Por Salvador Aragonés
Doctor en Periodismo
y profesor emérito de la UIC
He
estado casi dos meses hospitalizado a causa de la bacteria “Escherichia coli”, o más comúnmente E coli, y de una piedra en el riñón, atacando ambos sin piedad a mi
cuerpo. Estuve en la UCI más de dos semanas, en un Hospital de la Seguridad
Social. Fui atendido maravillosamente por el personal sanitario, tanto los
médicos, por su ciencia (no por su trato, porque apenas les vi ni pude hablar
con ellos), como las enfermeras y las auxiliares de enfermería, casi todo
mujeres. Los hombres servían más para ayudar a poner a los enfermos bocabajo o
sentarlos, porque aquí la fuerza es importante.
El
hospital no tiene wi-fi y me enteraba de lo que pasaba por el mundo a través de
un pequeño, pero potente, aparato de radio. Escuchaba noticias de todo el mundo
en diversas lenguas. Me iba enterando de muchas cosas, que yo desconocía
siguiendo los medios catalanes, bien contrastadas con un pluralismo envidiable
para un catalán de nuestros días. En casi todos los medios catalanes (prensa,
radio y TV) toda noticia gira en torno al “dret
a decdir” con tendencia nacionalista e independentista.
Con un
compañero de habitación del hospital, donde casi nadie se interesaba por la
política, comenté que los vascos llevan 50 años pidiendo la independencia, con
un millar de muertos, con miles y miles de manifestaciones, kilómetros de tela
con la estampa de la ikurriña desplegadas al viento y a la lluvia de las calles
vascas, con amenazas –reales—de muerte, puños en alto, calles llenas de
manifestantes a rebosar semana sí y otra también. Y ¿qué han conseguido? Hasta
ahora muchas lágrimas y muchas decepciones,
y pagar menos impuestos que los españoles. En Catalunya ¿cuántos años
nos quedan para hacer multitudinarias manifestaciones con centenares de miles,
con millones, de esteladas por las calles de ciudades y pueblos catalanes? No
hemos hecho más que empezar. Si al menos consiguiéramos pagar menos impuestos
como los vascos, ya se habría conseguido algo.
Sentido de la
eternidad
Cuando
uno sale de la UCI, con el cuerpo machacado, parece que hayan pasado años y que
la vida ha cambiado, que el mundo es otro. Vana ilusión ¡Solo han pasado unos días!
Será por eso que le gente dice “da gracias a Dios porque has vuelto a nacer”.
Yo no he tenido esta sensación de un volver a nacer, sino que alguien de muy
arriba me ha concedido una “prórroga” de la vida, cuando estaba convencido – en
realidad lo estuve—que atravesaba la puerta hacia la otra vida. Fue una
sensación antropológicamente hablando extraordinaria, única, con el
interrogante: ¿existe la otra vida? Y la mente se resistía, o mejor dicho se
negaba a pensar que todo se había acabado, que todo lo que yo había hecho, de
bueno y de malo, era un valor incapaz de traspasar el tiempo y que se
desintegraba con el cuerpo. En un estado crítico a veces se pueden presentar algunas
dudas en momentos concretos, pero globalmente sabes, tienes la certeza
antropológica, si no la fe, de que se cierran las puertas del tiempo metafísico
y se abren otras puertas donde quien ha muerto realmente es el tiempo, donde no
hay un antes y un después, un hoy y un mañana, un pasado y un futuro. En otras
palabras se abre paso al “no tiempo”, a la eternidad.
¡Qué solos se quedan los enfermos!
Una experiencia
importantísima para mí han sido las larguísimas horas (en los hospitales,
especialmente en la UCI, los minutos son horas y las horas son días) pasadas
junto a otros enfermos (tuve varios compañeros de habitación). El problema común
de muchos de ellos era la soledad. Había un hombre de mediana edad que estaba
solo, que se había separado de su mujer, se fue a vivir con una más joven y
esta lo abandonó poco después. Estaba en el paro por un ERE que habían hecho en
su empresa. Tenía todo el santo día la televisión encendida, porque las
películas y los deportes era lo único que le distraía. Casi nadie le venía a
ver ¿Y tus padres?, le pregunté. Se separaron y cada uno vive su vida. “Yo
estuve casado, añadió, pero no queríamos tener hijos y no tengo. Mu mujer se
largó con otro y ahora no tengo ni idea dónde está ni qué hace. A mí solo me
visita mi abuela, que aunque no lo parezca tiene ya 88 años. ¡Si la vieras!…
Vive en un pueblo del Pirineo”. Conocí a la abuela y nos hicimos amigos
inmediatamente. Era, es, una mujer activa, optimista, trabajadora, volcada a su
nieto. Una vez vi a una mujer joven que le visitó, y pensé: es su mujer. Cuando
se fue la joven se lo pregunté. “No es mi mujer, es una ex novia que tuve”. El
joven se lamentaba todo el día: que si la comida, que si las enfermeras, que si
los servicios del hospital, que si llamabas no venía nadie (“¡Hombre!, si llamas cada
cuarto de hora para una chorradita al final no te hacen ni caso”, le dije). “¡Pésimo
servicio!”, me respondía, ¡Pobre hombre! pensé, y qué solo está. Sufría de un
no sé qué en el vientre que todavía los médicos no habían averiguado.
Otro
compañero de habitación era un abuelo que pedía a gritos que viniera su hija, y
lo repetía cientos de veces cada día. Es un caso típico. El personal de
enfermería le trataba con mucha paciencia y muy amablemente: “El teléfono de su
hija no responde, cálmese”, le decían. “Llamar a otro”, decía el abuelo. “Es el
que nos han dado en la residencia de usted”, decía con cariño el auxiliar de enfermería. “¡Yo me
muero!”, decía el abuelo. Pobrecillo, qué solo está, pensé. Solo quisieron
tener un hijo y si era chica no tendrían más porque ella ya les cuidaría en la
ancianidad. ¡Qué grave equivocación! O sea que algunos quieren tener hijos para
servirse de ellos ¡Qué error jugar con la vida, cegando a capricho las fuentes
de la vida! Y el abuelo seguía llamando a su hija una y otra vez. Y todos
intentando tranquilizarlo: “es que a lo mejor no puede venir…”, le decían. “Pues
yo me voy ahora mismo del hospital. Me visto y me voy”, decía el iluso abuelo
queriendo amenazar al personal.
Quiero
hacer desde estas líneas un homenaje de reconocimiento a quienes se dedican
toda la vida a cuidar enfermos, como profesión o como trabajo solidario. Ellos
suplen a las familias naturales y alivian los dolores y el sufrimiento de los
enfermos. Hay enfermos con familias robustas, que se quieren, con sentido de la
responsabilidad, y otros enfermos se encuentran y se sienten abandonados, y
entonces solo el personal sanitario o voluntarios pueden aliviar esta soledad.
Comentarios
Publicar un comentario