el estado laico.
Es más. Dijo el Presidente de Francia que espera que los católicos colaboren más y se impliquen más en la
vida política de Francia: “Los católicos no deben sentarse en las escalerillas
de la República, sino encontrar el gusto
y la sal de lo que siempre habéis hecho, y participar en las políticas nacional
y europea” para aportar la propia visión”. Ha pedido a la Iglesia “vivir
plenamente la libertad de ser uno de los puntos de referencia que no ceden a
las tendencias de los tiempos”
La laicidad consiste en proteger lo que de bueno tienen las
religiones para los ciudadanos, dentro de la separación entre el Estado y la
Iglesia: lo laico y lo sagrado no se
oponen, dijo Macron, al contrario, la laicidad “no tiene como función negar lo
espiritual en nombre de lo temporal, ni arrancar de nuestras sociedades la
parte sagrada y espiritual de nuestros conciudadanos”.
Macron, en su largo discurso hizo referencia a conceptos
católicos como trascendencia, martirio, salvación, vocación, esperanza y
conversión y citó a numerosos escritores y filósofos cristianos. El presidente
Macron, aunque no se define como católico practicante, pidió ser bautizado a
los 12 años, y se formó en los jesuitas.
En su discurso del lunes manifestó su deseo de querer
escuchar aquella voz que saca su fuerza y claridad de ideas, de un pensamiento
donde “la razón dialoga con una
concepción trascendental del hombre”, pues la política “necesita de la
energía de quienes dan un sentido a la acción y que llevan al corazón una forma
de esperanza”.
Se trata, para Macron, de practicar una “laicidad de apertura”, es decir que el Estado tenga
también en cuenta el aspecto espiritual y religioso de sus ciudadanos, pues
son muchos los franceses que practican una religión, y especialmente religiones
cristianas. No son tiempos hoy para mantener una “tirantez” permanente entre
las dos potestades, civil y religiosa, sino buscar una colaboración entre ellas
para el bien del ciudadano.
Preparándose a las críticas de quienes en Estado laico es un
bien absoluto, como han hecho ya los partidos de izquierda, Macron ha dicho que
“la laicidad no tiene por función negar
lo espiritual en nombre de lo temporal, ni desarraigar de nuestras
sociedades la parte sagrada que alimenta a tantos ciudadanos nuestros”.
Lo dicho por Macron es también doctrina del Concilio
Vaticano Segundo. Así, en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes (n.76) establece que entre los poderes civiles y la
Iglesia debe existir una “sana
cooperación” siempre que no empañe el mensaje cristiano, pues el hombre
está compuesto de alma y cuerpo. La iglesia se ocupa del alma y el Estado del
cuerpo, y para beneficiar al hombre no puede haber un conflicto entre estos dos
aspectos, sino una “sana cooperación” para el bien de todo el hombre.
Los obispos católicos, por medio de su portavoz, Olivier
Ribadeau Dumas, afirman que el discurso del presidente Macron ha marcado un
antes y un después en las relaciones entre la Iglesia y el Estado en Francia,
que se habían distanciado mucho a raíz de la ley de 1905.
El Estado, dijo el presidente francés, necesita de “la savia
católica” para revitalizar nuestra nación. Macron pidió “prudencia” para
abordar la bioética y los migrantes, temas que hoy son polémicos entre la Iglesia
y el Gobierno de Francia.
El discurso del Presidente de Francia ha caído bien, no solo
a los católicos, sino a miembros de otras confesiones religiosas y a buena
parte del mundo intelectual francés. Para algunos ha sido “romper” la identidad
laica francesa.
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