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Convivencia crispada en Cataluña por el secesionismo



El secesionismo que se ha instalado en Cataluña en los últimos años ha hecho aflorar las dificultades de convivencia que existen entre personas favorables y contrarias a la separación de Cataluña de España. Hoy en la sociedad se observa crispación.
No entraremos a juzgar las causas ni los hechos políticos, sino poner sobre la mesa las realidades sociales y de convivencia existentes hoy, a raíz sobre todo del anunciado referéndum de autodeterminación propuesta por el gobierno catalán.
El parlamento de Cataluña aprobó por mayoría simple (y con la ausencia de los diputados de la oposición constitucionalista) dos leyes la semana pasada: una sobre el referéndum de autodeterminación y otra sobre la ruptura con España, saltándose leyes (Constitución, Estatuto de Autonomía, Reglamento del Parlamento, etc.), reglamentos y procedimientos.
La mayoría parlamentaria no representa la mayoría social de Cataluña, pues los votantes a favor de la independencia fueron el 48 por ciento de cuantos votaron en la formación del parlamento actual, frente a un 52 por ciento que no votaron a partidos independentistas. Sin embargo, el sistema electoral catalán atribuyó una mayoría de escaños (72 sobre 63) a las dos formaciones independentistas.
Por otro lado, los independentistas se arrogan la representación de todo el pueblo y gobiernan junto con un partido que es asambleísta y contrario a los sistemas democráticos europeos y partidarios de Nicolás Maduro (Venezuela). Estos son pocos pero influyentes.
El referéndum está convocado para el 1 de octubre, en contra de las sentencias del Tribunal Constitucional y de los tres partidos mayoritarios españoles (suman 250 diputados sobre 350), partidarios de que se aplique la legalidad.
Los hechos señalados antes han creado más tensión entre la población de la que ya existía entre los ciudadanos, dentro de las empresas, en la calle, en los bares e incluso dentro de las mismas familias. La cuerda va siendo tensada a medida que pasan las semanas.
Los independentistas –conocidos por sus banderas que llevan una estrella—celebraron el Día de Catalunya (la Diada) el pasado lunes 11, y llenaron las calles de Barcelona y sumaban varios centenares de miles, con una puesta en escena espectacular como saben hacerlo todos los años, desde el 2012, con niños vestidos con banderas independentistas, pintadas sus caras y sonrientes, blanco de las cámaras de la televisión oficial catalana.
Sin embargo, hay mucha  preocupación para el post referéndum ¿qué pasará? ¿Qué pasará a partir del día 2? Los partidos no independentistas reclaman la convocatoria de elecciones ya que las instituciones catalanas viven fuera de la ley. Los partidos independentistas quieren proclamar la República Catalana independiente (carece de todo reconocimiento internacional)
Muchos reclaman que haya una convivencia pacífica entre los catalanes. Hasta hace poco Cataluña era –se decía—un oasis de convivencia pacífica. Hoy no es así. Los independentistas afirman que hay paz, porque no hay altercados o violencia en la calle. Pero la paz no significa ausencia de violencia, sino que hay una violencia en los comportamientos y una violencia que aparece con mucha fuerza en las redes sociales. A veces parece que algunos usan las redes sociales como las letrinas donde defecan todo su odio y pensamientos perversos.
Hace unos días, estaba en el parlamento catalán y algunos diputados de la oposición me decían que encuentran dificultades para poder nombrar candidatos a las elecciones municipales, porque las gentes, muy especialmente en los pueblos donde se conoce todo el mundo, tienen miedo de pronunciarse contra el independentismo o significarse en este sentido: uno porque tiene a su mujer o hija que trabajan como maestras o son funcionarias del Gobierno catalán y temen que haya represalias, otros que si tienen un comercio y no quieren perder clientela (uno me citó la carnicera del pueblo), otros porque no quieren estar todo el día discutiendo.
El diario de referencia catalán, “La Vanguardia”, que se ha inclinado en varias ocasiones a favor de la causa secesionista, publicaba el día siguiente de la Diada, de la gran manifestación, un editorial titulado “Convivencia”, y en él se decía que tanto gobierno central como gobierno catalán deberían procurar un diálogo y crear las condiciones para que haya una convivencia donde exista el “respeto a las opiniones de los demás, en las tribunas públicas, en los medios de comunicación y en los dispositivos digitales… Aquí hay problemas. Negarlos sería faltar a la verdad… El presidente de la Generalitat, primera autoridad de Catalunya, nunca debería haber efectuado el pasado viernes un llamamiento público a que el pueblo soberanista se encare con los alcaldes que no quieren colaborar con la iniciativa del referéndum. Este tipo de llamamientos son inaceptables”.
Por su parte, los partidos constitucionalistas españoles han acordado, después del 1 de octubre, formar una comisión que estudie el problema catalán y proponga soluciones y un marco territorial nuevo.

Lo que se puede decir hoy sobre la convivencia en Cataluña es que hay muchos ánimos crispados, que llevan acrisolando esta crispación desde hace años y esto no va a cambiar con un cambio político del signo que sea. Como en el País Vasco, esto va para largo, y pasará una generación y dos o tal vez más. ¡Qué fácil es sembrar la discordia entre la gente! Y… ¡Qué difícil es volver a una convivencia normal! 

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