A estas alturas de la película de suspense del “proceso catalán a la independencia” pocos entienden los intríngulis de la política catalana agravada porque estamos en vísperas de las cuatro elecciones que nos depara el mapa político español.
De momento, las encuestas del
CEO, el centro de estadísticas de la Generalitat, señalan, para las elecciones
autonómicas, que CiU llegaría a los 31-32
diputados (frente a los 50 actuales) y que ERC conseguiría 30-31 escaños,
frente a los 22 actuales, es decir que habría un voto de castigo al
independentismo, pues CiU más ERC sumaría 62 diputados cuando la mayoría
absoluta está en 68 diputados.
Estos datos denotan el fracaso
del soberanismo de Artur Mas, actual presidente de la Generalitat, quien habría
hundido a su partido a la mitad de los escaños que tenía hace cuatro años (62),
con una pérdida del 50 por ciento. Ya perdió 12 diputados en las elecciones de
2012 y en las próximas puede perder casi 20 más. ¿Adónde va Artur Mas?
En estos tres años de agitación independentista nos podemos preguntar ¿qué ha conseguido la presidencia de Artur Mas? Nada, o casi nada. Al menos el parlamento catalán actual tiene una mayoría soberanista-independentista con CiU más ERC. Lo cierto es que Artur Mas y el grupo dirigente de CiU han conseguido el suspenso de sus electores: no les votaran porque no se fían de ellos.
Pero no solamente ha hundido a
CiU, sino que el independentismo ha perdido el “glamour” de que gozaba el año
pasado, en medio de una campaña de agitación sin precedentes. El
independentismo, según la encuesta de la Generalitat, baja al 44,1 por ciento frente al 48,0 por
ciento del electorado que no quiere una Catalunya independiente. Se han
invertido las cifras. En otras palabras, Artur Mas con su deriva independentista
ha reducido a la mitad los votos hacai su formación (CiU) y ha conseguido que el independentismo sea
rechazado por la mayoría de los catalanes y no parece que vaya a remontar. Es
la historia de un fracaso político, en los objetivos y en la estrategia.
A enturbiar el mapa político
catalán están, puestos en el mismo cesto electoral, Podemos, Ganemos, de Ada Colau que sube mucho
en las encuestas, el partido de la monja benedictina Teresa Forcades (Procés Constituent) que sigue
en la senda venezolana del chavismo, Iniciativa per Catalunya de Joan Herrera
que se ha desmarcado del independentismo y gira hacia Podemos. Todos ellos
parece que irán juntos a las municipales. En esta nueva izquierda catalana hay
una mezcla de independentismo, de irredentismo
y de populismo, de Syriza y de chavismo, que ante las próximas
elecciones municipales se han juntado formando una suma de sumandos heterogénea. Por su parte, la CUP –especie de Bildu a la catalana-- sube ante los titubeos y luchas entre CiU y ERC.
Los socialistas del PSC están bajo mínimos por su hasta ahora indefinición ideológica y estratégica, igual que el Partido Popular cuya líder, Alicia Sánchez-Camacho, ha ayudado a que Mariano Rajoy sea el político peor valorado en Catalunya, donde es visto como el verdugo de las esencias del catalanismo. Crece Ciutadans, producto del desencanto de los partidos españolistas tradicionales, como el PP y el PSOE.
Y por si todo esto fuera poco,
la líder saliente (en mayo termina su mandato) de la ANC (Assemblea Nacional de
Catalunya), Carme Forcadell, anuncia que se presentará a las elecciones si no
hay “lista única” entre CiU y ERC. Las ambiciones de Carme Forcadell ya se han
puesto al descubierto: quiere liderar “el proceso” hacia la independencia.
Todo esto me recuerda mi época de corresponsal en Roma donde había que tener un grado específico para entender la política italiana, porque el futuro era impredecible, y ocurría “todo y lo contrario de todo”. La última más sonada es que el partido que fundó Jordi Pujol –y que ahora hay que refundarlo-- aprobó ser un partido “nacionalista”, es decir que ya no pide la independencia más que como objetivo final del “proceso”. Con esta filigrana ha conseguido Artur Mas y sus especialistas en el arte de la semántica híbrida que Unió siga dentro de la coalición, al menos para las municipales. No sabemos si al final habrá autonómicas catalanas el 27 de septiembre, si Mas y los suyos ven que perderán el poder. Llevamos así tres años
El amable lector que trabaja y vive en Catalunya sabe perfectamente que llamarse “nacionalista” era hasta hace poquísimo (unos meses) una expresión “demodé”, desfasada, superada por la historia a causa de lo avanzado del “proceso”: o se era independentista o unionista. El “nacionalismo” había perdido ya su razón de ser, porque no era ni una cosa ni otra. Artur Mas y los suyos acaban de resucitarlo, a causa del líder de Unió Democràtica, Duran Lleida, que está de vuelta de casi todo.
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