El reconocimiento de la igualdad entre el matrimonio
gay y el formado entre un hombre y una mujer decidido hoy en el Tribunal
Supremo de los Estados Unidos es una noticia que sacude los fundamentos de la
familia en todo el mundo por la importancia y el eco mundial de la noticia, aunque sea por 5 votos a 4. La
familia (paternidad y maternidad) no puede tener como miembros a dos personas
del mismo sexo. La familia es una comunidad de amor abierta a la procreación.
Las personas del mismo sexo podrán amarse, pero no podrán procrear, de ahí que
la paternidad y la maternidad no existirán nunca desde el punto de vista
natural. Y por este motivo, no se puede hablar de "Igualdad", porque no son dos parejas iguales y nunca lo podrán ser pues no podrán realizar las mismas funciones que es ar la vida a seres nuevos.
El problema, o mejor dicho el espejismo, que se está
creando en el mundo es que a base de leyes positivas aprobadas por los
distintos parlamentos y por medio de sentencias, creemos que modificaremos la
antropología humana, como ya noveló Aldous Huxley, y por lo tanto no solo
cambiaremos la genética humana, sino la substancia del amor y de la propia
procreación. El Siglo XXI, gracias a un presidente del gobierno español que
gobernó con el desagrado de muchos y dejó al país en el ruina económica y moral,
José Luis Rodríguez Zapatero, sin embargo cambió las leyes de la familia de
modo que cualquier unión entre personas del mismo sexo puede formar una familia,
y cualquier familia y cualquier mujer puede destruir, ley en mano, al hijo que
tiene en su cuerpo, abriendo el campo libre a las adolescentes menores de edad que pueden
actuar sin permiso de sus padres y que pueden comprar sin receta la llamada
“píldora del día después”. Es decir que "niñas", aunque biológicamente mujeres, tiene barra libre en el sexo en España, sin coste alguno, ni en lo económico ni en lo moral (deber de comunicarlo a sus padres):
A eso se le llamó un
“triunfo de la civilización”, un “avance espectacular” en el “reconocimiento amplio de
los derechos civiles”, y hasta la quebrada (económicamente) Seguridad Social se prestó para que
de modo gratuito se pudiera cambiar de sexo a las personas que lo desearan. No
faltaron países que pensaron que “si la España Católica” llega a esto… ellos
también debían hacer lo propio. Pero no fue la España Católica la que aprobó
las leyes, sino que esta España se opuso con grandes manifestaciones, sino que fue un Gobierno sectario que tenía la obsesión de eliminar la
religión de la sociedad, con la imposición de un materialismo práctico que
facilitara la existencia de una sociedad sin Dios, un Dios que quedaría cada vez más
arrinconado para aquellos ciudadanos reducto de otras épocas ya superadas por
la historia. Esa era la teoría del marxismo y del leninismo en estado puro. Era como la aplicación nietzschiana de “la muerte de Dios”: si Dios ha muerto hemos resuelto un enorme
obstáculo para que el hombre llegara a la felicidad y a la libertad. Y así llegó el nazismo.
Pero el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, tan
sectario en los temas religiosos --¿cómo es posible que se atreviera a
organizar una “Alianza de Civilizaciones” cuando él negaba y luchaba contra la
civilización más importante, la religiosa con más de 5,4 mil millones de creyentes en un Dios?—se enfangó en el mal gobierno y y tal fue el desastre de las medidas económicas adoptadas, que los suyos
tuvieron que decirle que se fuera, si no quería ver a España al nivel en que
hoy está Grecia.
Ni Zapatero –un triste presidente del Gobierno
español, que no entendía de economía, sonreía, pero atizaba duramente contra la religión mayoritaria de los españoles—ni el Tribunal Supremo de los Estados Unidos lograrán cambiar a través
de las leyes, sentencias u otros artilugios la constitución de la familia humana formada
por un hombre y por una mujer, basada en la antropología del hombre y de la
mujer, porque esta antropología no depende de leyes positivas, ni de mutaciones
químicas, sino de la ley natural, es decir de la voluntad de quien creó al
hombre y a la mujer, es decir de Dios. Tal vez construiremos otra Torre de
Babel, pero al igual que entonces nunca el hombre va a llegar a desafiar a Dios
y acabará destruyéndose a sí mismo. Las leyes no solo pueden tomarse sobre la
base de una situación de hecho como el caso de la homosexualidad, que siempre
ha existido en el mundo y siempre existirá, sino que deben servir al hombre en lo que el hombre
(el hombre y la mujer) son en su propio ser y en su propia misión y desarrollo
en el mundo en cuanto seres humanos..
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