Quien vive en Catalunya estos días observa un estado de
agitación alto a causa de la consulta soberanista. Ya dijimos en otros artículos que hay centenares
de miles de catalanes que están convencidos que habrá un referéndum y que
“votarán” el próximo día 9 de noviembre. Como la Generalitat no tiene el censo
utilizarán los datos de estadística, lo que no es correcto, y por eso hay una querella presentada en los
juzgados.
El día
6 se cumple el 80 aniversario de cuando Lluís Companys proclamó la Republica
Catalana dentro de la República Federal de España. No era una declaración de
independencia, no. Era solamente declarar Catalunya un Estado Federal dentro de
España. Terminó como el “rosario de la aurora”, o sea fatal: los dirigentes
políticos de entonces, Companys en cabeza, salieron escoltados por el Ejército camino
de la cárcel. Eso es impensable que suceda hoy, aunque hay similitudes en el
lenguaje.
No
habrá otro 6 de octubre, con la salida de Artur Mas al balcón de la Generalitat
con una proclama y emulando a Lluís Companys. Si sale será con una soflama
diciendo que el pueblo de Catalunya “ganará”, y que unido “triunfará”. Lo ha
hecho ya con un gran número de alcaldes y concejales en el patio del Palau de la Genralitat (por cierto muchos de estos alcaldes de CiU no repetirán, según las
encuestas, porque el voto irá hacia Esquerra Republicana).
Artur Mas está construyendo un
liderazgo casi mítico
entre muchos independentistas que tarde o temprano chocará con las aspiraciones
de las otras fuerzas políticas, pues Mas solo puede ofrecer la mística del
sentimiento nacionalista, sin tener la fuerza de un partido detrás que le vote,
según las propias encuestas de la Generalitat (el CEO).
Los medios de comunicación en
Catalunya, especialmente los públicos y los más importantes, siguen aplaudiendo
con fervor el secesionismo. En los momentos actuales la noticia ya no es
noticia si no va bien a la causa secesionista, como apunta el periodista Daniel
Arasa. Aquí los hechos ya no importan, solo importan las opiniones naturalmente
favorables.
Los obispos dejan libertad
Los obispos catalanes han hecho
un comunicado en el que defienden la “legitimidad moral de todas las opciones
políticas que se basen en el respeto de la dignidad inalienable de las personas y de los pueblos”. “El futuro
de la sociedad catalana –añaden-- está íntimamente vinculado a su capacidad de
integrar la diversidad que la configura”. Recuerda también el documento “la
fidelidad de la Iglesia a la lengua, la cultura y las instituciones propias de
Catalunya”. Termina el documento con una petición a la Mare de Déu de
Montserrat, la Moreneta, copiada del rezo tradicional: que “saque del pueblo de
Catalunya el espíritu de discordia”. Es decir, reconoccen que hay discordia.
Por parte de los independentistas
–a los no independentistas no se les oye ni rechistar- se han tomado dos
opciones: la primera es afirmar que los obispos defienden la libertad de los
pueblos, es decir del pueblo catalán a decidir su futuro, y la segunda es
romper el carnet de identidad católico diciendo que los obispos no están con el
futuro de Catalunya. Los obispos han sido equidistantes, porque creyentes y
practicantes los hay tanto en el bando independentista como en el contrario y
les preocupa –me consta personalmente—la división entre los fieles. Los obispos catalanes han
seguido la visión del papa Francisco: lo de Catalunya es un tema político y no
corresponde a la Iglesia resolverlo pues su misión es espiritual y no política.
Sin embargo, hoy reverdece en Catalunya el clericalismo de quienes quieren que
los obispos estén en su bando, en un lado y en otro, y utilizan a la Iglesia para servirse de ella. Esto es decimonónico.
El ex president Tarradellas dijo
que lamentaba que los catalanes celebraran más sus derrotas que sus victorias,
como el caso del 11 de septiembre, Diada Nacional. Y lo razonaba diciendo que
los políticos catalanes que han luchado a favor de la independencia a lo largo
de la historia han elegido mal los tiempos y la estrategia y han generado
frustraciones. En definitiva les ha faltado sentido de Estado.
Ahora no habrá un 6 de octubre,
porque el Ejército no actuará. Habrá soflamas y tensión. Hace 80 años la plaza
de Sant Jaume se llenó de gente enardecida. Terminó mal el intento de Companys
que generó frustración. En la actualidad, y al menos hasta el 9 de noviembre,
viviremos en Catalunya una situación marcada por la estrategia de la tensión,
de la soflama, del patriotismo, del “som
i serem” (somos y seremos), con actos de exaltación patriótica, datos estadísticos… Los que
han dirigido este tinglado llamado “proceso catalán” han manejado hojas de ruta
que adolecían de poco saber hacer político, prevaleciendo las emociones sobre
el cálculo de las estrategias. Ahora no pueden defraudar a tantos y tantos
catalanes que están segurísimos de votar el 9 de noviembre. ¿En qué
condiciones?
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