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¿Puede caber el divorcio entre los católicos como ocurre entre los ortodoxos?

Por Salvador Aragonés
Doctor en Periodismo y Profesor Emérito de la UIC

                El tema del matrimonio y del divorcio y el papel dentro de la Iglesia de los divorciados y vueltos a casar civilmente, será abordado en el Sínodo extraordinario  convocado por el papa Francisco para el próximo mes de octubre de 2014. Ante este evento y el hecho de que el Papa anunció estudiar el papel de los divorciados en la Iglesia, se han alimentado muchas expectativas y debates en relación a la indisolubilidad del matrimonio.

                Con el fin de aclarar la doctrina de la Iglesia católica sobre este tema, teniendo también en cuenta la praxis de las iglesias ortodoxas --las cuales toleran el divorcio en determinados casos-- el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el arzobispo Gerhard L. Müller, ha publicado un amplio artículo en el diario “L’Osservatore Romano” de fecha 23 de octubre, donde clarifica la doctrina católica en esta materia.

                Esto tiene sus implicaciones ecuménicas, pues las iglesias ortodoxas, aceptan un primer y un segundo divorcio en determinados “casos difíciles”, aunque en teoría estén de acuerdo con la doctrina de la indisolubilidad matrimonial, tal como la estableció Jesucristo: “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” (Mc  10; 5-9). Por este motivo, las iglesias ortodoxas no celebran un segundo o tercer “sacramento del matrimonio”, sino que por medio de la penitencia de los creyentes y en base a la misericordia de Dios “bendicen” una segunda o tercera unión. Ciertamente las iglesias que vivieron bajo el los regímenes comunistas la concesión de los divorcios fue haciéndose más laxa. 

                Por eso, la doctrina del matrimonio en la Iglesia católica, dice el arzobispo Müller, “representa una cuestión ecuménica” con relación a los ortodoxos. Sin embargo, añade, la doctrina de la Iglesia católica es clara, y arranca de la misma doctrina de Jesucristo, que la Iglesia no puede cambiar: se trata de la indisolubilidad del matrimonio celebrado válidamente. Tanto es así que algunos ortodoxos que han pasado al catolicismo, han tenido que “firmar una confesión de fe” sobre la imposibilidad de la celebración de “una segunda o tercera unión matrimonial”. La separación de la Iglesia en Inglaterra fue porque el Papa no aceptó el divorcio del rey Enrique VIII, no por otra razón.

                La Iglesia católica desde el principio ha mantenido la doctrina de la indisolubilidad, y hoy los esposos cuando se casan manifiestan públicamente que serán fieles el uno al otro “hasta que la muerte nos separe”,  señala el arzobispo Müller porque el amor y fidelidad entre los esposos se parangona con “la fidelidad irrevocable de Cristo con su Iglesia”. Hace un elenco documentado del magisterio de la Iglesia, especialmente desde el Concilio Vaticano II hasta hoy, en que la doctrina ha sido siempre la misma. Cita a la Gaudium et Spes (n. 48) y a documentos posteriores, como el último Sínodo de octubre de 2012, donde aparece de modo inequívoco que el matrimonio es indisoluble, y que los que se han casado válidamente por la Iglesia, se han divorciado y se han vuelto a casar por lo civil, pueden participar de la vida de la Iglesia, asistir a la Santa Misa, pero no pueden recibir los sacramentos, ni la Eucaristía ni la penitencia. Solamente podrán participar en los sacramentos –dice el arzobispo Müller citando documentos del magisterio-- si los dos “partner  (vueltos a casar), en atención al bien de los hijos, asumen el compromiso de vivir en plena continencia”. Si hay dudas sobre la validez del matrimonio, son los tribunales de la Iglesia los que dirimirán la cuestión, es decir dictaminarán si el matrimonio fue o no nulo. Sin embargo, los sacerdotes y los fieles serán “solícitos” con los fieles divorciados y los acogerán y acompañarán, porque la Iglesia acoge a todo el mundo, pero no habrá ningún rito o bendición para su nueva unión, porque las bendiciones vienen de Dios.

HAY MUCHOS MATRIMONIOS INVÁLIDOS

                El prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe reconoce que “la mentalidad contemporánea dificulta la comprensión cristiana del matrimonio, especialmente en relación a su indisolubilidad y a la apertura a la vida. Dado que muchos cristianos están influenciados en este contexto cultural, los matrimonios son probablemente más inválidos en nuestros días que en el pasado, porque falta la voluntad de casarse según el sentido de la doctrina matrimonial católica”. En consecuencia, añade, “comprobar la validez del matrimonio es importante y puede llevar a la solución de los problemas”. Es lo que dijo el papa Francisco cuando habló de este tema en el avión de vuelta de Río de Janeiro este verano. Si el matrimonio es válido, ha de atenerse a lo que determina la Iglesia.

                “El amor –dice mons. Müller—es algo más que un sentimiento, que el instinto, en su esencia es entrega” como dice la fórmula que recitan los esposos en el acto de celebración del Sacramento, en que se entregan el uno al otro. La indisolubilidad del Sacramento del Matrimonio tiene “un valor antropológico porque evita a los esposos del arbitrio y de la tiranía de los sentimientos y estados de ánimo, y les ayuda a afrontar las dificultades personales y a superar experiencias dolorosas, y protege sobre todo a los hijos” que son los que más sufren en las rupturas matrimoniales.


                Los que se apoyan en la misericordia de Dios para el divorcio, señala el arzobispo Müller, “incurren en el riesgo de la banalización de la imagen de Dios, según la cual Dios no podría hacer otra cosa que perdonar. Al misterio de Dios pertenecen, además de la misericordia, también la santidad y la justicia. Si se esconden estos atributos de Dios y no se toma en serio la realidad del pecado, no se puede siquiera mediar a las personas su misericordia”. Cuando Jesús perdonó a la mujer adúltera, le dijo: “Vete y no peques más”. “La misericordia de Dios no es una dispensa de los mandamientos de Dios y de la Iglesia”, añadió el prefecto Müller.

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