La sucesión de Benedicto XVI, en el
cónclave que tendrá lugar el próximo mes de marzo, se prevé tranquila, según
distintos medios eclesiásticos consultados. En efecto, a partir del día 28 de
febrero se entrará en el periodo llamado de Sede Vacante, en el que la Iglesia
estará gobernada por el Colegio de Cardenales, los cuales no podrán tomar
decisiones más allá de los que es la rutina diaria de un gobierno, al tiempo
que preparará el Cónclave que cerrará sus puertas a mediados de marzo. Al frente
de los cardenales estará el cardenal Camarlengo, que actúa como cabeza, y que
actualmente es el secretario de Estado, Tarcisio Bertone.
Benedicto XVI ha presentado su renuncia en un momento
tranquilo de la vida de la Iglesia, tras haber resuelto problemas internos de
todos conocidos, como los casos de la pederastia y el “vatiliks”. Uno de los
puntos de referencia para conocer el
momento de la Iglesia es el último Sínodo sobre La Nueva Evangelización
celebrado en octubre. De entrada,l próximo papa deberá continuar hasta
noviembre el Año de la Fe, y asistir a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ)
en Brasil. Benedicto XVI, como explicó el padre Lombardi, portavoz de la santa
Sede, ya había anunciado el momento de dimitir un papa en su larga entrevista
a Peter Seewald, en el libro “Luz del mundo”, donde dijo “cuando un Papa
alcanza la clara conciencia de que ya no es física, mental y espiritualmente
capaz de llevar a cabo su encargo, entonces tiene en algunas circunstancias el
derecho, y hasta el deber, de dimitir". De momento ha sentado un
precedente.
En cuanto al futuro papa, evidentemente hay una
expectación mundial, por el peso que tiene la Iglesia en el mundo, como se ha
visto al conocer la renuncia del papa Ratzinger. El nuevo papa tendrá un perfil
distinto, del mismo modo que Ratzinger nada tenía que ver con Wojtyla, y
Wojtila nada que ver ni con Albino Luciani (Juan Pablo I) ni con Montini (Pablo
VI). Cada papa es distinto y tiene un estilo propio. Algunos pensaron que
después de un gran papa como el papa Wojtyla, se haría difícil mantener el
listón del papado a la misma altura, pero el papa Ratzinger lo ha conseguido.
Sin embargo, y ante la proliferación de noticias que
hablan de una “lucha por el poder” y de una visión “política” de la Iglesia hay
que poner por delante que la Iglesia no es una comunidad política sino una
religión, es decir que tiene a Dios Creador en el centro de su mensaje y de su
fe, y los cardenales electores tienen casi todos más de 60 años y conocen muy
bien la misión de la Iglesia que es predicar el mensaje de Jesucristo para el
hombre moderno, como se vio en el último Sínodo y mantener el depósito y la
unidad de la fe. Si se excluye la religiosidad a la hora de hablar del
Cónclave, y la petición de ayuda que los cardenales hacen a Dios Uno y Trino,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, no se va a entender casi nada.
Las diferencias entre cardenales está claro que
existen, pero el papa necesita los dos tercios de los 118 cardenales electores para
ser elegido, es decir necesita 79 votos de cardenales para ser elegido, lo que
implica que deberán ser cardenales de diversos continentes. Hoy los 118 cardenales electores, según el
continente de proveniencia, serán 61 europeos, 19 latinoamericanos, 14
norteamericanos, 11 africanos, 11 asiáticos y 1 procedente de Oceanía. Estas
cifras pueden variar según la fecha de inicio del cónclave: el cardenal Walter
Kasper, por ejemplo, cumple 80 años el 5 de marzo. El país con mayor número de
cardenales electores es Italia, con 21. Sesenta y siete electores han sido
creados por Benedicto XVI, y los cincuenta restantes por Juan Pablo II.
Tres papas que no querían serlo
Para quienes quieran ver “luchas por el poder” creo
que están instalados en la Iglesia de la Edad Media,--o influenciados por
películas y libros escandalosos—y no en la época actual. Hay que destacar que los tres últimos papas
no querían serlo, y que aceptaron el papado por obediencia a Dios, que es a
quien piden ayuda los cardenales en el momento de entrar en el Cónclave y en
cada elección, según establece la Constitución Apostólica Regimini dominici gregis de Juan Pablo II. Este documento, que se
puede encontrar en Internet en lengua española, ata muchos cabos para eliminar
que entre los cardenales existan campañas electorales, pactos previos o algo que
pueda enturbiar la intervención divina y la libertad de conciencia en la
elección del papa.
Los últimos tres papas fueron: el cardenal Albino
Luciani, “el papa de la sonrisa”, que tomó el nombre de Juan Pablo I, y él
mismo con su espontaneidad dijo, en su primera intervención ante el pueblo, que
no esperaba en absoluto su elección, cuando fue elegido en un solo día. Después
vino la elección del papa Wojtyla tras el brevísimo pontificado del anterior. El cardenal Wojtyla cuando iba a ser elegido
era muy consciente de su responsabilidad y en su fórmula de aceptación así lo
manifiesta y afirmó que “aceptaba” (todo papa debe aceptar libremente la
elección), a pesar de todo, por obediencia a Dios y a la Iglesia, pero no
porque le gustaba. Y finalmente el
cardenal Ratzinger, como ha dicho, estaba convencido que no lo elegirían porque
tenía 78 años y había pedido repetidas veces al papa Juan Pablo II que le
dejara retirarse de su cargo en la Curia porque le gustaba investigar en temas de
teología y filosofía y llevar una vida más tranquila. Ratzinger aceptó el cargo
también por obediencia, sabiendo lo que se le venía encima. En definitiva, en
los cónclaves modernos hay mucha menos ciencia-ficción y más religiosidad, tras
la liberación del poder temporal de los papas.
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