Se
quiere engañar al hombre moderno por intereses de poder
Muchas instituciones con profundas
raíces históricas deben enfrentarse a los problemas que surgen como
consecuencia de un escaso conocimiento de la Historia (con mayúscula) en
buena parte de la opinión pública a causa de la masiva presencia de los medios
de comunicación que a menudo descontextualizan
los hechos históricos y los enjuician con los parámetros actuales. Narran
en realidad “una historia” (con minúscula) no “la Historia”. Así, muchos
hombres y mujeres enjuician procesos o hechos históricos desde el prisma de los
comportamientos actuales, cuando en
realidad ocurrieron hace trescientos, mil o dos mil años.
Enjuiciar
lo ocurrido hace dos mil años desde la óptica cultural, social o científica de
hoy significa una falsificación de la
verdad histórica. Como dice Juan
Ivars, que narra la historia del esclavo Onésimo (El enigma del esclavo Planeta 2012) “sería un error de bulto
aproximarse a la historia, a los hechos pasados, suponiendo que aquellas gentes
actuaban con motivaciones e ideales de los hombres de nuestro tiempo”
.
Desde el punto de vista
actual, no se entendería que Cristóbal
Colón tardara nueve meses en llegar a América, o que sus cartas de
navegación fueran tan imprecisas. Tampoco
se entiende la fe de los misioneros que pasaron toda clase de penurias y
enfermedades para ir a evangelizar a tierras y culturas casi inasequibles.
En la
época de las nuevas tecnologías de la comunicación y con los rapidísimos medios
de transporte modernos se hace difícil imaginar
cómo se desplazaba el hombre hacia tierras lejanas (andando, en carruajes o a
lomos de algún animal) y cómo se podía controlar un imperio. Y sin embargo,
en aquellos tiempos lejanos el hombre era hombre y la mujer era mujer con las
mismas características esenciales, sentimientos y pasiones que tienen hoy. Los hombres y las mujeres no han cambiado
porque tienen características propias inmutables: no pueden desconocerse las constantes antropológicas que no cambian con
el pasar del tiempo. Y sin embargo, los medios tratan al hombre del ayer
como si fuera un ser humano distinto, con poco parecido al hombre moderno. Es
como si hubiera habado desde la mitad del siglo XX un salto histórico de miodo
que la evolución hubieras construido un ser antropológicamente distinto. Por
ello hay que concluir que el hombre y la mujer modernos no se conocen a sí
mismos como seres humanos, sino que son “otros” seres humanos.
El
papa Francisco lo ha dicho en varias ocasiones: a veces se juzgan hechos
religiosos sin tener en cuenta el contexto histórico en
el que ocurrieron y por eso no se entienden o se entienden difícilmente. Lo
dijo a los periodistas en el avión cuando regresó de Rio de Janeiro y lo ha
repetido en ocasiones en sus intervenciones en Santa Marta. El hombre occidental moderno del siglo XXI,
tiende amoldar y simplificar la historia desde los parámetros culturales,
sociológicos y religiosos del tiempo presente. De este modo nunca entenderemos
el pasado, y sin entender el pasado no podremos entender el presente ni diseñar
herramientas válidas para el futuro.
La
tradición (la Historia) de las familias, los pueblos y las naciones, se forja
por la necesidad de hacer presente de modo permanente el pasado que es raíz
común, ya sea en forma de folclore, liturgia, cánticos, disfraces, dioses, actos
populares y un largo etcétera. La
tradición se conserva porque hay un fondo común, un acervo común en las
familias y los pueblos que no se quiere cambiar porque con el cambio [sa1] [sa2] [sa3] desaparecería el alma de estas familias
y de estas naciones. ¿No hay cambios en las costumbres? ¡Claro! Pero estas nlo
cambian la esencia del hombre y la mujer.
Por eso,
también tanto san Juan Pablo II (Memoria
e identità, Rizzoli, 2005) como Benedicto XVI hablaron de entender la
historia a través los hechos demostrados tal y como ocurrieron, sin aditivos ni
tergiversaciones de las ideologías modernas.
Poco
importa la verdad o la mentira
En nuestra
época, con la enorme influencia de los medios de comunicación, las familias y las
naciones se nutren de lo que les cuentan
estos medios, no pocas veces sin rigor y sin respeto por el pasado y buscando de modo excesivo –a
veces hasta exclusivo-- la adhesión del público explotando el morbo y las bajas
pasiones. Poco importa la veracidad de
lo que se dice, siempre que sea del gusto del público. O lo que es lo mismo: poco importa la verdad o la mentira con
tal que agrade al público. Así es fácil fomentar discordias con
independencia de si los hechos en que nos basamos tienen que ver o no con lo
que “históricamente” ocurrió.
Hoy se habla y se escribe sin una adecuada
documentación. Se sacralizan determinados hechos que o no ocurrieron o
tuvieron lugar de otra manera. Se busca
al hombre y a la mujer como objetos—no como sujetos-- consumidores de publicidad o ideología, con el fin de utilizarlos en beneficio propio,
en beneficio de los poderosos. En otras palabras se manipula al hombre, se le
engaña, por intereses de poder.
En el caso de las enseñanzas
de Iglesia católica ella tiene la misión
de “custodiar” el depósito de la fe, el contenido de la revelación, pero no puede ni debe adaptarlo según las necesidades del hombre moderno. "El
Magisterio –dice el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) n. 86-- no está por encima de la palabra de Dios, sino
a su servicio para enseñar puramente lo transmitido. , pues por mandato divino
y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia
celosamente, lo explica fielmente; y de
este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios
para ser creído".
De haber cedido la Iglesia a
la libre interpretación y adaptación de la revelación hoy no existiría el depósito de la fe revelada, pues el relativismo lo hubiera hecho
caer a trozos hasta quedar diluido en el
pensamiento moderno.
Comentarios
Publicar un comentario