El régimen democrático
español iniciado en 1979 con la aprobación de la Constitución, después de la
Transición política impulsada por el rey Juan Carlos, se encuentra en una
crisis de la que todo el mundo habla. No solo es una crisis económica, sino una
crisis política, una crisis institucional y una crisis en el modo de hacer
política que es lo que ha distinguido este régimen.
La mayor responsabilidad de la crisis del régimen –no
del régimen democrático—descansa en el modo de hacer política y de dirigir los
destinos del Estado, así como de la estructura del propio Estado basado en la
Constitución. Hay un desgaste evidente de las instituciones claves de España,
como son la Monarquía, los partidos políticos, el mismo poder judicial, que
está muy politizado en la cúspide, y las principales instituciones económicas, en
especial las financieras.
En cuanto al
modo de hacer política, estamos viendo que la corrupción se ha extendido entre
la clase política española desde la transición, tanto en la lucha contra el
terrorismo, como en el uso fraudulento de los caudales públicos. Es un moldo de
hacer política donde no hay apenas líneas de separación entre lo público y lo
privado, entre la profesionalidad en los cargos públicos y el amiguismo y
nepotismo. El poder económico y financiero ha funcionado con poco control, lo
mismo que el poder judicial y sobre todo el Tribunal Constitucional cuyos
miembros son elegidos mayoritariamente por
el Gobierno, el Congreso de los Diputados y el Senado. La división de poderes
de Montesquieu (la separación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial)
apenas existe y hay tales vasos comunicantes entre los tres poderes, en cuyo
vértice está el Rey, que ha desfigurado el diseño del revolucionario francés.
Esto es lo que se denomina el régimen juancarlista, el régimen que surgió de la
Constitución de 1979.
La estructura del Estado a través de cuatro niveles
de decisiones (local, provincial (diputaciones), autonómico y estatal) se ha
demostrado caro e ineficiente. Los funcionarios se han multiplicado por tres,
pero la eficiencia no ha tenido el mismo multiplicador. Se han creado 17
representaciones políticas (parlamentos y gobiernos autonómicos), y ha
aumentado el amiguismo y el clientelismo político, y con ellos la corrupción. A
todos los niveles se ha impuesto la partitocracia: o eres del partido o no juegas
en este tablero.
El modo de hacer política, en general, no ha tenido
en cuenta la ética, ni el servicio al Estado y al ciudadano: ha prevalecido el
servicio al propio partido y a los propios amigos. Los partidos, pendientes de
las encuestas, no siguen sus programas electorales, sino que practican
políticas que les hagan mejorar las encuestas. En las elecciones a nivel local
y autonómico ha prevalecido la política del que promete más, y así se han
llevado a cabo obras faraónicas, totalmente inútiles, sin mirar si la
administración podía pagarlas. La administración del Estado ha llegado a un
endeudamiento realmente casi insoportable. Y por no hablar de los nacionalismos
que están surgiendo con un claro sentido disgregador de España. El pueblo cree cada
vez menos en las instituciones y sus representantes porque no hay
transparencia, porque hay demasiados favoritismos, porque pagan justos por
pecadores.
La Monarquía, por su parte, que siempre había sido
respetada y bien valorada por los españoles, ha entrado en una espiral de fracasos.
La institución monárquica está muy ligada a la familia, a una familia que es la
depositaria de unos derechos históricos, y la opinión pública quiere que esta
familia funcione bien y sea ejemplar en sus comportamientos públicos y privados.
En España además es una Monarquía católica que debería ser ejemplar. Nada de
eso se ve en este momento, tanto desde la caza de elefantes, como de las
peligrosas amistades del Rey, dejando a la Reina en una figura poco menos que
decorativa y viviendo en Londres, además de los turbios negocios del yerno del
Rey, Iñaki Urdangarín, de los que no se puede decir que la Casa Real no tenía
ningún conocimiento, a tenor de los mails que se han publicado en los que se ha
implicando al entorno del Rey. Queda por el momento fuera de sospecha la
actividad del Príncipe Felipe, aunque su esposa la Princesa Letizia no acaba de
alcanzar la estima que le gustaría tener dentro de España. En otras palabras, en la Monarquía también ha
habido un modo de hacer las cosas en consonancia con el resto de las
instituciones del Estado. El Rey hizo muy bien la transición y recondujo el
golpe de Estado de 1981, pero de eso hace demasiado tiempo.
¿Puede el rey Juan Carlos enderezar la situación actual? No lo creo. Su modo de dirigir la Jefatura
del Estado no ha sido modélica de un tiempo a esta parte, al permitir que los
distintos poderes del Estado se hayan abandonado a maneras de hacer muy poco ejemplares.
Tiene, eso sí, un prestigio internacional, pero hoy por hoy es el único activo
que le queda. Juan Carlos ha cumplido los 75 años. ¿Por qué no abdica a favor
de su hijo?
Juan Carlos fue elegido Rey por las Cortes
franquistas y a propuesta del general Franco, quien en su testamento dejó muy
claro que el Ejército y las instituciones del Estado franquista debían
obediencia a Juan Carlos. El rey Juan Carlos, consciente del origen de su legitimidad,
ha buscado siempre mantener una excelente relación con los líderes socialistas,
tal vez para hacerse perdonar su origen en el franquismo. Tuvo excelentes
relaciones con Felipe González y con Rodríguez Zapatero. Sin embargo, tuvo unas
relaciones tibias o malas con Adolfo Suárez al final de su mandato y con José
María Aznar. Con Mariano Rajoy mantiene unas relaciones de tibieza. Ahora lo
que le preocupa al Rey es la situación de la Familia Real, que él no ha sabido
encauzar, y la falta de encaje del Estado. En el primer caso lo tiene muy
difícil porque no intervino en su momento en la crisis familiar. En el segundo
caso debería dejar el timón a su hijo, porque no se puede construir un nuevo Estado
juancarlista bis. Nunca segundas partes fueron buenas.
El régimen español actual más que monárquico es un
régimen juancarlista, pues el Rey hizo el Estado a su medida. La gente en
España no es monárquica, sino juancarlista, y el problema más importante hoy de
España es el modo de hacer política de Estado por parte de las instituciones
básicas, un modo de hacer falto de ética e identificado con el juancarlismo y
que hoy las opinión pública rechaza, según las encuestas del CIS. Vivimos en el
ocaso del juancarlismo.
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