Por
Salvador Aragonés
Doctor en Periodismo y profesor emérito de la UIC
Comienza el año 2014 con la previsión de ser el
tercer “annus horribilis” de la
Monarquía española. Tres hechos enmarcan este inicio del año. Primero, la
imputación de la Infanta Cristina por delito fiscal y blanqueo de dinero,
dentro de la causa judicial que se sigue contra los negocios de su marido Iñaki
Urdangarín el 7 de enero de 2014 (segunda imputación). Segundo, el Rey tuvo dificultades para leer
el discurso de la Pascua Militar (lo de que faltaba luz, según la Zarzuela, no
es de recibo) y lleva muchos meses con muletas y con dificultades de movimiento. Tercero, la Monarquía sigue suspendiendo ante la
opinión pública, según las encuestas del
CIS, aunque salen con buena nota el Príncipe Felipe y la Reina Sofía, la cual
sabe estar siempre en su sitio.
La decisión personal del Rey de no querer abdicar, junto a su mal estado de salud, que
no solo es de tipo ambulatorio y “mecánico”, sino que también afecta a su
estado anímico como quedó de manifiesto ayer en el discurso de la Pascua
Militar, está mermando la popularidad de la institución Monárquica ante la
opinión pública española. El Rey cumplió el día 6 de enero 76 años, una edad
que no tiene que ser necesariamente un límite para una jubilación, pero dadas
las circunstancias personales de salud física y psíquica del Rey, debería hacer
pensar a este en el bien de la institución y de España y no tanto en que debe
morir con la corona puesta, pase lo que pase. Es cierto que los reyes no se
jubilan sino que abdican, y que antiguamente solo se abdicaba ante graves
problemas en el reino. Hoy, en las monarquías modernas, los reyes abdican con
mayor facilidad, porque la vida moderna es muy exigente y requiere mucha
presencialidad pública y tener las facultades en forma, no solo las
ambulatorias. Hasta el Papa renunció el año pasado a su pontificado, al
anunciar que le faltaba el “vigor necesario para regir la Iglesia” en los
tiempos modernos. Benedicto XVI fue muy criticado por su renuncia, pero el
tiempo le ha dado la razón.
El inmovilismo en que se encuentra hoy la institución
monárquica da la impresión de que el Rey está aferrado a la corona. El heredero,
el Príncipe Felipe, no ha movido ni moverá un dedo para forzar la abdicación de
su padre, al que siempre ha respetado. La Reina tampoco. ¿Quién puede hacerle
entender al Rey que lo mejor para España y para la Corona es abdicar?
Quién puede pedir al Rey que abdique
El Rey Juan Carlos está convencido de que él está legitimado
y capacitado para asumir las reformas constitucionales e institucionales que
necesita el país. Lo dijo en su discurso de Navidad, para evitar los
secesionismos de Catalunya y del País Vasco donde se encuentran dos fuerzas
centrífugas que apuntan claramente a la independencia de España bajo el
pretexto del “derecho a decidir”, expresión que es utilizada también en el tema
del aborto y ya fue utilizada en la I República española que abocó hacia un
cantonalismo (recuérdese el “¡Viva Cartagena!”), para terminar en la
Restauración Monárquica en la persona de Alfonso XII.
El Rey Juan Carlos, que ha cumplido un papel
extraordinario en la transición de España de la dictadura a la democracia y en
la consolidación de esta, debe tener en cuenta que la legitimidad monárquica es
de dos tipos: una legitimidad histórica
y una legitimidad democrática. La
legitimidad histórica la tiene, aunque con algunos peros (Franco en realidad no
“restauró” la monarquía, porque se saltó el eslabón de Don Juan, sino que la
“reinstauró”, aunque luego Don Juan abdicara de sus derechos dinásticos a favor
de su hijo Don Juan Carlos). La legitimidad democrática hasta ahora la ha
tenido. ¿La tiene hoy? La legitimidad democrática viene del consenso del pueblo
a favor de la Corona que ocupa la Jefatura del Estado. No se trata de hacer
otro referéndum, sino tener la capacidad de captar la voluntad mayoritaria del
pueblo, manifestada en las encuestas, en los medios de comunicación en general,
y escuchando la voz de quienes tienen el mando de las instituciones del Estado
y de otras personas relevantes. El sucesor debería, además, ir a las Cortes
(reunión conjunta de Congreso y Senado) a pronunciar su discurso de toma de
posesión, con el fin de captar la sensibilidad de los representantes de la
soberanía nacional elegidos democráticamente. En los momentos en que estamos,
ni Mariano Rajoy ni Alfredo Pérez Rubalcaba son partidarios de una abdicación
del Rey, pues ellos se encuentran muy cómodos con el “juancarlismo”.
En un país del Siglo XXI la Jefatura del Estado es
demasiado importante y demasiado exigente para quien la ejerza para dejarla en manos de un monarca mermado, y
cuya familia tiene serios problemas, ya sean judiciales o matrimoniales. Por
otro lado, la anhelada reforma constitucional debería definir con claridad
quiénes forman la institución monárquica, si solo el Rey, la Reina y el
heredero, o también toda la familia directa del Rey (la Reina y sus hijos). Y
en el caso del Príncipe Heredero habría que definir su status legal (hoy el Príncipe no es ni siquiera aforado, como lo
son los diputados y senadores y los presidentes, gobiernos y diputados de las
CC.AA.), para no dejar a la monarquía en manos de la providencia, pues ante un
eventual fallecimiento o incapacidad del Príncipe, tendríamos un grave problema
porque solo pueden heredar la Corona los varones y una regencia es siempre
provisional y debilita al Estado. Además, el Rey debería estar facultado a
delegar temporalmente algunas de sus funciones en caso de enfermedad.
El tiempo pasa y cada año resulta ser un “annus horribilis” para la Monarquía. Esto
lo puede aguantar una monarquía como la británica, de larga y acrisolada
tradición, pero no en España donde la monarquía es aceptada por el servicio que
presta al país, y no como afecto a una forma de gobierno particular. La
abdicación a favor del Príncipe Felipe tendría la bondad de no arrastrar hechos
negativos como ocurre personalmente Juan Carlos, además le daría mayor juventud
y reduciría la Familia Real a su esposa la Princesa Letizia y a sus hijas,
dejando a un lado a sus hermanas y los hijos de estas. ¿Quién es capaz de convencer
al Rey? ¿Que no sea el Ejército? Estoy seguro que no.
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