Me ha
sorprendido mucho que la opinión publicada catalana se haya rasgado las
vestiduras porque el presidente del Tribunal Constitucional, elegido por
unanimidad de sus miembros (12 en total) no gusta porque es de derechas y porque
ha tenido manifestaciones contra el Estatut actual. ¿Y si lo hubiera apoyado? ¿Tendría
el beneplácito de esa opinión? Me temo que no se busca un TC independiente,
sino un TC de acuerdo con lo que yo pienso.
¿Por
qué mi sorpresa? Porque quienes critican al Tribunal Constitucional (TC)
desconocen el constitucionalismo español surgido tras el franquismo en 1979. El
régimen Constitucional español se creó para que sustituyera a la dictadura, y
que tuvo como gran inspirador al Rey Juan Carlos, elegido, propuesto y aprobado
por las Cortes franquistas, hecho que marcará todo su reinado, en un intento de
hacerse perdonar su legitimidad, que no vino de la abdicación de su padre Don
Juan, sino por la voluntad del dictador Francisco Franco quien a su muerte
redactó un testamento pidiendo a las fuerzas armadas y a las del régimen que
obedecieran en todo el Rey como lo hicieron al mismo Franco, testamento que
leyó entre lágrimas el entonces presidente del gobierno, Carlos Arias Navarro. Unos
años después vino la abdicación de su padre Don Juan en favor de su hijo Don
Juan Carlos, el cual ya adquirió los derechos históricos de la corona española.
Volviendo
al TC y al régimen político español que yo llamo juancarlista, porque fue el
inspirador y máximo impulsor del régimen constitucional español de 1979. España
construyó un régimen que fuera aceptado por los países democráticos. Estableció
un Parlamento (Cortes) bicameral, un Congreso de los Diputados, el máximo
órgano político representativo, y finalmente un poder judicial “tutelado”, a
través del Consejo General del Poder Judicial, órgano administrativo de dicho
poder. Se constituyó un Tribunal Constitucional
(artículos 159-165 de la Constitución) que evita que magistrados y
fiscales independientes del poder político tomen decisiones sobre la constitucionalidad
de las leyes y actos. O mejor dicho, un Tribunal Constitucional que vigila y controla
que el régimen político de 1979 no caiga en manos de jueces independientes,
sino que tenga el control político de quienes crearon el régimen, es decir el
Rey y los propios partidos políticos. Y
hoy el TC no es como el anterior, dividido, sin capacidad de tomar decisiones,
mediatizado mucho por el gobierno de Zapatero en sus devaneos sobre el Estatut
de Catalunya. El TC de hoy es sólido y creo que está dispuesto a demostrarlo.
El
Tribunal Constitucional formado por 12 miembros
con un mandato que dura 9 años (más del doble de una legislatura, que ya
es mucho). Estos miembros no son jueces necesariamente, sino que son “nombrados”
(art. 159.2) entre magistrados, y fiscales, profesores de universidad ,
funcionarios públicos y abogados, todos ellos “juristas de reconocida
competencia con más de 15 años en el ejercicio profesional”. El presidente del
TC será nombrado de entre sus miembros por el Rey por un periodo de tres años
(art. 160).
De los
12 miembros del TC, 4 son elegidos por el Senado, 4 por el Congreso, (en ambos
casos por mayoría de tres quintos, o sea con el consenso de los partidos
mayoritarios) dos a propuesta del Gobierno (¡!) y dos por parte del Consejo
General del Poder Judicial (CGPJ), que a su vez ha estado muñido por los
partidos. Ciertamente que ni el TC ni el CGPJ forman parte del poder judicial,
que está en manos del Tribunal Supremo y de los órganos jurisdiccionales de
menor entidad (TSJ autonómicos, Audiencias provinciales, y jueces y magistrados
titulares de juzgados de instrucción u otros).
¿Cuáles
son las garantías que puede dar un tribunal como el TC? El TC da garantías
políticas o político-jurídicas y vigila que nadie se salga del régimen trazado
en la Constitución del 79, pues defiende
el régimen surgido con el apoyo del Rey, de UCD, AP (luego PP), PSOE, PCE y nacionalistas
catalanes. Los vascos no entraron en este régimen, pero se les garantizó el concierto económico, con lo cual, han podido
vivir de sus impuestos con escasa solidaridad con el resto de los españoles a
causa de los 35 años de violencia y terrorismo (inacabados, porque ETA no ha
dejado las armas). Ahora el líder del PSC, Pere Navarro, y también Rajoy y Rubalcaba,
han dicho que el cupo vascos y navarros pagan al Estado, tiene escasa
solidaridad con el resto de los pueblos de España ahora que el terrorismo
parece estar al final de su trayecto. Esto ha levantado ampollas en el Norte.
Los recortes de
las administraciones públicas
La
vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, por su parte, ha presentado los
recortes de las administraciones públicas diciendo que hay demasiadas
duplicidades. Pero es que el régimen del 79, con la política del “lassez faire, lassez passer” típico del
juancarlismo, no puso ninguna traba en su día cuando se crearon las copias de
los organismos del Estado en las 17 autonomías, y que sirvieron en su día parea
colocar a las clientelas políticas, empezando por los 17 parlamentos con
sueldos importantes y con 17 gobiernos, con sueldos no menos importantes. Eso
de momento no se toca.
Si el
gobierno quiere reformar el Título VIII de la Constitución necesitará un gran
poder moral y la fuerza de un pacto con la oposición, pues ya vemos que algunas
comunidades se han enrocado y no quieren ceder competencias, entre ellas
Andalucía y Catalunya, amén de otras que no quieren ceder competencias
contempladas en sus estatutos. Aquí puede pasar que la reforma de la
Administración puede ser un gran avance (en términos económicos parece que no
lo es pues nos ahorraremos unos cuantos miles de millones de euros cuando el
déficit español es de un billón de euros) o una gran chapuza, donde
prevalecerán las baronías territoriales por encima del interés general.
Espero
–esperemos—que esta reforma no termine como terminó el Califato de Córdoba hace
1.000 años con su división en reinos de taifas que el final tuvieron que
sucumbir ante el peligro cristiano que representaba el rey Alfonso VI de
Castilla que avanzaba con sus tropas. Pidiron ayuda del Sultán del Norte de África,
Yusuf ibn Tašhfin, quien impuso
orden, más centralización y racionalización en la administración árabe dividida
y litigante entre sí del antiguo y dividido Califato de Córdoba, es decir de
los reinos taifas.
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