La tristeza, las penas, las melancolías, los desencantos y
las tribulaciones no son estados de ánimo que afectan solo a los hombres y
mujeres de nuestro siglo. Ciertamente hoy están mucho más difundidos junto a
las enfermedades mentales y psicológicas.
El hombre
cada vez está más solo y le resulta difícil desahogarse con otro cuando
sufre penas y tristezas. La globalización de la economía no ha llegado a las
personas, y más bien se ha fortalecido el individualismo y el egocentrismo. Entonces,
a veces, uno se encierra sobre sí mismo
(sobre sí misma) para ahogar las penas,
pero en lugar de aliviarlas las hace más grandes desgranando el presente y el
pasado, que se ve gris y oscuro, de su vida.
Esta no es la solución. Las penas deben ser compartidas y
aliviadas por el consejo de personas amigas o que te quieren
desinteresadamente. La tristeza no es un estado de ánimo de hoy, sino del
hombre de todos los tiempos, después del pecado original. Los desamores, las contrariedades familiares y profesionales, las
antipatías y animadversiones, no son de hoy, vienen ya de Adán y Eva.
Uno de los grandes sabios de la humanidad, y gran conocedor
de lo humano y lo divino, es un santo
medieval: santo Tomás de Aquino. Fue este santo el que estableció ya en el
siglo XIII los cinco remedios contra la tristeza.
Tienen mucha actualidad, aunque fueron escritos hace casi 800 años.
Las recordó en una conferencia el sacerdote italiano Carlo De
Marchi, en el Convegno Ecclesiale Nazionale celebrado en Florencia. Se peguntó:
¿cómo superar el malhumor y recuperar la sonrisa? Cualquiera tiene
jornadas tristes.
Veamos
cuáles son los cinco remedios que propone Santo Tomás:
Primero.- Darse
un placer cualquiera. Algo agradable. Puede parecer algo materialista, pero
en nuestros días, tras una jornada triste o atribulada, es bueno tomar una
cerveza o un plato de buena comida. Dice Carlo De Marchi que en el Evangelio
también el Señor gustaba de buen vino (las Bodas de Caná) y de ir a banquetes,
porque apreciaba las cosas buenas de la vida. El Salmo 104 afirma que “el vino
alegra el corazón del hombre”. Naturalmente sin caer en excesos, ni en cerveza
ni en vino, pues de la alegría se pasa a la embriaguez que es mala para la
salud del alma y del cuerpo.
Segundo.-
Llorar. Santo Tomás dice que el
llorar es un desahogo importante, tanto para el alma como para el cuerpo:
limpia el dolor. También Jesús lloró ante la muerte de su amigo Lázaro. El papa Francisco comenta: “algunas
realidades de la vida se ven mejor con los ojos lavados por las lágrimas.
Invito a todos a pedirse: ¿he aprendido
a llorar?
Tercero.-
La compasión de los amigos. Cuando se siente bajo de forma y a
verlo todo de color gris u oscuro, es muy eficaz desahogarse con un amigo y escuchar sus consejos. A veces tomando
un vino o una cerveza en un bar, a veces con solo un golpe de teléfono y se
aclara todo.
Cuarto.- La
contemplación de la verdad. Es contemplar las
maravillas de las cosas, de una obra de arte, una película, contemplar la
naturaleza, escuchar música y dejarse sorprender. Es un remedio muy eficaz
contra la tristeza.
Y quinto.-
Dormir mucho y bañarse o ducharse. Este remedio de santo Tomás es muy
eficaz. Algunos dirán que es “poco teológico”, pero es un remedio muy cristiano
que para aliviar penas del alma conviene apaciguar el cuerpo. Jesús fue
perfecto Dios y perfecto Hombre y por lo tanto superó la separación entre la
materia y el espíritu.
Hay un prejuicio
extendido, señala Di Marchio, que consiste en oponer el alma y el cuerpo, en el sentido que el cuerpo sería un
obstáculo para la vida espiritual. En realidad, el humanismo cristiano
considera que la persona (cuerpo y alma) se “espiritualiza” cuando busca la
unión con Dios.
Esto indica también que esta interrelación entre alma y
cuerpo, que la tendremos hasta el final de nuestro andar terreno, necesita un
médico para el alma (un consejero o director espiritual) y otro para el cuerpo
(el médico), y en el primer caso es muy aconsejable el sacramento de la
confesión, que limpia el alma de todas las impurezas, y así de la tristeza se
pasa a la alegría. ¿Estamos tristes?
Busquemos al médico del cuerpo y al médico del alma?
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