Álvaro del Portillo, obispo y Prelado del Opus Dei, sucesor
de San Josemaría Escrivá, nació hace 100 años en Madrid, donde será beatificado
el próximo 27 de septiembre. Su vida se ha distinguido por su entrega total y
sin reservas a la voluntad de Dios, al servicio de la Iglesia y al servicio del
Fundador del Opus Dei.
Era un
hombre siempre sonriente y muy silencioso. Transmitía mucha paz. Era muy tímido, a pesar de sus
dotes intelectuales. Era ingeniero de Caminos, doctor en Filosofía y Letras y
tenía también el doctorado en Derecho Canónico. Durante el Concilio fue
nombrado presidente de la Comisión del Laicado y secretario de la Comisión
sobre la Disciplina del Clero. Fue consultor de varias congregaciones romanas.
Era una persona de muy escasa proyección pública, pero siendo el que escribe
este artículo corresponsal en Roma, se sorprendió al buscar reacciones a su
nombramiento como sucesor de San Josemaría: una persona muy afable, “muy bueno,
pero no de una bondad natural, sino fruto de su unión con Dios” y muy fiel a
San Josemaría.
En
realidad era la “sombra” del fundador del Opus Dei, con el total convencimiento
de que quien había fundado el Opus Dei, por voluntad divina, era San Josemaría,
y la obligación de su sucesor era mantener “íntegro e inalterado” el mensaje
que San Josemaría había recibido de Dios. El mismo día que fue elegido, bajó a
la cripta para rezar ante la tumba de San Josemaría, cuyo cuerpo reposaba
debajo de una lápida de mármol oscura. Allí, y en voz alta, señalando la
lápida, dijo: “El Padre está aquí. Y donde hay patrón no manda marinero”.
Cuando
murió San Josemaría, nos atendió él personalmente a los periodistas que
queríamos información, y nos dijo. “Del Fundador, ¿qué queréis que os
diga…? Yo he vivido con él casi 40 años,
a excepción del paréntesis de la guerra civil española, y puedo decir que era
un santo: era muy humilde, y su lema era ocultarse y desaparecer”. Lo mismo
hizo él que con su silencio, su sentido del deber, su lealtad a la Iglesia, a
los papas y a San Josemaría: sirvió a la Iglesia “como la Iglesia quiere ser
servida”, tal como decía el Fundador, sin servirse de ella, sin buscar glorias
humanas.
La entrega total a
Dios
Desde
su incorporación al Opus Dei, en 1935, cuando tenía 22 años y a punto de
estallar la guerra civil española, Álvaro del Portillo era plenamente consciente
de que su entrega era total a Dios. Cuando tenía 28 años, y mientras se buscaba
la canónica para incardinar sacerdotes en la Sociedad Sacerdotal de la Santa
Cruz y Opus Dei, fue a hablar con el obispo de Madrid-Alcalá, mons. Leopoldo
Eijo y Garay --que en todo momento vio que la obra de San Josemaría era de
Dios—a quien le comunicó que quería ser sacerdote. El obispo le dijo que reflexionase
pues perdería su “personalidad, su prestigio personal” para convertirse en un
cura más. Álvaro le dijo al obispo: “Señor Obispo, hace años que el prestigio y
la personalidad los he entregado a Jesucristo”. El obispo se quedó conmovido.
Álvaro
del Portillo vivió momentos difíciles en su vida, y tuvo que salir a la defensa
del Opus Dei y de su Fundador ante las habladurías y los libelos que se
publicaban. Tras la muerte del Fundador tomó el relevo en buscar la solución
jurídica definitiva que era convertir el Opus Dei en una Prelatura Personal, de
acuerdo con el Concilio. Tantas horas y tanto esfuerzo le costó, al Fundador y
a él, que finalmente parecía, en 1978, que la solución definitiva estaba muy
próxima.
En una
entrevista personal que tuve con Álvaro del Portillo en otoño de 1978, me dijo que
no me preocupara por la Iglesia, porque
es la Esposa de Cristo, y que había que querer mucho al Papa, porque era el
Vicario de Cristo en las Tierra, el Vicecristo en la Tierra, como decía Santa
Catalina de Siena. Si el Papa ya no puede cumplir la misión que Cristo le ha
encomendado en una época concreta,
entonces se lo lleva y los cardenales nombran otro Papa.
Contó
el Prelado del Opus Dei una anécdota. A finales de septiembre de 1978 el
cardenal Secretario de Estado, el francés Jean Villot, le comunicó en nombre
del Papa Juan Pablo I que el camino jurídico del Opus Dei se resolvería “come vuole
l’Opus Dei” (como quiere el Opus Dei). Dos días después de esta
comunicación murió el Papa, y cuando fue a dar el pésame al cardenal Villot,
éste le dijo: “qué pérdida pera usted y para mí”. Álvaro del Portillo me
comentó que él no estaba preocupado, pues el Opus Dei era de Dios y recibiría la
aprobación del nuevo encaje jurídico “cuando Dios quiera”. ¡Tantos años rezando
para la solución jurídica! ¡Tantos años trabajando!, pensé yo. A cualquiera se
le caería el mundo encima, pues tampoco nadie esperaba que el papa Juan Pablo I
durara 33 días. Y sin embargo, Álvaro del Portillo lo tenía puesto todo en las
manos de Dios. Se ocupaba mucho de las cosas, pero no le preocupaban.
Rezaba mucho
y hacía rezar mucho, abandonado siempre a la voluntad de Dios, aunque esta
voluntad a veces suponía una carga muy pesada. En otra ocasión habló del
matrimonio y dijo que quería “hogares luminosos y alegres” como decía San
Josemaría, y por eso había que querer mucho a nuestras mujeres, “y querer
también sus defectos, pues todos tenemos” y nos pidió a los padres de familia
que los esposos nunca pelearan delante de los hijos, porque esto les causaba
mucha inseguridad ya que quieren a los dos padres por igual y las peleas
obligan a que el niño entre a juzgar" a favor de uno u otro.
San
Josemaría había rezado mucho para que Álvaro del Portillo fuera un sacerdote
“muy santo”, y en broma decía que “San Álvaro” no existe, pues es solo “Beato”.
A ver si un día tendremos finalmente un San Álvaro.
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