(Aleteia) Hoy, 13 de mayo, hay
dos aniversarios que van juntos: la
aparición de la Virgen de Fátima a los tres pastorcillos portugueses en la
Cova de Iria, hace 98 años, y el
atentado contra el papa san Juan Pablo II en la plaza de San Pedro del Vaticano,
obra del joven turco Mahmed Alí Agka en 1981, hace 34 años.
Nadie iba pensar que en aquella tarde soleada del 13 de mayo
de 1981, que algo horrible debía ocurrir en la Audiencia General de los
miércoles del Papa, en la plaza de San Pedro de Roma. Hacía un tiempo más bien
caluroso. El Papa subió al Papamóvil con el fin de pasear por todos los
pasillos que permitían las barreras de madera en las que se apoyaban los fieles
para saludar y vitorear al papa polaco.
Mientras el Papa saludaba a los fieles en la plaza, de pronto se oyeron dos disparos. Las
numerosas palomas de la plaza alzaron el vuelo precipitadamente con un ruido
inusual. El Papa cayó hacia atrás y fue
a parar a los brazos de su secretario Estanislao Dsiwisz, actual cardenal
de Cracovia, que estaba en el asiento de atrás del Papa. Alí Agka utilizó una
pistola semiautomática Browning de nueve milímetros y disparó casi a bocajarro,
desde la segunda fila de los fieles, al pasar el Papa. Fue detenido
inmediatamente y confesó el magnicidio. La noticia causó un tremendo impacto en
todo el mundo, dada la gran popularidad
del papa Wojtyla.
La religiosa Emilia Ehrlich, que cuidaba del Papa, estaba en
la plaza, recordó inmediatamente los versos que escribía esos días el Papa, en
su poema dedicado al obispo y mártir San Estanislao de Cracovia: “si la palabra no te ha convertido, te
convertirá la sangre”. El obispo fue asesinado por orden del rey de
Polonia, Boleslao, porque le criticaba su vida libertina.
Tras el atentado, el Papa fue trasladado con urgencia al
Policlínico Gemelli, que depende de la Universidad Católica. La intervención
quirúrgica, consistente en evitar la enorme hemorragia de sangre y tapar los
numerosos agujeros en el intestino delgado y en el colon, duró más de cuatro
horas.
Al día siguiente del atentado, el diario del Vaticano, “L’Osservatore Romano” dedicaba un gran
título en portada a una declaración de
Juan Pablo II: “He perdonado y rezo por el hermano que me ha herido”. El
fuerte sentido del perdón que tenía el papa santo fue incluso más allá: se
entrevistó con él en la cárcel de Rebibbia, en septiembre de 1983.
De este atentado, sigue
el misterio; todavía se desconocen muchas cosas. Se habló profusamente de
la “pista búlgara”, de una connivencia de Ali Agka con los servicios secretos comunistas
búlgaros, que actuaban de acuerdo con los servicios de la KGB soviética. El Papa tenía su propia versión que nunca la
hizo pública. La versión que mayormente circuló por la prensa es la conexión de
Ali Agka con los servicios secretos
búlgaros y soviéticos, aunque no se ha demostrado.
Lo que ha quedado del
atentado es el perdón inmediato del papa santo, Juan Pablo II, a su
agresor, y que el Papa nunca dejó de rezar durante su trayecto al Gemelli y a
lo largo de su estancia en dicho hospital. Reconoció que la Virgen de Fátima le
había salvado, pues una “mano materna” apartó la bala de un blanco mortal. Esta
bala se encuentra actualmente incrustada en la corona de la Virgen de Fátima en
Portugal, regalo de san Juan Pablo II.
Según algunas tradiciones, los secretos que dio la Virgen de
Fátima a los tres pastorcillos, señalaban
que la Virgen, Madre de Rusia, quería librar a este país de la esclavitud que
suponía el régimen ateo comunista. La realidad es que san Juan Pablo II tuvo
una intervención decisiva en la caída del comunismo en los países del Este
Europeo.
El atentado no fue la única cruz del papa santo en este mes
de mayo. Unos días después, el 18, fue su cumpleaños y recibió la noticia de la
gravedad de la enfermedad del cardenal primado de Polonia, Stefan Wyszynski. Este,
antes de su fallecimiento el 28 de mayo, y en medio de muchos dolores, pidió la
bendición del Papa, un papa polaco, a través del teléfono con el que se había
comunicado con el papa Wojtyla.
Sin duda, el 13 de mayo del año 1981, poco menos de tres
años después de la elección de Juan Pablo II al solio pontificio, pasó una
página de la historia y se abrió otra, especialmente en Europa. Juan Pablo II
fue un ejemplo para todo el mundo de cómo se acepta el sufrimiento y la cruz,
todo ello vivido con un sentido positivo, con buen humor, fruto de su vida de
fe, de amor y de esperanza.
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