Por
Salvador Aragonés
Doctor en Periodismo y profesor emérito de la UIC
El nuevo anteproyecto
de ley que reduce las posibilidades de abortar en España ha hecho aflorar nuevamente el magma del anticlericalismo
y la anti religiosidad de bastantes españoles. No hablaré en este artículo de los argumentos
a favor o en contra del aborto, sino del clima social y de intolerancia que
provoca en España una modificación de una ley laicista.
El
anticlericalismo en España, como en Francia e Italia, tiene su raíz más
reciente en organizaciones políticas y esotéricas muy difusas, que van desde el
liberalismo ideológico cuyas bases se sentaban en la Ilustración (siglos XVIII
y XIX), a la masonería y hasta las
nuevas doctrinas totalitarias de extrema derecha e izquierda en la primera
mitad del Siglo XX, que siguieron, por inercia, hasta penetrar en el Siglo
XXI. El liberalismo del S. XIX quería sustituir a o eliminar la Iglesia
católica en sus funciones sociales, como la enseñanza y la asistencia
sanitaria, pero al carecer de recursos para eso y muchas otras cosas, el Estado
recurrió a la expropiación de los bienes de la Iglesia primero con el presidente del Gobierno liberal
el gaditano Juan de Dios Álvarez Méndez --que cambió su nombre por el de Juan Álvarez Mendizábal (1836)-- y después
con el ministro de Hacienda del Bienio Progresista, el navarro de Pamplona, Pascual Madoz (1855), quien también llevó a
cabo la desamortización de los municipios.
El
anticlericalismo del Siglo XIX en España era de origen ilustrado y masón,
pues muchos de los presidentes del
gobierno, ministros y altos cargos españoles en este siglo pertenecían a la
masonería, al igual que en Francia y, con el “rinascimento”, en Italia. Puede verse anticlericalismo en el Trienio Liberal (1820-23),
en el Bienio Progresista (1854-56) y en la Revolución de Septiembre llamada
también “La Gloriosa” (1868-1875), que terminó mal con la I República de los
federalistas Figueras y Pi y Margall y de los centralistas Salmerón y Castelar.
Mientras tanto ya habían comenzado a moverse por España los primeros grupos de
anarquistas y de socialistas, si bien estos últimos no se constituirían en
partido (PSOE) y sindicato (UGT) hasta
unos años después (1879).
Ya en el Siglo XX lo más destacable son los años de la II República y la Guerra Civil en que se llegó a la quema de conventos y de riquísimas obras de arte religiosas, así como a la matanza de obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, por odio a la fe, un hecho prácticamente único en la historia, pues habría que remontarse el Imperio Romano para encontrar algo parecido. A esto hay que añadir las persecuciones religiosas de los fascismos y nazismos, totalitarismos de cuño ateo, y también de los comunismos que consideran la religión “el opio del pueblo” (quien dice que la Iglesia apoyó o se acomodó en el nazismo y el fascismo simplemente desconoce la historia y también la ideología de estos totalitarismos). Es cierto que la Iglesia en el pasado tuvo poderes, aun en el orden civil, a veces con escasa fortuna, pero en el mundo moderno ha querido su independencia del poder civil.
¿Una vuelta al pasado?
La Iglesia católica
ha cambiado profundamente después del Concilio Vaticano II (1962-65) y seguirá
cambiando con el pontificado del papa Francisco, aunque no en su pastoral a
favor de la vida, sino en su pastoral a favor de los pobres y los más
necesitados, de los enfermos y los abandonados, de los niños y de los ancianos.
Y sin embargo, el anticlericalismo y el
odio a la religión se manifiestan de nuevo aquí y allá en España, con insultos barriobajeros como se puede ver en las redes
sociales y en algunos medios de comunicación, y también con violencia. Se trata,
pues, de una vuelta al pasado, un pasado que ya se creía superado por la
historia y por la praxis actual de la Iglesia.
Así se ha
llegado a interrumpir Misas del Gallo en la pasada Nochebuena por parte de
manifestantes abortistas; mujeres abortistas gritaron en las Cortes y en los templos
a favor del aborto, e incluso se han colocado sendos artefactos explosivos o
incendiarios en iglesias y basílicas dedicadas a la Virgen María (todo un
símbolo), como la catedral de la Almudena en Madrid, el templo del Pilar de
Zaragoza y el de la Virgen de Misericordia en Reus, y también en la iglesia más
antigua de Sevilla, Santa Marina, del S. XIII, que ya fue completamente
incendiada el año 1936 y reconstruida 30 años más tarde. La primera ley abortista española contemplaba
el aborto de supuestos (1985 con Felipe González); se cambió la ley por otra que
contempla el aborto de plazos (la de Rodríguez Zapatero y Bibiana Aído de
2010). En esta ley todavía en vigor hoy contempla la posibilidad del aborto en mujeres de 16 y 17 años sin el
permiso de sus padres o tutores legales, y considera el aborto un “derecho”.
Estos días se ve cómo
personas, incluso cultas, se dejan llevar por la pasión y la intolerancia con
insultos a la Iglesia y a sus representantes porque el gobierno de Madrid ha
presentado un anteproyecto de ley que reduce las posibilidades de abortar
vigentes. ¿Por qué se ha llegado de nuevo al insulto, a la descalificación, a un
anticlericalismo rancio y con olor a naftalina para quienes no sean abortistas
o partidarios de restringir el aborto? ¿Por
qué insultan a sus contrarios quienes defienden el aborto? Los abortistas
pueden hablar libremente. Los que están a favor de la vida por el contrario,
reciben críticas amargas, insultos e improperios de todo tipo por defender sus
ideas. ¿Quién vuelve al pasado, los que
quieren más aborto o los que defienden la vida? ¿O es que no hay argumentos
para defender la actual ley de Zapatero de 2010 en vigor?
Algunos columnistas han escrito mezclando a los obispos con el Estado y los rosarios con los ovarios. ¿No sería más civilizado aportar argumentos en lugar de insultos? ¿Por qué no hablar o escribir como ciudadanos respetuosos? La Iglesia siempre ha estado a favor de la vida y contra el aborto, al igual que la gran mayoría de las grandes religiones ¿A qué viene ahora tanto anticlericalismo y tanta intolerancia para quien piensa lo contrario que yo?
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