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Europa necesita una refundación adecuada al nuevo siglo


 «La semana pasada me encontré en el aeropuerto con un colega que había trabajado conmigo en el Ministerio de Finanzas y ahora es presidente de un gran Banco. Hablamos de la crisis de la zona euro y me dijo: “Después de todas estas conmociones políticas y económicas que estamos pasando, va a ser muy raro que en los próximos diez años podamos escapar sin una guerra, así que estoy pensando en sacar la green card para mis hijos y emigrar a Estados Unidos”». La anécdota fue contada en el pleno del Parlamento Europeo el pasado día 14 por Jacek Rostowski, ministro de Finanzas de Polonia, que ostenta la presidencia de la Unión. “Esto no podemos permitirlo”, apostilló el ministro tras afirmar que “Europa está en peligro”. Quien esto escribe es un periodista, un dirigente del primer diario español “El País”: Andreu Missé, que lo publicó en su diario el 25 de septiembre pasado, del año 2011.

           Hay una frase todavía más dura de Missé: “La palabra guerra ha entrado inesperadamente en la escena política europea. Precisamente fue el anhelo de poner fin a los continuos conflictos bélicos que periódicamente asolaban el Viejo Continente lo que impulsó a destacados políticos, como Konrad Adenauer, Jean Monet, Robert Schuman, Winston Churchill, Altiero Spinelli y Paul Henry Spaak, a poner en marcha el proyecto de la UE, después de la Segunda Guerra Mundial.

            Como periodista inicio mi comunicación en algo que se repite constantemente a la hora de hablar de Europa y de su futuro.

            En la vida pública europea se habla una y otra vez que las nuevas generaciones  –yo diría también  las viejas—han perdido los valores. ¿Qué quiere decir “valores”? ¿Qué quiere decir hoy Europa? ¿Realmente habrá que iniciar otra guerra europea para que desde sus cenizas Europa vuelva a ser “ella misma” (Juan Pablo II, discurso en Santiago de Compostela, 9 de Noviembre de 1982).

           Cuando hablamos de los “valores” que se han perdido, hablamos en realidad de la misma identidad de Europa, una Europa unida por un humanismo común, unos ideales de paz, de concordia, de libertad, de justicia, donde las personas son tratadas con la dignidad y el respeto que se merecen, entendiendo por dignidad el sentido antropológico que le da el cristianismo en sus distintas acepciones: el respeto y la defensa de la familia, del trabajo honrado, de la verdad por encima de la mentira, un modo de hacer política al servicio del ciudadano y no “servirse” del ciudadano, un modo de entender la religión al servicio del hombre y no servirse de ella para fines políticos y que sea independiente del Estado, y de un Estado que no se sirva de la religión y la subordine a sus fines civiles y políticos (galicanismo).

            Podríamos añadir más principios. Sin embargo, prefiero matizar el tema de la libertad, porque si no aparece como esta como un término vago, sin contenido y también sin fronteras. Esto no es así. La libertad que no respeta la verdad, los valores antropológicos del hombre, y que no respeta los valores trascendentes del hombre, se convierte rápidamente en un materialismo que Europa ha vivido  y a través del cual se ha derramado mucha sangre y se han generado muchos odios. Una libertad que no esté basada en el respeto a todos los hombres, a su dignidad, a su pensamiento, a su religión, a su nacionalidad, no es una libertad, es otra cosa que enmaraña la mente humana y acaba con humillar la dignidad humana.

           La libertad tampoco puede entenderse únicamente como una categoría política, sino que la libertad forma parte intrínseca del ser humano porque así lo quiso el Creador. No hay que limitar la libertad a eliminar de las barreras fronterizas entre los estados, a la libre circulación de ideas y mercaderías, a la celebración de elecciones democráticas. La libertad, repito,  no es una categoría política (libertad de expresión, de reunión, de manifestación, libertad económica…) es mucho más, pues forma parte de la base constitutiva del hombre creado por Dios, por un Dios que también es Redentor. Dios quiso hace al hombre un ser libre, y por eso la libertad es algo inseparable del ser del hombre. Admitir que el hombre tiene límites en su naturaleza perecedera, no es poner límites a la libertad. Un hombre no puede tirarse de un avión sin paracaídas sin sufrir rasguños. La libertad tiene sus límites en la esencia antropológica del hombre: un varón no puede ser madre, ni una persona puede vivir sin comer o beber o a temperaturas de 70 grados bajo cero o sobre cero. La naturaleza humana, entonces, tiene sus limitaciones.

La idea de Europa a través de la historia

            Europa es un concepto que se forjó casi desde la caída del Imperio Romano, desde el Medioevo, cuando los distintos pueblos de Europa trazaron los caminos que les llevaban a la tumba del Apóstol Santiago.

           Muchos caminos procedentes de Francia, Alemania, Italia, Polonia y países nórdicos tenían su meta en la tumba del Apóstol. Tanto es así que Goethe afirmó que “Europa nace de la peregrinación”, de la peregrinación a Santiago. Y Dante describió como “peregrinos” sólo a los que viajaban a Compostela, para distinguir a los que iban a Roma que se llamaban “romeros” y los que viajaban a Jerusalén eran “palmeros”.

            De ahí que el Camino de Santiago es sin duda una de  las mayores aportaciones que España ha hecho a Europa en todos los tiempos y en todos los ámbitos (económico, religioso, cultural) y tal vez la mayor aportación que Europa ha hecho a España.  Europa se reencuentra, tiene su crisol, en la tumba del Apóstol, y no podría entenderse la construcción europea ni la Europa Medieval sin Compostela, sin el Camino de Santiago, donde tantos millares de hombres y mujeres de todas las clases sociales, de todas las creencias (¡cuántos conversos en Santiago!), de todas las lenguas europeas, convergían en un mismo punto de encuentro, muy popularizado por Carlomagno desde su trono de Aquisgrán.

            Bajo el manto del apóstol Santiago crecieron en España y Francia las iglesias románicas que menudean en el Camino de Santiago, y que servían para atender el culto a los peregrinos, se construyeron casas donde posaban los peregrinos en cuya arquitectura se mezclan los estilos visigóticos y paleocristianos y también con construcciones bizantinas, impulsadas por la Orden de Cluny. Gracias al Camino de Santiago surge una arquitectura civil producto de las donaciones de los peregrinos, y en Europa penetró el arte mudéjar, propagado por quienes habían hecho el Camino de Santiago, del mismo modo que el gótico entró en España por la ruta jacobea. La influencia musulmana nace precisamente en España, en Hispania. También los nombres de estrellas y constelaciones hacen referencia a Santiago. La Vía Láctea tomó el nombre de “Camino de Santiago”, porque siguiendo su estela nos llevaba a la tumba del Apóstol.

            Muchos dirán que estamos hablando de “otra Europa”, que hoy nada tiene que ver con  el Camino de Santiago. Sin embargo, los pueblos que no conocen sus orígenes y sus raíces nunca podrán seguir construyendo el árbol de la vida de todos, su propio futuro con seguridad. El románico, las iglesias románicas, fueron construidos para atender espiritualmente a los peregrinos que iban a Santiago. Los europeos no podemos contemplar el románico como si fuéramos japoneses. Lo románico está en nuestras raíces seculares, como pueblo. Y repito con Goethe que la conciencia de Europa ha nacido “peregrinando” hacia Compostela, donde se encontraron los distintos pueblos (suevos, visigóticos, eslavos, anglosajones, romanos, germánicos, francos) que se entendían porque tenían una misma idea común, la cristiandad, el reconocimiento de que Cristo es el Redentor del Mundo. A Santiago no solo acudieron santos tan importantes como Francisco de Asís, Santa Brígida de Suecia y tantos otros, sino que fueron también muchos peregrinos sin fe o con muy poca fe, buscando el calor del Apóstol, y nadie volvió indiferente.

            Allí, en la cuna de Europa se encontraban los valores cristianos de la dignidad de la persona, de la justicia, de la libertad de los pueblos y de las personas, de la laboriosidad y del espíritu de iniciativa, del amor a la familia, del respeto a la vida, de la tolerancia, del deseo de cooperación y de paz, como dijo Juan Pablo II (Discurso pronunciado en Santiago de Compostela en 1982).

            Por eso, Juan Pablo II quiso visitar la tumba del Apóstol Santiago, en 1982, para pronunciar allá un discurso en que pidió la unidad de todos los pueblos de Europa, en el respeto de su propia identidad particular, cuando Europa estaba todavía dividida en dos bloques antagónicos: el occidental y el oriental formado este por regímenes totalitarios basados en la ideología del materialismo histórico y dialéctico, del comunismo.

            Por este motivo, para que Europa volviera la mirada a sus raíces más antiguas, Juan Pablo II, un gran europeísta, pronunció estas palabras, que luego fueron grabadas ante la tumba del Apóstol, y que pertenecen a su discurso pronunciado “cara a Europa” el 9 de septiembre de 1982:
“Por eso, yo, Juan Pablo II, hijo de la nación Polaca, que se ha considerado siempre europea, por sus orígenes, tradiciones, cultura y relaciones vitales; eslava entre los latinos y latina entre los eslavos; yo, Sucesor de Pedro en la Sede de Roma, una sede que Cristo quiso colocar en Europa y que ama por su esfuerzo en la difusión del Cristianismo en todo el mundo. Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia Universal, desde Santiago, te lanzo vieja Europa, un grito lleno de amor: vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes.
Aviva tus raíces Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No te enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidar sus posibles consecuencias negativas. No te deprimas por la pérdida cuantitativa de tu grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo. Los demás continentes te miran y esperan también de ti la misma respuesta que Santiago dio a Cristo: «lo puedo»”.

            Precisamente fue Juan Pablo II el que quiso ensanchar las fronteras de Europa, tras proclamar como patronos de Europa, junto a San Benito, a los santos Cirilio y Metodio, evangelizadores del oriente eslavo y forjadores de su cultura y lengua. Y a ellos añadió a la religiosa judía conversa Edith Stein (Santa Teresa Benedicta, fallecida en el campo de exterminio nazi de Auswicht) y Santa Brígida. Su visión de Europa era una visión plural, sin fronteras, donde caben todos, dentro de unos mismos valores comunes, aunque respetando la diversidad de los pueblos y de las creencias.

Las edades Moderna y Contemporánea

            Todo lo que la cristiandad forjó de unidad y equilibrio entre el continente, fue deshaciéndose al abrazar el hombre una visión cada vez más racionalista, más egoísta. La religión se dividió entre distintas confesiones protestantes y los reyes y nobles utilizaron la religión para reforzar su poder temporal.

            Cuius regio eius religio” se decía entonces, y así los pueblos del norte de Europa no tardaron en 
abrazar el luteranismo en sus distintas expresiones, transformando sus estados  en confesionales, donde el Rey o Jefe del Estado era a su vez el jefe de la religión, con la prerrogativa de nombrar a todos los dirigentes religiosos. Tal situación, aunque atenuada, ha durado hasta nuestros días, con estados confesionales en los casos de países como Suecia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Gran Bretaña, Grecia, Rusia (exceptuando el periodo comunista) y muchos otros, que hicieron de la religión cristiana imperante la “Religión de Estado”. También España, Francia, Italia y Portugal hicieron otro tanto, porque los reyes consiguieron de Roma la “potestad” o privilegio de nombrar a los obispos y dirigentes eclesiásticos, interviniendo en no pocas ocasiones en proponer o vetar a los papas. Penetraron en Europa las doctrinas del galicismo, que ponían al Estado por encima de la Religión, y llegaron casi a dominar en todos los países.

            Esta subordinación de lo religioso a lo temporal y religioso fue cambió la vida de los pueblos y la cultura europea, donde comenzó a brotar el racionalismo, con fórmulas políticas absolutistas y despóticas. En el enciclopedismo, el “Siglo de las Luces”, surgieron los primeros destellos del materialismo ateo, es decir un pensamiento producto del racionalismo, en el que nada era posible si no se podía demostrar con la razón, y el hombre eliminó así de su cultura al Creador. La Ilustración viene a decir que todo lo que no se puede explicar con la razón no existe, son elucubraciones. Por lo tanto Dios es un problema pues “no tiene valor científico”, no puede demostrarse científicamente.

            Vino el positivismo y el culto al experimentalismo. También fueron “experimentos” los que se hicieron en el siglo de las grandes guerras (el Siglo XX). Dice Pablo Blanco Sarto que “la posmodernidad nos ha hecho notar que los sueños de la razón moderna –una razón sin religión—han producido también monstruos como Auschwitz, Hiroshima, Chernobyl” Fueron monstruos que se hicieron “en nombre de los experimentos”. (Cfr.http://www.unav.es.tdogmatica/ratzinger/).

Las raíces culturales de Europa

            Cultura viene de cultivo, y es el resultado de lo que a través del tiempo el hombre ha forjado en el cultivo de su intelecto. También es el conjunto de símbolos, tradiciones, valores, expresiones artísticas, paisajes que tienen en común las personas y que les da una identidad colectiva.

            Conviene recordar que la cultura europea es la herencia de la fe en el Dios de Israel, el pensamiento o razón filosófica de Atenas y el pensamiento  jurídico  de Roma. Lo dijo George Steiner y lo ha repetido el papa Ratzinger en Alemania en su viaje realizado el mes de septiembre de 2011. Además a la cultura europea hay que sumar las aportaciones del Renacimiento y la Ilustración.

            Dijo Ratzinger en Alemania ante el Parlamento alemán el 22 de septiembre de 2011: No hay una contraposición entre la razón y la fe, sino que Europa debe asumir “la razón abierta al lenguaje del ser”. El criterio de las mayorías es válido para muchas cuestiones, pero no es válido para las cuestiones fundamentales como la dignidad del hombre porque el derecho vigente puede ser una injusticia. En realidad el hombre no es lo que dicen las mayorías, pues su identidad como ser viviente la ha puesto Dios en su Creación, y esta identidad, este ser y esencia del hombre no pueden modificarse por voluntad del mismo hombre sin alterar su esencia. “El cristianismo se ha referido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho, se ha referido a la armonía entre la razón objetiva y subjetiva… que presupone que ambas estén fundadas en la Razón creadora de Dios”.

            En realidad, señala Benedicto XVI “la política debe guiarse por la sabiduría y la justicia, pues de otra manera se suprime el derecho, y entonces los políticos –como ya dijo San Agustín— acabarían convirtiéndose en un grupo de bandidos, como ocurrió en la Alemania del Siglo XX”.

            El positivismo es como un edificio para el hombre en el que se niega (de modo exclusivista e intolerante, irracional e inhumano) las dimensiones más profundas del hombre. Europa se encuentra en una situación de inferioridad con respecto a muchas otras culturas en el mundo, porque estas últimas están abiertas a Dios, a una religión, a una relación de lo humano con lo divino. En consecuencia Europa debe “abrir las ventanas” para ver de nuevo el mundo de otra manera, para abrir la razón a la inmensidad de la creación. De este modo volveremos a encontrarnos abiertos no sólo a lo natural, sino a lo sobrenatural, pues “allí donde se reconoce a Dios es donde hay futuro”. (Discurso del Papa Benedicto XVI el 22 de septiembre ante el parlamento, Bundestag, alemán).

            Europa no es un continente que llega a su fin como muchos quieren ver en estos momentos en que la escala de valores prácticamente ha sido difuminada, donde la familia, el hombre, la mujer y Dios son conceptos cada vez menos claros. Todos hablan de la “crisis de Europa”, desde América, desde Asia y desde la propia Europa, como hemos visto.

La Europa de hoy y la de ayer

            Y pregunto, ¿sigue valiendo la pena la Europa de hoy? ¿Qué aporta la crisis actual a los valores y humanismo de Europa? ¿Qué ocurrirá con el Estado del Bienestar (Wellfare State)? ¿Por qué preocupa tanto la pérdida del Estado del Bienestar? ¿Es el hombre europeo más feliz hoy que hace un milenio?

            A la Europa de hoy, a la Europa oficial basada más en el bienestar, el materialismo, el hedonismo y el relativismo, donde todo es posible y no hay límites a la libertad del hombre, nos lleva a recordar a Benedicto XVI cuando dice que el ecologismo es “ese grito que anhela el aire fresco”, pues “la tierra tiene ella misma su dignidad y nosotros debemos seguir sus indicaciones”. Y si la Tierra exige una ecología, ¿no exigirá una ecología también el hombre?, luego la libertad no es ilimitada y la naturaleza “no se puede manipular a su antojo arbitrariamente”.

            Y aquí es donde tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI hablan de los límites de la libertad. La libertad no es una categoría política, sino que está en el mismo corazón del hombre, y en consecuencia está limitada por la verdad, la verdad inalterada de la naturaleza del hombre, la dignidad del hombre, y la verdad de la Revelación que ha querido hacer Dios Creador al hombre. La verdad solo puede alcanzarse con la libertad, pero no hay libertad sin el respecto a la verdad. La mentira no puede ser el lugar donde habita el hombre, porque acabará siendo esclavo, como ha ocurrido en los regímenes totalitarios. Toda naturaleza es limitada: un hombre no puede vivir sin dormir, sin comer, a 70 grados de temperatura centígrada, y análogamente podríamos decir que el hombre no puede vivir sin pensar, en la mentira permanente, sin razonar.

Estamos en un congreso sobre la Cultura de Europa, y mi comunicación habla de la necesidad de cambios profundos en el futuro Europa.

            Lo vemos todos los días en los medios de comunicación: las grandes dificultades que tienen los países europeos en ponerse de acuerdo sobre quiénes han de pagar la factura de las deudas desequilibradas, excesivas, a que determinados países se han sometido. Es clara la falta de solidaridad entre los estados miembros, pero más grave aún es que la Europa actual, la del Siglo XXI, no se ha construido sobre unas bases identitarias  que tienen en cuenta las raíces históricas y humanísticas de los fundadores de esta Europa. Sin conocer sus propias raíces Europa será como un árbol que no tiene raíces y dado que no está adherido a la tierra, al primer viento se derrumbará.

            Para saber adónde hay que ir, hay que saber primero de dónde venimos. Y aquí creo que es fundamental mantener el discurso de Benedicto XVI sobre los tres pilares en los que se asienta la cultura europea: una cultura religiosa judeo-cristiana, una filosofía que viene de Atenas y un derecho que se acrisoló en Roma. Y de allí siguiendo el recorrido histórico, ver que la Europa de las revoluciones del Siglo XIX  y la Europa del materialismo y el positivismo,  rematados por el relativismo, han conseguido que el hombre europeo perdiera su humanismo característico y se abocara a guerras sangrientas, a odios, al hedonismo, a las drogas, al nihilismo, al terrorismo, a la soledad, a las crisis personales y colectivas, a tener una visión superficial del hombre basada esta en lo que se tiene y no en el ser, y basada en el ser pero no en el deber.

            En la actualidad, el ciudadano europeo no se siente tal, no tiene el sentido de pertenencia a Europa, el sentido de pertenencia a una misma comunidad. La causa está en que el hombre europeo se ve lejano de las estructuras jurídico-políticas de la Unión. Por eso es necesario tejer una red de sociedad civil que conecte al hombre con las estructuras europeas. Como dijo José María Gil-Robles ex presidente del Parlamento Europeo en este congreso (27, octubre de 2011), “solo la sociedad civil puede superar el vacío entre el ciudadano y el poder político” en Europa.

            Además de que faltan en no pocos lugares todavía hoy elementos profundos de convivencia, de una convivencia pacífica, a pesar de que el terrorismo –en cuanto al uso de las armas se refiere—para acabado en Europa, pero siguen ahí sus heridas. 

            La religión es hoy en Europa un arma de paz. (como se puso de relieve en Las jornadas interreligiosas de Asís). Resuenan todavía hoy las palabras de Juan Pablo II pronunciadas al inicio de su pontificado, cuando Europa estaba dividida en dos bloques antagónicos: No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo El lo conoce!

             Con frecuencia el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación. Permitid, pues, – os lo ruego, os lo imploro con humildad y con confianza – permitid que Cristo hable al hombre. ¡Sólo El tiene palabras de vida, sí, de vida eterna!”.

            El papa Wojtyla vino a sustituir el materialismo por las ansias del más allá del hombre, de su trascendencia. Y así, predicando y defendiendo con firmeza los valores de la verdad, de la justicia y de la libertad, de modo particular la libertad de conciencia y de religión, es como consiguió que se abatiera el Muro de Berlín, el muro que separaba a las dos Europas: una democrática y otra totalitaria. Sus únicas armas fueron las armas de la persuasión, de la razón, cuando convenció a Gorbachov (diciembre de 1989) de la necesidad de abrir el hombre a la libertad de conciencia y de religión, para que dejara de ser esclavo del sistema, de un sistema basado en la mentira, la falsedad, el materialismo dialéctico.

            Hecho este gran paso de derribar el Muro de Berlín, que es igual a la caída del sistema totalitario comunista, vino después la unificación de Europa en el acerbo de la libertad y la justicia. Ahora queda pendiente el otro muro: el Muro de la Cultura. ¿Tiene sentido en el Siglo XXI que la cultura, el arte, la filosofía europeas vivan “como si Dios no existiera”, es decir continuara con los principios del Enciclopedismo y la Ilustración? ¿No ha llegado el momento de “repensar Europa”? Es aquella expresión de Juan Pablo II: “Europa sé tú misma”. Miremos nuestra historia y arranquemos aquello que ha terminado perjudicando al hombre europeo y dejemos lo que le ha beneficiado.

Preguntas

            Y más preguntas que planteo en este Congreso: ¿Tiene sentido seguir hablando de Estados-Nación, en algunos estados europeos? Y también: ¿Sigue siendo válida en la praxis actual oficial la separación de los tres poderes del Estado como planteó Montesquieu? ¿No hay una interrelación demasiado estrecha entre los tres poderes del jurista francés? Esto exige una reflexión aparte que no es objeto de esta comunicación.

            Para ello hay que llevar a cabo una “Revolución del Pensamiento” pues la praxis de vida actual europea crea “graves incertidumbres en los ámbitos de la cultura, la antropología, la ética y la espiritualidad” (Exhortación Apostólica “Ecclesia in Europa”, 3, Juan Pablo II, 2003).

            Hoy el hombre europeo tienemiedo” como diagnosticaron Romano Prodi y Jordi Pujol en un encuentro en Barcelona (11 de octubre de 2011). El miedo es enemigo de la libertad, es enemigo de la verdad, y sobre todo indica que el hombre europeo ha perdido su identidad, la seguridad en sí mismo, la claridad de visión hacia el futuro. Un hombre con miedo ha perdido la paz y la libertad.  Los dos europeístas, Prodi y Pujol, pidieron que una de las soluciones es recuperar los valores de Europa, y se necesita “más Europa”, más unidad entre los europeos, más unidad política, más visión de futuro y menos visión del presente (donde todo gira en las próximas elecciones que tiene cada país).

            
Hoy el hombre europeo anda sin distinguir el bien y el mal, sin conocer los límites entre la verdad  y la mentira, sin esperanza, sin confianza en la propia creación de Europa. Vivimos en un continente que algunos le llaman “post-cristiano” o bien “post-moderno”. ¿Cómo puede el hombre tener esperanza si no cree en su propio futuro y si desconoce su pasado? En definitiva, ¿cómo puede tener esperanza cuando se ha rechazado toda trascendencia, cuando se ha separado la razón de la fe, si se ha rechazado a Dios como creador del universo? ¿Cómo puede tener esperanza en el futuro si el europeo ha perdido sus signos de identidad histórica?

            Dijo Benedicto XVI en Alemania, en septiembre de 2011, que si “la visión positivista del mundo es en su conjunto una parte grandiosa del conocimiento humano y de la capacidad humana”, no es suficiente. Además, en la medida en que este positivismo niega (de modo exclusivista e intolerante, irracional e inhumano) las dimensiones más profundas del hombre, se vuelve contra la humanidad, puede manipularla y destruirla. Es un hecho histórico comprobado y una amenaza también actual”.

            Por eso, Benedicto XVI (discurso en Ratisbona, Alemania, el 13, de septiembre de 2006, http://www.zenit.org/article-20352?l=spanish),  ha dicho que Dios no puede ser un problema a-científico o pre-científico y es necesario unir la razón y la fe. Es indudable el avance científico reciente, pero también hay que advertir los peligros que el mismo supone. Esta armonía entre la razón y la fe “solo la lograremos si la razón y la fe se vuelven a encontrar unidas de un modo nuevo, si superamos la limitación, auto decretada, de la razón a lo que se puede verificar con la experimentación, y le abrimos nuevamente toda su amplitud. En este sentido, la teología, no sólo como disciplina histórica y ciencia humana, sino como teología auténtica, es decir, como ciencia que se interroga sobre la razón de la fe, debe encontrar espacio en la universidad y en el amplio diálogo de las ciencias. Sólo así se puede entablar un auténtico diálogo entre las culturas y las religiones, un diálogo que necesitamos con urgencia”.

            En Occidente, continúa Benedicto XVI,  hay una invasión de positivismo, que lo considera universal apartando a Dios. Pero “las culturas profundamente religiosas del mundo consideran que precisamente esta exclusión de lo divino de la universalidad de la razón constituye un ataque a sus convicciones más íntimas.

            Por eso, añadió el Papa en Ratisbona, “una razón que sea sorda a lo divino y relegue a la religión a una subcultura, es incapaz de entrar en diálogo con las culturas. No hay que pensar sólo en función de las ciencias naturales: llega momentos que éstas se agotan y hay que dejar paso a otras disciplinas del pensamiento como la filosofía y la teología”.

            Por eso el papa Benedicto XVI ha querido convocar “El Año de la Fe” (Motu Propio, 11 de octubre de 2011) que se celebrará desde el 11 de octubre de 2012 hasta el 24 de noviembre del año 2013. Será un año para reflexionar sobre la fe, “para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquél que nos ha dado la vida, y la vida en plenitud”.

            Vemos, en consecuencia, que mientras Juan Pablo II fue un artífice para romper la barrera de hierro (el Telón de acero) que separaba a Europa, Benedicto XVI quiere romper la barrera totalitaria que impide armonizar la razón con la fe, al tiempo que se esfuerza, junto con otros miembros de otras iglesias, reunificar el cristianismo.

            Signos positivos: las dos guerras mundiales, los totalitarismos nazi, fascista y comunista, llevaron a los “padres” de la Europa actual a que era necesario hallar bases de entendimiento, tales como la paz, la libertad, la democracia expresada en unas estructuras políticas determinadas en la defensa de la libertad, del individuo,  y del bien común.

           Esto está conseguido. 45 años después de la segunda GM fueron abatidos todos los totalitarismos de Europa, y las bases de la libertad, la paz y la democracia están hoy presentes en todos los países de la antigua Europa. Es un paso de gigante el que se ha dado, pero no es suficiente.

            Si Juan Pablo II rompió el telón de acero que dividía Europa entre países democráticos y países totalitarios comunistas, en nombre de la libertad de conciencia, hoy se puede decir que Benedicto XVI se esfuerza en romper la “telaraña” –que no el telón—que enturbia las relaciones entre la cultura y la religión, entre la fe y la razón, entre el pensamiento positivista y la necesidad de abrir el hombre hacia una mayor trascendencia, manteniendo siempre los valores de la libertad, la tolerancia, el respeto y el entendimiento entre todos los hombres. Y también avanza hacia un acercamiento del mundo islámico a favor de una separación entre la potestad política y civil y la potestad religiosa.

Las relaciones Iglesia-Estado

            Por otro lado, uno de los grandes temas que, al menos teóricamente, han sido resueltos por el papa Benedicto XVI es el de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Este era uno de los temas que a lo largo de los siglos ha tenido serios problemas de encaje. La doctrina cristiana es clara por cuanto Jesucristo dijo. “Dad al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Esta doctrina no ha tenido siempre un encaje correcto en las relaciones entre el poder temporal y el poder espiritual. El Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes, n. 76) dejó ya resuelto una formulación clara y nueva al mismo tiempo: “La Iglesia, que en razón de su misión y de su competencia, no se confunde en  manera alguna con la sociedad civil ni está ligada a ningún sistema político determinado, es, a la vez, señal (signo) y salvaguarda del carácter trascendente de la persona humana.

              La comunidad política y la Iglesia son, en sus propios campos, independientes y autónomos la una respecto dela otra. Pero las dos, aunque a título diverso, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos hombres. Este servicio lo prestarán con tanta mejor eficacia  cuanto ambas sociedades mantengan entre sí una sana colaboración, siempre dentro de las circunstancias de lugares y tiempos”.

            En el cristianismo aparece claro cuando se entiende el principio de la laicidad positiva, que el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy  y Benedicto XVI formularon en la visita del papa a Francia el 12 de septiembre del año 2008. Es decir que el Estado y la religión entienden lo que ambos aportan de positivo para el bienestar del hombre, en su doble vertiente de ser social y ser espiritual. El nuevo concepto de "laicidad positiva" tuvo un especial impacto al ser defendido en Francia donde existe la tradicional separación entre Iglesia y Estado, y el estado francés se define como “laico”, al no reconocer ninguna religión.  Sarkozy subrayó que esta "laicidad positiva" es "una invitación al diálogo, la tolerancia y el respeto" y ha asegurado que para las democracias sería "una locura" privarse de las religiones. Para el presidente francés, privarse de las religiones sería "una falta contra la cultura y contra el pensamiento".

            "Asumimos nuestras raíces cristianas" al no privilegiar a ninguna religión, ha recalcado Sarkozy, al señalar que la "diversidad" de Francia es "una riqueza", en una alusión a, entre otras, la numerosa comunidad musulmana de este país.

            El nuevo concepto de la laicidad positiva debe madurar todavía y popularizarse en los ámbitos del derecho y también de la teología. Vaya por delante que el término “laicidad” no existe en el diccionario español y en consecuencia no tiene oficialmente, en la lengua española, ningún significado. Por lo tanto habrá que avanzar en una formulación empírica de este concepto y en su aplicación práctica.
Relaciones iglesia-estado entre los musulmanes

            Lo dicho antes no tiene sentido en el mundo musulmán, para quienes lo temporal difícilmente se entiende independiente de la religión. Fue en el discurso del papa Benedicto XVI al Bundestag  (http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2011/september/documents/hf_ben-xvi_s)

            En su viaje a Alemania, en septiembre de 2011, el papa quiso reunirse también con la comunidad musulmana, por dos razones, una porque en Alemania hay cerca de 3,5 millones de musulmanes, y segunda para dar por acabada la polémica que causó su discurso en la universidad de Ratisbona en septiembre de 2006, cinco años antes.

            Aquí, ante los musulmanes, el papa fue a enunciar el revés de la moneda de lo que fue en Francia, país laico. Benedicto XVI fue con pies de plomo para no caer en una nueva y estéril polémica, pero dijo lo que quería decir. La fe, afirmó, es un gran don para el creyente y lo valora rechazando el laicismo. Los “musulmanes atribuyen gran importancia a la dimensión religiosa. Esto, en ocasiones, se interpreta como una provocación en una sociedad que tiende a marginar este aspecto o a admitirlo, como mucho, en la esfera de las opciones individuales de cada uno”. Es así que con esta actitud resulta rechazable el laicismo que se da en Europa. La laicidad exige sin embargo “respeto”, porque la religión trata de “dar testimonio de forma prepositiva de aquello en lo que cree, sin sustraerse en el debate con el otro”.

            Es abrir un camino a que musulmanes y cristianos llevaran a cabo un “testimonio importante en muchos sectores cruciales de la vida social”, como tutelar a la familia fundada sobre el matrimonio, el respeto a la vida en cada una de sus fases, desde el principio al final, y una justicia social más amplia.

            Es aquí donde Benedicto XVI –tal vez como consecuencia de su discurso de Ratisbona— haya reflexionado sobre una nueva sensibilidad religiosa en Europa, la musulmana y haya ido a su encuentro en la búsqueda de valores comunes de gran importancia en la antropología humana. Porque ni los musulmanes ni los católicos quieren vivir su fe “escondiéndose” de la vida pública, eso sí libre de privilegios materiales o políticos.

            Tenemos por lo tanto un modo nuevo de entendimiento entre el Estado y la religión en los terrenos de ayuda al hombre, en lo material y en lo espiritual, mediante una colaboración sincera que no signifique una cooperación desde el poder del uno o del otro, sino desde el servicio al hombre, un servicio realizado en la vida civil o en la vida religiosa: dos dimensiones, dos modos, pero un mismo hombre.

Salvador Aragonés                                                                                                                      Profesor de la Universidad Internacional de Catalunya
29 de Octubre de 2011, en el marco de la ponencia sobre :
“Identidad Europea”, Sesión 52.
XIth Conference “European Culture” organizado por el Instituto Carlomagno y la Universitat Internacional de Catalunya

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El escritor e ingeniero Josep Maria Tarragona i Clarasó (Barcelona, 1957), es un gran divulgador de la vida y obra del genial arquitecto y artista, Antoni (Anton le llamaban sus familiares y amigos) Gaudí i Cornet. Muchos escritos de JM Tarragona están en la web www.antonigaudí.org , y ahora acaba de publicar su segunda biografía de Gaudí: “ Gaudí, el arquitecto de la Sagrada Familia ”, en español, catalán e inglés. Se preparan las ediciones en alemán, francés e italiano. En la presentación del libro –que tuvo lugar en la Cripta de la Sagrada Familia—el libro fue calificado de “definitivo”, aun tratándose de una “biografía breve”. Lo entrevistamos en una salita de su despacho, especial para el Diari de Tarragona -SA.- Gaudí, ¿de Reus o de Riudoms? -JMT.- Gaudí nació legalmente en Reus. Así consta en la partida de bautismo (no había Registro Civil entonces), en su cartilla militar y en los documentos y actas notariales que le mencionan. Sin embargo, existe una tradición

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