Europa, y más el corazón de Europa, vive un
auténtico calvario,
azotado por las bombas del ISIS. Bruselas es el más reciente episodio, pero no
el último episodio. Esto es una suma y sigue. ¿Estamos en una tercera guerra mundial, como ha dicho en alguna ocasión el papa
Francisco? Nuevamente Europa es el suelo, el escenario de esta guerra, con
los atentados en Bruselas París, Madrid, Londres…
Las bombas caen en cualquier lugar, en los
estadios de fútbol (París), en las cafeterías, en el metro, en el aeropuerto, en las plazas más concurridas
por el público, en los lugares turísticos… Quieren matar. Hay una sed de violencia, de odio y de venganza incontenible. ¿De
qué están hechos los corazones de los terroristas? ¡Y los hay que son europeos!
De nada han servido hasta ahora los llamamientos de líderes
políticos y religiosos contra la violencia, contra el uso de la religión como
excusa, contra el abuso del nombre de Dios, cuando en realidad Dios es Amor. No,
no escuchan. Tampoco ha servido enviar aviones y tropas, desde Washington,
Moscú o París, al Oriente Medio. Un día
oirán y escucharán, porque la libertad y el amor son superiores a cualquier
violencia.
El
terrorismo es una lacra que ha penetrado en nuestra sociedad, está en los
pulmones, en los mismos poros por donde respira la sociedad. No sabemos cuál
será la próxima bomba: si en Roma, en Berlín o nuevamente en París o Madrid. No
lo sabemos, ni los avances y controles de seguridad pueden conocerlo.
Muchos
ciudadanos europeos viven en un mar de miedos. Mientras en la otra cara de la
moneda vemos también el miedo en el cuerpo y en las caras de quienes buscan
refugio en Europa, huyendo del terror y de la guerra de Siria y de Irak. ¡Qué
mal lo hace Europa! Lo quiere arreglar todo con dinero, pagando a Turquía y a
Grecia.
Los
ciudadanos europeos hoy nos vemos impotentes ante la lacra del terrorismo. ¿Qué
podemos hacer? El terrorismo yijadista está en toda la sociedad, en cualquier
sociedad. No lo resolverá Donald Trump diciendo que no vayan más musulmanes a
Estados Unidos, ni lo conseguirán los aviones y los tanques de los ejércitos,
ni las prohibiciones de paso a los refugiados.
Entonces,
¿qué podemos hacer? Muchos dicen que
esta lacra durará años, y que la solución no está aquí, sino allí, en los
países de origen, en el desarrollo económico, social y político de aquellos
países, pero esto exigirá sacrificios a Europa. ¿Está Europa dispuesta a compartir un poco de bienestar, con quienes
poco tienen? ¿Está dispuesta a vivir la solidaridad, realmente?
El
ciudadano pide soluciones ante las bombas yijadistas, y no hay soluciones a la
vista. Seguiremos viviendo con el miedo al terrorismo, con el miedo a salir de
viaje, a hacer turismo, a subir al metro, a pasar por delante de las estaciones
de tren, de autobús o cerca de los aeropuertos.
Europa ha forjado una libertad
civil ganada sobre las cenizas de dos guerras mundiales, pero hoy el terrorismo nos ha limitado esa libertad, más basada sobre
los intereses económicos mundiales que sobre el bien de los pueblos, de las
personas.
Baste ver lo que ha pasado en las bolsas: bajan los valores de
las empresas y bancos y suben los valores de empresas dedicadas a producción de
armamentos. Occidente critica la violencia, al tiempo que se la atiza con más
armas.
Europa
vive –vivimos—un calvario lleno de incertezas, de inseguridades. Nos hemos acercado a la Semana Santa con
olor a sangre, a sacrificios humanos. Bruselas creía que con la detención
del cabecilla de los atentados de París, Salah Abdeslam, se abría un paréntesis
tranquilo. No ha sido así. A una célula yijadista se suma otra.
¿Será esta
Pascua realmente de alegría y de buenas noticias en el ámbito de la seguridad
pública? ¿Será el Año Santo de la Misericordia el que consiga el
arrepentimiento de los terroristas? Esperamos que así sea. Siempre hay y habrá esperanza para un futuro mejor. Dios no abandona al hombre y rige los
destinos de la historia.
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